lunes, 30 de abril de 2012

Adiós a Nina Simone


Diva Simone


Comparada desde siempre con Billie Holiday (aunque ella prefería como modelo a María Callas), Nina Simone fue la última gran diva negra del jazz y una fervorosa militante por los derechos civiles, amiga de Martin Luther King y Malcolm X. Con su muerte, a fines del mes pasado, desapareció una voz única, inconfundible: el eslabón perdido entre las legendarias cantantes de la primera mitad del siglo XX y las sofisticadas cantantes del jazz actual.


Por Martín Pérez
“Vos sos Al Capone, yo soy Nina Simone”, canta Lauryn Hill en el tema “Ready or Not” incluido en The Score, el álbum que hizo famosos a los Fugees. La gloria que el grupo de Lauryn y Wycleef Jean amasó hacia la segunda mitad de la década del 90 –y que los hizo escapar de manera contundente del ghetto del hip hop– se debió básicamente a su nueva versión de “Killing me softly with his song”, un viejo hit que la voz de Roberta Flack inmortalizó en los años ‘70, pero también a su contundencia poética, su nivel de conciencia política y su defensa de todos los estandartes de su raza: entre ellos, la figura de Nina Simone, la última gran diva del blues y el jazz norteamericano. Una luchadora por los derechos civiles tan incansable que en la década del 70 terminó abandonando los Estados Unidos para siempre. “Mis amigos y yo no decimos United States sino United Snakes (‘Serpientes Unidas’)”, repitió hasta el último día de su vida esta mujer que fue amiga de Martin Luther King y Malcolm X y se negó a vivir en un país gobernado por Richard Nixon.
“¿Le gustó que usaran su nombre en esa canción?”, le preguntaron entonces en una entrevista con la revista neoyorquina Interview. “Sí, pero mucho más me hubiera gustado que cantaran una de mis canciones”, respondió Simone, tan legendaria por su talento musical como por sus desplantes, por su militancia en favor de los derechos de los negros como por su excentricidad, y por el furor con que fustigaba a sus bêtes noires, entre ellas el rap y el hip hop, a los que responsabilizaba de haber arruinado la música.
Educada de niña para ser concertista de piano, Simone terminó tocando blues en bares hasta conquistar por derecho propio un lugar importante en la historia del género, que la registra como la última de las grandes divas negras del jazz que revolucionaron la música popular norteamericanas entre los años 30 y 60. El pasado lunes 21 de abril, Simone, de setenta años, murió en su tranquilo hogar del sur de la campiña francesa, cerca de Aix-en-Provence. Con ella desapareció también una voz singular, única, eslabón perdido entre aquellas eternas y legendarias divas del blues y todas las jóvenes y sofisticadas cantantes del jazz actual.

 


  
Rebelde con causa

“Siempre me pareció un insulto que me compararan con Billie Holiday”, confesó Simone en una entrevista con la revista Details, mientras promocionaba una de las pocas giras norteamericanas que hizo en los años 90. “Para la mayoría de los blancos, jazz significa negro y también significa sucio, y eso no es lo que yo interpreto. Yo hago música clásica negra. Por eso a mí, como a Duke Ellington, no me gusta el término ‘jazz’. Y eso me hace pensar que si me compararon inmediatamente con Billie Holiday fue sólo por el color de la piel. Pero nunca me compararon con María Callas, y eso que siempre fui tan diva como ella. Como yo, la Callas era tempestuosa, absolutamente única, y estudió su música más que cualquier otra de su generación. Podía crear las reglas y romperlas cada vez que quisiera, y el mundo la escuchaba porque era la Callas.”
Eso es lo que Simone siempre quiso: fijar las reglas. Sólo llegó a hacerlo cuando se convirtió en leyenda, pero siempre en el marco del show business. Porque, además, ahí afuera había un mundo, otro mundo, contra el cual siempre chocó de frente. Simone solía decir que recibió su primera lección a los doce años, cuando dio un recital de piano en una librería de su ciudad natal y sus padres debieron resignarse a ocupar asientos en las últimas filas porque eran negros.
Nacida en 1933 en Tyron, una localidad de Carolina del Norte, la pequeña Simone, née Eunice Kathleen Waymon, tocó el piano desde los cuatro años y fue criada con el apoyo de su familia –e incluso de la comunidad negra local– para hacer una carrera de concertista de piano. Pero el sueño se esfumó cuando no logró ingresar a un prestigioso instituto de Filadelfia. “De una frustración como ésa nunca se vuelve”, declaró Nina. “Dediqué miinfancia al estudio a cambio de nada. Fue como si toda mi familia, mis profesores e incluso mi comunidad me hubiesen mentido durante todos esos años, alentando un sueño que sabía imposible.”
Para que sus padres no supieran que tocaba en locales nocturnos de Atlantic City, hacia 1954 adoptó el nombre artístico de Nina Simone. “Nina” porque así solía llamarla un novio hispano de su infancia; “Simone” por Simone Signoret, una actriz francesa que admiraba. Tres años más tarde, NS cantaba en el Carnegie Hall y le escribía a sus padres: “Estoy donde ustedes siempre soñaron que iba a llegar, pero no precisamente tocando Bach”. Su primer éxito fue a fines de los ‘50, con su versión de “I love you, Porgy”, un tema de Porgy and Bess, pero su década fue la del ‘60, cuando encarnó a la cantante sufrida de una época de militancia y las canciones que componía aludían tanto a su vida como a los vientos del momento: “Four Women”, “Young, gifted and black” o “Mississippi Goddam”, que pasó a ser un himno de la lucha por los derechos civiles. “Soy una rebelde pero con causa”, explicó. “Los blancos tienen a Judy Garland. Nosotros tenemos a Nina Simone”, se enorgulleció alguna vez el legendario y combativo humorista negro Richard Pryor. 





