domingo, 13 de febrero de 2011
Entrevistas a Woody Allen
-¿Cómo es un día habitual en su vida?
-Tranquilo, quizá incluso le parezca aburrido. Escribo todos los días, sin excepción. Bueno, sí. Una, ayer, en París. No pude escribir por dos razones: un constipado y tener que coger un avión a Barcelona. Por lo general, me levanto no muy tarde y trabajo. Escribo, salgo a comer, practico mi música, vuelvo a escribir, veo algún partido interesante, si lo hay, en la televisión o en alguna cancha, y no hago ningún tipo de vida pública. No soy una persona social.
-El público tiende a relacionarle con los personajes que interpreta, como si sus películas fueran episodios autobiográficos. ¿Cuánto hay de cierto en ello?
-Una película es un acto creativo, y ésa parece ser una idea a la que no mucha gente parece acostumbrarse. Las relaciones que he descrito con mujeres no son las mías... en su totalidad. O cuando un personaje va al psiquiatra, es una parte de la narración. Parece que hay que hacer un esfuerzo de imaginación suplementario para no relacionarme con todos mis personajes.
-Usted ha sido comparado con Chaplin en genio y en lo prolífico. Ambos comparten haber creado en plena libertad y con el control absoluto sobre sus obras.
-Le considero un creador infinitamente superior a mí. En mi caso, me siento afortunado. Puedo hacer la película que quiero, con el total control sobre todo. Puedo hacer una comedia o un drama y elegir a los actores. Todo eso gracias a un grupo de gente que me da apoyo y libertad, y yo no he hecho nada para merecerlo. Me ha sido dado por personas llenas de generosidad.
-¿Ve sus películas antiguas?
-No las he vuelto a ver, sobre todo aquellas que realicé en los años sesenta. Me resultaba una experiencia brutal, siempre pensando en que querría rehacerlas, para mejorarlas. Si pudiera, de cada una de ellas cambiaría diez escenas que hoy me resultan embarazosas. Dejar de verlas me evita sentirme deprimido durante semanas.
-Los estrenos de sus películas son acogidos como eventos y tiene un público extraordinariamente fiel.
-Es algo que no me explico. Yo he tratado justamente de que ocurriera lo contario: de que ninguna película mía fuera un acontecimiento. Yo simplemente amo hacer una película. No leo las críticas ni sigo los resultados en taquilla. Las hago, las dejo a un lado e intento hacer otra. En eso es en lo que encuentro el máximo placer. El resto no es más que incertidumbre y azar.
-¿Qué es el éxito para usted?
-Poco menos que nada. El éxito aporta menos alegría de lo que se piensa, está sobrevalorado. En cuanto al fracaso, tampoco es tan terrible como se dice. Por eso, lo que hago es concentrarme en el trabajo. Yo ruedo una película, la estreno y hay gente que va a verla. A veces me preguntan, ¿cuál es su público? Jamás lo he sabido.
-¿Con qué se quedaría si se viera obligado a elegir entre el trabajo y el amor?
-Elegiría... nunca he sido un perfeccionista, al contrario, soy un imperfeccionista y el trabajo no ha sido nunca mi prioridad. Trabajo mucho, pero tengo otras prioridades. Pero, ciertamente, el amor es para mí personalmente más prioritario que el trabajo. Mi prioridad ahora es el amor, es la mujer que está conmigo.
-Usted ha permitido en el documental Wild Man Blues filmar su relación privada con Soon-Yi.
-Sí, porque es mi mejor relación, la más armónica, tranquila y feliz que he tenido nunca. Ella es una mujer estupenda que me hace muy feliz.
-¿Aún siente que en Estados Unidos no entienden sus películas?
Nunca he tenido un gran público aquí, ni siquiera cuando ganamos el premio de la Academia a la mejor película [con "Annie Hall"]. Ha sido una constante en mi vida. Cuando era comediante en los cabarets, los críticos me amaban, pero muy poca gente venía a verme. Me promocionaban en Las Vegas y nadie venía a mi espectáculo. Hice televisión y lo mismo: muy bajo rating. Y mis películas tienen siempre audiencias muy pequeñas, aun más bajas ahora.
-¿Por qué?
Quizás a través de los años he hecho demasiadas películas y [sonríe] algunos de mis fans han muerto, lo que es predecible después de tantos años en este negocio. Además, la gente no va tanto al cine y prefiere alquilar películas, y los cines ofrecen menos variedad. Las películas estadounidenses son poco interesantes y los chicos ven cosas estúpidas, que no promueven una fermentación intelectual.
-¿Iría a la Argentina para impulsar un emprendimiento cultural o cinematográfico?
Lo único que me ha prevenido de ir a la Argentina ha sido la extensión del viaje en avión. A mi esposa le encantaría ir, y a mí también. He tenido ofertas para tocar jazz con mi banda allí y en Brasil. Pero me intimida el viaje. No me gusta viajar a Europa, así que imagínese... No soy un gran viajero, pero mi esposa es la que me impulsa.
-¡Así que los argentinos deberían tentar primero a su esposa, para ver si así lo lleva a usted por la fuerza!
[Se ríe] ¡Ciertamente ésa sería una forma de presionarme! Ella insiste mucho en ir a algunos lugares: la Argentina, Brasil y Asia, de donde ella