 Cuando el arte ataque

Cuenta la leyenda que unos quince años atrás, cuando vivía en Suiza, Nina Simone se cruzó con un ejecutivo de una discográfica que, según la cantante, le había robado sus discos y no le pagaba sus regalías. “Fui a verlo y le dije: ‘¿Donde está mi dinero?’ Cuando me dijo que no me iban a pagar lo que me correspondía, lo seguí hasta un restaurante y una vez allí saqué una pistola y traté de matarlo”, contó un lustro atrás en una entrevista realizada para la BBC. El exabrupto no es raro en una personalidad explosiva como la de Simone, conocida por abandonar escenarios intempestivamente e incluso enjuiciada, en Francia, por disparar con un rifle de aire comprimido, a la Maradona, contra unos adolescentes que merodeaban su hogar. (Pero tampoco es rara esa actitud de soberbia por parte de la industria discográfica.) En la segunda mitad de los ‘80, cuando su versión de “My babe just care from me” fue usada en una campaña de perfumes Chanel, Simone disfrutó de un cierto revival, pero jamás cobró las regalías que le correspondían por el aviso ni por el millón de simples que vendió en ese momento.
Convertida en un mito en fuga permanente desde principios de los ‘70, cuando abandonó los Estados Unidos, Nina Simone viajó por Africa y el Caribe y vivió en Barbados, Liberia, Egipto, Holanda, Turquía y Suiza, antes de recalar finalmente en Francia. “Cuando me fui, estaba totalmente asqueada por los Estados Unidos”, escribió en su autobiografía, I put a spell on you. “Del país que habíamos soñado con construir en los ‘60 sólo quedaba una pesadilla: Nixon en la Casa Blanca y la revolución negra transformada en música disco”. Capaz de versionar canciones de Randy Newman, George Harrison y hasta de los Bee Gees, Simone fue invitada nada menos que por Nick Cave a participar del Meltdown 1999, un festival londinense que todos los años es ‘curado’ por un artista distinto, junto a Arvo Part y el cine del ruso Alexandr Sokurov. Según el London Times, “ningún cantante de jazz desde Billie Holiday llegó a entregar tanta angustia personal en sus interpretaciones como Nina Simone”. A la hora de su necrológica, el Times, siempre tan conservador, juzgó que “mezclar el extremismo político con una personalidad volátil tuvo siempre un resultado imperdonable”. Habría que agregar, en todo caso, que muchas de las canciones que Simone nos regaló consiguieron un raro milagro: hacernos olvidar, al menos por un rato, las peores injusticias del mundo.

jueves, 26 de abril de 2012

Dos poetas chinos contemporáneos


Bei Dao (Beijing, 1949)




Este día


el viento sabe lo que el amor es

el verano del día destella majestuosos colores

un solitario pescador examina

la herida del mundo

una campana oscila violenta y se inflama

gente corretea en la tarde

asumiendo las consecuencias del tiempo

alguien se inclina hacia el piano

alguien carga la escalera del pasado

el adormecimiento se pospone unos minutos

sólo unos minutos

el sol indaga la sombra

y bebiendo agua de un espejo lustroso

veo al enemigo

en medio de un viejo buque petrolero

la canción del tenor enfurece al mar

a las tres de la madrugada abro una lata

y pongo al fuego algunos peces







Sin título


las personas se apresuran, llegan,

retornan a otra vida, se desvanecen en sueños de pájaros

el sol vuela hacia campos de trigo

luego regresa persiguiendo a los mendigos

quien ha rivalizado ante la altura del cielo

aquel cantante que murió joven

planea sobre el mapa del clima

vuela hacia tormentas de nieve portando una lámpara

compré un diario

tomé el cambio del día

y al entrar en la noche

me deslicé hacia una nueva identidad

peces de alabanza

se mueven a través de las lágrimas de todos

escuchen, ustedes, amigos venciendo la corriente, tan vigorosos

y enérgicos, cuán lejos está el mañana







Sin título



Una trompeta labra la tierra

como un agudo arado: ¿por cuánto tiempo más

hasta que la luz del sol irrumpa en la tierra?

¿por cuánto tiempo más hasta que aquellos que escuchan con veneración

se volteen y nos vean?

¿por cuánto tiempo más hasta que nosotros

a través de esfuerzo y ejercicio

alcancemos la gloria?

hasta que el grano llegue al granero

este pensamiento a nadie pertenece

una caída en el nivel del agua entre

este instante y la otra vida;

inmensas olas rompen contra la orilla

próximos a la puerta de la juventud

escuchamos las salvajes palpitaciones

en un espacio aún más vasto

sueño apilado con pajas de arroz







Paisaje sobre cero



es halcón enseñando a nadar a la canción

es canción rastreando el primer viento

intercambiamos fragmentos de gozo

que atraviesan la familia desde diversas direcciones

es un Padre que reafirma la oscuridad

es la oscuridad que lleva hacia la luz de los antiguos

una puerta de gimiente oscilación se cierra

ecos persiguen su llanto

es una pluma que florece en vana esperanza

un brote resistiendo la ruta inevitable

un fulgor de amor que despierta para

encender un paisaje sobre cero



(Traducciones de Raúl Jaime)







Respuesta



Despreciable es el salvoconducto del vil,

Noble, el epitafio del noble.

Vean, pues, en el baño de oro del cielo cómo

Flotan los reflejos serpenteantes de los muertos.

La época de los glaciares ha pasado ya.

¿Por qué entonces todo afuera es hielo?

El Cabo de Buena Esperanza lo ha descubierto:

¿Por qué mueren en el mar las mil velas que compiten entre sí?

Vine hasta este mundo

Y sólo traje papel, una cuerda y mi sombra,

Para estar en el juicio

Y leer en voz alta la sentencia:

Te digo, mundo:

¡Yo-no-creo!

Si bajo tus pies hay mil retadores,

Pues entonces considérame después del número mil.

No creo que el cielo sea azul;

No creo que el trueno tenga eco;

No creo que el sueño sea falso;

No creo que la muerte quede sin retribución.

Si los océanos van a romper los diques,

Entonces que todas las aguas amargas desemboquen en mi corazón;

Si los Continentes vuelven a elevarse,

Entonces la humanidad volverá otra vez a vivir en las alturas.

Las nuevas oportunidades y las estrellas titilantes

Salpican sin estorbos todo el cielo.

Son cinco mil años de pictogramas.

Es la mirada fija de la humanidad futura.







Nuestro sol matutino de cada día



Los frágiles brazos de la hierba sostienen el Sol

Gente de diferente color de piel se encamina hacia ti

Convergen en rayos de luz; tu voz de campana

Sacude la nieve acumulada en la cúspide hasta derramarla

Profundo es el temblor del miedo y el pesar de las arrugas

El espíritu no puede otra vez ocultarse tras una pantalla

El libro abre ventanas; da libertad a las parvadas para volar en círculos

El viejo árbol ha dejado de roncar, ya no echa nuevos brotes

Atar las ágiles pantorrillas del hijo

Pocas mujeres vuelven desde una ducha lejana

Bajar las estrellas y la interminable luz de la Luna

Cada persona tiene la libertad de su nombre

Cada quien su propia voz, su amor, su deseo

Ponerse de pie en la pesadilla del témpano

Al amanecer se derrite, permanece en la oscuridad

Cada persona lleva su propia sombra

Se vuelve pesado el recuerdo bajo sus pies

Al irse poco a poco desaparece

Todos los brazos se unen en el horizonte

Cada historia tiene un nuevo principio

Pues entonces comencemos





(Versiones del chino de Alejandro Pescador)







Shu Ting (Fujian, 1952)





Autorretrato



Para él, ella es su pequeña conspiradora.

Ella ruega por una respuesta, pero no dice una palabra,

Cuando él necesita silencio, ella ríe y hace ruido

Marea y nubla la vista de la gente.

Ella rompe el equilibrio, desprecia los conceptos;

Como una voluntariosa bruja del bosque,

Lo envuelve con un grotesco paso de baile.

Para él, ella es su pequeña conspiradora.

Él arde en deseo; ella se rehúsa a dar;

Él nunca desea; ella, al contrario, pide su entrada.

Atraída por la ternura, evita expresarla;

Aún no ha experimentado el temor de perder;

Ella misma es un remolino; todavía

Hace infinitos remolinos,

Nadie comprende sus brujerías.

Para él, ella es su pequeña conspiradora.

No viene al llamado, no acude a la cita,

Cercanía ilusoria, intenta separar lo inseparable.

A veces parece un témpano; a veces un mar de fuego;

A menudo parece una canción sin palabras,

Cuando escucha, no sabe si es verdad o mentira,

No discierne si el regusto en la boca es dulce o picante.

Suya, suya,

Para él, ella es su pequeña conspiradora.







También esto es todo
(Respuesta a un joven amigo de "Todo")



No todos los grandes árboles

Son derribados por el viento;

No todas las semillas

Se quedan sin enraizar en la tierra.

No todos los sentimientos genuinos

Erosionan los corazones humanos;

No se fracturan a propósito

Las alas de toda ilusión.

¡No, no todo

Es como tú lo dices!

No todas las llamas

Se consumen en su propio fuego,

También iluminan a otros;

No todas las estrellas

Señalan la oscuridad en la noche,

También anuncian los primeros rayos del alba;

No todos los cantos

Pasan rozando los oídos,

También se alojan en el corazón.

¡No, no todo

Es como tú lo dices!

No todos los llamados carecen de eco;

No todas las pérdidas se quedan sin compensación;

No todos los abismos profundos se extinguen;

No toda la desolación cubre la cabeza de los débiles;

No todo espíritu puede quebrantarse bajo las pisadas en el fango;

No todas las consecuencias

Son manchas de sangre y lágrimas,

También son una muestra de alegría.

Todo ahora está preñado de futuro,

Todo futuro echa raíces en su ayer.

La esperanza también lucha por sí misma,

Por favor, coloca este todo sobre tus hombros.





(Versiones del chino de Alejandro Pescador)

lunes, 16 de abril de 2012

Fedor Dostoievski - Voy a hablarles de mí mismo




Soy un enfermo. Soy un malvado. Soy un hombre desagradable. Creo que padezco del hígado. Pero no sé absolutamente nada de mi enfermedad. Ni siquiera puedo decir con certeza dónde me duele.


Ni me cuido ni me he cuidado nunca, pese a la consideración que me inspiran la medicina y los médicos. Además, soy extremadamente supersticioso… lo suficiente para sentir respeto por la medicina. (Soy un hombre instruido. Podría, pues, no ser supersticioso. Pero lo soy.) Si no me cuido, es, evidentemente, por pura maldad. Ustedes seguramente no lo comprenderán; yo sí que lo comprendo. Claro que no puedo explicarles a quién hago daño al obrar con tanta maldad. Sé muy bien que no se lo hago a los médicos al no permitir que me cuiden. Me perjudico sólo a mí mismo; lo comprendo mejor que nadie. Por eso sé que si no me cuido es por maldad. Estoy enfermo del hígado. ¡Me alegro! Y si me pongo peor, me alegraré más todavía.


Hace ya mucho tiempo que vivo así; veinte años poco más o menos. Ahora tengo cuarenta. He sido funcionario, pero dimití. Fui funcionario odioso. Era grosero y me complacía serlo. Ésta era mi compensación, ya que no tomaba propinas. (Esta broma no tiene ninguna gracia pero no la suprimiré. La he escrito creyendo que resultaría ingeniosa, y no la quiero tachar, porque evidencia mi deseo de zaherir.) Cuando alguien se acercaba a mi mesa en demanda de alguna información, yo rechinaba los dientes y sentía una voluptuosidad indecible si conseguía mortificarlo. Lo lograba casi siempre. Eran, por regla general, personas tímidas, timoratas. ¡Pedigüeños al fin y al cabo! Pero también había a veces entre ellos hombres presuntuosos, fanfarrones. Yo detestaba especialmente a cierto oficial. Él no quería someterse, e iba arrastrando su gran sable de una manera odiosa. Durante un año y medio luché contra él y su sable, y finalmente salí victorioso; dejó de fanfarronear. Esto ocurría en la época de mi juventud.


Pero ¿saben ustedes, caballeros, lo que excitaba sobre todo mi cólera, lo que la hacía particularmente vil y estúpida? Pues era que advertía, avergonzado, en el momento mismo en que mi bilis se derramaba con más violencia, que yo no era un hombre malo en el fondo, que no era ni siquiera un hombre amargado, sino que simplemente me gustaba asustar a los gorriones. Tengo espuma en la boca; pero tráiganme ustedes una muñeca, ofrézcanme una taza de té bien azucarado, y verán cómo me calmo; incluso tal vez me enternezca. Verdad es que después me morderé los puños de rabia y que durante algunos meses la vergüenza me quitará el sueño. Sí, así soy yo.


He mentido al decir que fui un funcionario perverso. He mentido por despecho. Yo trataba, simplemente, de distraerme con aquellos peticionarios y aquel oficial, y jamás conseguí llegar a ser realmente malo. Me daba perfecta cuenta de que existían en mí gran número de elementos diversos que se oponían a ello violentamente. Los sentía hormiguear dentro de mi ser, por decirlo así. Sabía que estaban siempre en mi interior y que aspiraban a exteriorizarse, pero yo no los dejaba salir; no, no les permitía evadirse. Me atormentaban hasta la vergüenza, hasta la convulsión. ¡Oh, qué cansado, qué harto estaba de ellos!


Pero ¿no les parece, señores, que estoy adoptando ante ustedes una actitud de arrepentimiento por un crimen que no sé cuál es? Estoy seguro de que ustedes imaginan… No obstante, les advierto que me es indiferente que se lo imaginen o no.


No he conseguido nada, ni siquiera ser un malvado; no he conseguido ser guapo, ni perverso; ni un canalla, ni un héroe…, ni siquiera un mísero insecto. Y ahora termino mi existencia en mi rincón, donde trato lamentablemente de consolarme (aunque sin éxito) diciéndome que un hombre inteligente no consigue nunca llegar a ser nada y que sólo el imbécil triunfa. Sí, señores, el hombre del siglo XIX tiene el deber de estar esencialmente despojado de carácter; está moralmente obligado a ello. El hombre de carácter, el hombre de acción, es un ser de espíritu mediocre. Tal es el convencimiento que he adquirido en mis cuarenta años de existencia.


Sí, tengo cuarenta años… Cuarenta años son toda una vida; son… una verdadera vejez. Vivir más de cuarenta años es una inconveniencia, algo inmoral y vil. ¿Quién vive después de cumplir cuarenta años? ¡Respondan sinceramente, honradamente! Voy a decírselo a ustedes: los imbéciles y los bribones. Sí, ésos son los que viven más de cuarenta años. ¡Se lo diré en la cara a todos los viejos, a todos esos respetables viejos de rizos plateados y perfumados! Lo proclamaré ante el universo entero. Tengo derecho a hablar así porque yo viviré hasta los sesenta, hasta los setenta, hasta los ochenta años!… ¡Esperen! ¡Déjenme recobrar el aliento!


Ustedes se imaginan seguramente que mi propósito es hacerles reír. Pues no; se equivocan en esto, como en todo lo demás. No soy en modo alguno tan alegre como sin duda les parezco. Por otra parte, si, irritados por toda esta palabrería (porque ustedes están irritados; lo veo), me preguntan qué soy en fin de cuentas, les responderé: soy un asesor de colegio. Ingresé en la Administración para poder comer (únicamente para eso), y el año pasado, cuando un pariente lejano me legó seis mil rublos, dimití al punto y me enterré en mi rincón. Hacía ya mucho tiempo que estaba aquí, pero ahora me he instalado definitivamente. La habitación que ocupo está en los confines de la ciudad y es fea, destartalada. Mi criada es una vieja campesina, malvada por falta de inteligencia. Además, huele mal. Me dicen que el clima de Petersburgo me perjudica, que la vida aquí es muy cara, e ínfimos los recursos de que dispongo. Lo sé; lo sé mucho mejor que todos esos sabios donadores de consejos. Pero me quedo en Petersburgo. No me iré de Petersburgo porque… Bueno, ¿qué importa que me marche o no?


Sin embargo ¿de qué puede hablar un hombre honrado con más placer?


Respuesta: de sí mismo. ¡Por lo tanto, voy a hablarles de mí mismo!





En Memorias del subsuelo
Traducción de Rafael Cañete
Imagen: Album Dostoïevski (Gallimard)

martes, 3 de abril de 2012

Antonio Mengs: La voz del agua [sobre "Stalker" de Andrei Tarkovski]




Nada hay en el mundo más blando
que el agua, pero nada la supera contra
lo duro. A ella nada la altera.
(Tao Te King, LXXVIII)



El interés que despierta la Zona resulta en gran medida, como acabamos de ver, del factor de la prohibición. Los visitantes se dirigen a ella con la intención de obtener el privilegio del cruce y satisfacer una curiosidad ilícita: a cambio de un poco de dinero, el Stalker les proporcionará la experiencia única de haber estado. Ya en la cita preliminar, que según comentamos establece la duda causal como premisa, se especula que cuanto allí sucede —no se sabe exactamente qué— tuvo su origen en un agente externo al mundo (la caída de un meteorito), algo sobre lo cual evita él en todo momento pronunciarse.[1]
Al detenerse el monorraíl, tras un breve y hondo silencio, el Stalker alza los brazos para desentumecer los músculos y los deja caer sin fuerza, exclamando: «¡Ya estamos en casa!» Sus compañeros miran recelosos a uno y otro lado, no comparten la misma emoción; para el Stalker, la Zona es su verdadero hogar, el de los anhelos intransferibles, donde se siente cómodo y vuelve a su ser, y es ése el primer dato relevante que nos ayudará a hacernos una idea del entorno. Otros se le irán añadiendo paso a paso, no tan explícitos: en lo que puede considerarse toda una lección de sabiduría cinematográfica, advertiremos cómo el film continúa apelando en cada detalle directamente a los sentidos, a la percepción inmediata, no racional, saturando nuestra capacidad intuitiva.
En la Zona la naturaleza se expresa aún con libertad, la presencia de la vegetación sobrepasa con mucho la de las ruinas y detritus diseminados por doquier —junto a los tanques, bombas de mano y armas diversas: el escenario abandonado de una guerra—. La Zona es la dimensión del color (al acceder a ella, el film cobra suaves y bellas tonalidades que aproximan un matiz de ensueño al color real); pero es ante todo el lugar del agua, de un discontinuo y prolongado goteo interrumpido por pequeñas cascadas y corrientes, del rumor del pozo, la pasión de la lluvia, el repique en las piedras, el delicado chapaleo de la onda. Su clima el del misterio del vaho desprendido en el salto, la sugerencia de lo que emana insustancial; su distancia, la presencia insoslayable del río que pierde la mirada entre matorrales, hacia el horizonte.
Tarkovski daba tanta importancia al paisaje sonoro como al fotográfico y ambos se cuidan en extremo. «Aprende a escuchar los sonidos y a oírlos», cuenta Leila Alexander que le dijo, «¿ves?, la leche tiene su sonido y el agua otro completamente diferente. ¿Cuál te parece más natural? Pero no prestamos atención a esto. Y es muy importante en el cine. Tomemos el agua, por ejemplo. ¡Qué inagotable gama de sonidos! Es música simple y clara. O el fuego ardiendo: algunas veces es una sinfonía, y otras veces una solitaria flauta japonesa. El abedul y el pino arden de manera diferente, huelen de manera diferente y suenan de manera diferente. Hay tanta diferencia en el sonido como en el color.»[2]
El agua actúa, además, como elemento nivelador. Los viajeros pisan constantemente charcos y vadean áreas anegadas que la cámara examina con detalle, forjando una especie de submundo visual en el que la suciedad y los deshechos inician el tránsito definitivo. Diversos iconos de la cultura, sumergidos y destrozados, sufren inexorablemente la desintegración paulatina que les depara el tiempo. Al igual que la memoria arroja el pasado al umbral de la conciencia, pierde sus contornos y cambia su propiedad formal, la erosión neutra del elemento líquido lleva un conjunto de objetos heterogéneos a otra penumbra, la de la abstracción irreductible de la materia, depositando en la representación plástica los aspectos más evasivos de la realidad psíquica: el fondo. Ese fondo que, en Stalker, constituye una metáfora vertebral y representa en cierto modo su horizonte, tan cuidado en la puesta en escena como en el empleo de las técnicas de rodaje.
A veces el agua se mezcla con la suciedad, a veces se tiñe; habitualmente es agua clara que tan sólo arroja una distancia de centelleos, remolinos y ondulaciones entre el ojo del espectador y lo que subyace, como si se nos desprendiera un lastre inasible o asistiéramos a un proceso de purificación, a un bautismo de nuestras naturalezas muertas. Durante la visión del Stalker, como tendremos ocasión de comprobar, se incide en una mayor densidad de esa distancia, amplificando su virtud alusiva, confiriendo al agua las atribuciones del médium.
Mientras aguarda a los otros, antes de reemprender la marcha o adoptar la dirección a seguir, el Stalker a menudo busca recogerse por un instante, y su apartamiento implica una estrecha y directa relación física con la naturaleza. La tierra es a la vez lugar de contemplación, de veneración y de profundo descanso: el reposo exige un lecho sustancial donde mantener la sensitividad activa. De manera análoga, caracteriza su andadura un dinamismo de fricción, por así decir, con el aire y la niebla, la piedra y el musgo, el charco y la arena en el que su propia entidad corporal evoluciona con cierta ligereza no exenta de esfuerzo, pero flexible y llena de soltura.
Acabados de llegar a la Zona, el Stalker se ausenta por primera vez y vaga solitario entre los arbustos: atiende los aromas, procura el roce de las hojas en su rostro, se arrodilla como en oración, se tumba boca abajo hasta rozar la tierra con sus labios —como si deseara mezclarse, fundirse con los elementos; se da la vuelta, y el jadeo de su respiración revela la ansiedad de un encuentro largo tiempo esperado. El rumor de la vegetación es un susurro omnipresente, casi inaudible. Un pequeño insecto recorre curioso sus dedos. Todo vibra en un sólo sentir, un sentir viejo: conocer el camino es amarlo, y porque se ama, se reconoce.
Antes ha dejado un extraño encargo al Profesor, quien revuelve en la mochila, saca tres tuercas de unos cinco centímetros de diámetro y anuda minuciosamente a cada una de ellas una larga venda. Vuelve el Stalker, las recoge y se adentran en la Zona. Los detalles abundan en el film e incurriríamos en falta de tacto pretendiendo su enumeración exhaustiva: por ejemplo, cuando el Stalker sale de su retiro marca la salida el desenganche súbito de un brazo de uno de los postes de telégrafo, amplificado por un acorde electrónico. Sí es importante señalar que durante la escena que acabamos de describir se escuchan inquietantes aullidos procedentes del corazón de la Zona, peor amenaza sin duda que la de las balas de los guardianes al despertar un temor instintivo e irracional.
Avanzan en silencio. El Stalker inquiere en el entorno, como estableciendo contacto con algo; a continuación, lanza una tuerca, tratando de abrir una puerta en el espacio. Ésta describe un arco por el aire, pájaro o cometa de estela blanca y cae unos metros más allá. Entonces invita cortésmente a los otros a avanzar en la dirección de la caída.
Andrei se manifiesta en sus intervenciones públicas y escritas contrario a la interpretación de sus propios símbolos —llega a negar que existan— y a favor de la consideración metafórica del lenguaje del cine. Por el contrario, el espectador no deja de advertir la presencia de determinados elementos que parecen indicar algo y a los que espontáneamente trata de dar un sentido, como es el caso de la tuerca con la venda. No es nuestra intención aventurar una respuesta al símbolo, ni siquiera dar o no razón de su existencia, aunque es preciso señalar lo obvio: el hecho de que aparezcan unos elementos y no otros, revela una elección no casual.
En la confianza de que una observación abierta, sin prejuicios, de dichos elementos pudiera conducirnos a una mayor inteligencia del film, llevemos nuestra atención sensible hacia ese objeto duro, pesado, circular, hueco, que sirve para asegurar un perno aquí sustituido por un elemento ligero, blando, aéreo, vaporoso. En conjunción simple, no mezclados, ligados por un nudo, constituyen el instrumento mágico o el elemento del juego, según se mire, que servirá para indicar el camino a seguir.
Cuando, tras un breve descanso, el Stalker invita a sus acompañantes a continuar y se adelanta, e inmediatamente después de que éstos se incorporen, tiene lugar un suceso asombroso que podríamos relacionar con lo anterior, la caída de una gran piedra en un pozo lleno de nafta y la formulación de un deseo (por lo que la secuencia es conocida como la del «pozo de los deseos»). Nótese, sin embargo, que no se ve la piedra caer ni mano alguna arrojarla, de modo que la escena luce suelta en la mayor de las incertidumbres: no sabemos si la Zona ha provocado el fenómeno, si el pozo, si es algo que sucede en la mente del Stalker o fuera de escena: sólo tenemos la imagen, el estruendoso golpe de agua, la salpicadura y el cerrarse en torno de «algo» las ondas, y mientras él prosigue camino, se oye su propia voz en off:


Que se cumpla lo que se ha pensado.
Que se rían de sus pasiones.
Lo que ellos llaman pasiones no es energía del alma.
Es un cruce entre el alma y el mundo externo.
Lo más importante es que crean en sí mismos.
Que sean débiles como los niños.
Cuando el hombre nace, es débil y flexible.
Cuando muere es duro, como el árbol viejo.
La dureza y la fuerza son amigas de la muerte.
La agilidad y la debilidad indican la frescura del ser.
Por eso, nunca triunfará lo que se endurece.[3]


La siguiente vez que el Stalker arroja la tuerca con la venda por el aire, su gesto tiene un sentido por completo diferente.


Sería aventurado decir que Stalker es un film religioso, no por no contener aspectos que así parecen indicarlo, sino por la intencionada vaguedad con que despliega sus referentes. Sería aventurado suponer que se trata de una fábula: tan ligada está la alegoría escénica y las situaciones infantiles a la madurez intelectual de los protagonistas. Y sin embargo se juega al azar (un azar controlado)[4], se escucha el eco, se echan suertes. El film recuerda a menudo las aventuras de infancia en las que todo lo que se inventa se descubre y por la misma virtud del juego, partiendo de casi nada, adquiere una existencia superior a la de la realidad objetiva. El niño ve brillar un puñal junto a las matas y sabe que detrás acechan su paso los desconocidos. Es probable que llame a sus amigos para afrontar el peligro y es probable también que entre todos reelaboren la circunstancia, añadiendo detalles, compartiendo la historia y al cabo salgan todos huyendo. Pasados unos días, aún no se atreven a volver por el mismo lugar. Donde un adulto ensimismado en sus cuestiones apreciaría tan sólo difusas manchas verdes al cruzar el páramo, el niño ve el arbusto, el puñal y la amenaza. En los métodos del Stalker y en el clima que genera se recupera la provisión secreta de la infancia.
Para el adulto, sin duda, las cosas son muy distintas. El secreto está protegido por la Autoridad y a buen recaudo, al parecer, en una realidad paralela cuya llave perdió hace tiempo. Se ve obligado a ir a su encuentro, a realizar un camino de vuelta cuyo rastro ignora apoyándose en medios de los que no dispone. Tradiciones antiguas aún vigentes describen el retorno como un proceso en el cual se hayan involucrados maestro y discípulo, quienes mediante un sistema de preguntas y respuestas y tratando de inducir un estado de conciencia alterada (los relatos de Castaneda son un buen exponente[5]), van eliminando las trabas que impiden el conocimiento. Sólo de este modo es posible liberar el temor y neutralizar el uso que del poder contenido en el secreto pudieran hacer gentes sin escrúpulos. Una sucinta narración del proceso es cuanto queda, en casos afortunados, como testimonio: el secreto siempre permanece oculto, no desvirtuando su esencia.
Recordemos que el Stalker actúa como acechador y guía del diálogo en general, aun sin parecerlo; indirectamente, se esfuerza en convencer por todos los medios a sus compañeros de viaje de que para transformar en energía del alma la pasión, en consonancia con lo que la Zona muestra, deben realizar en sí mismos las ruinas. Y propiciar el fondo, disolver su materia: dejar que hable la voz del agua. En última instancia el modus operandi de la Zona parece derivarse de sus comentarios, dirigidos a situar al Profesor y al Escritor en la disposición mental adecuada que les permita, modificando los parámetros perceptivos habituales, alcanzar un conocimiento más hondo de sí mismos. Pues los «sucesos» de la Zona, más allá de los comentarios del Stalker, carecen en su mayoría de suficiente realidad. Esta hipótesis, al decir de Andrei, trató de ser conservada a lo largo del rodaje: la de que todo cuanto en la Zona ocurre no fuera sino el hábil truco de un embaucador, un sacerdote de los tiempos modernos o, en sus propias palabras, «una reliquia de tiempos pasados, un idealista».[6]
A fin de cuentas, los fenómenos que se producen en la Zona son muy sencillos: no hay nada espectacular —Stalker no es una película de efectos especiales—, hasta el punto de que el espectador, conscientemente, no advierte que suceda nada antinatural; en realidad, casi no advierte que pase nada. Y sin embargo, algo allí sobreviene, algo allí se cumple, algo que de puro ordinario y al mismo tiempo inesperado recorre el interior y sorprende con un escalofrío. En virtud de las disposiciones del Arte, tenemos la impresión de que la Naturaleza en sí misma, vista de cierto modo, es fantasmal.
«Los sucesos de nuestra vida cotidiana son mucho más misteriosos que los que se pueden presenciar en la pantalla. Si tratásemos de recordar todos los sucesos que, uno tras otro, tienen lugar en un solo día de nuestra vida y los mostráramos en la pantalla, el resultado sería cien veces más misterioso que mi película» aseguraba Tarkovski a propósito de Stalker[7]: basta observar con la atención necesaria para descubrirlo.



Notas


[1] El que no se defina si la causa originaria de la Zona es o no la caída de un meteorito, o resultado de una visita del espacio exterior (como así se explica, en efecto, en la novela original de los hermanos Strugatski) contribuye de maera fundamental a desvincular el film del género de la ciencia-ficción.
[2] Leila Alexander, en Acerca de Andrei Tarkovski, p. 214
[3] Las cinco últimas líneas son adaptación del Tao Te King, LXXVI (ver Apéndice, 2., p. 109)
[4] Como se puede constatar del lanzamiento de tuercas. Hay aquí una diferencia notable con respecto a la novela original. En ella, el procedimiento de arrojar tuercas sirve para determinar si el camino es o no correcto: cuando no lo es, la Zona engulle literalmente la tuerca. En la película, sin embargo, nunca hay una respuesta concreta de la Zona, pese a la aprensión con la que lo realiza el Stalker ―quedándonos siempre la duda de si realmente existe o no un peligro―. El método, en lugar de servir a efectos de comprobación, llega a nosotros como recurso arbitrario del Stalker, de ese sistema de «azar controlado» con el que busca el camino.
[5] La referencia a Castaneda no es casual. Ya escritas estas líneas, tuvimos oportunidad de consultar la recién editada obra de Rafael Llano, que ofrece extractos del diario de Tarkovski por la época en que tenía lugar el rodaje de Stalker. La entrada del 27 de enero de 1979 dice así: «[…] He releído Las Enseñanzas de Don Juan, de Castaneda. ¡Maravilloso! Y muy verdadero, porque 1) el mundo no es en absoluto como aparece a nuestros sentidos; 2) en determinadas condiciones, puede llegar a ser diferente.»
[6] Andrei Tarkovski on Stalker, entrevista con Luisa Capo en “Scena”, 1980 pp. 48-50. Respecto del ideal, ver nota 36
[7] Andrei Tarkovsky Talking, "Cencrastus", 1981



Antonio Mengs, Stalker, de Andrei Tarkowski. La metáfora del camino
Madrid, Ediciones Rialp, 2004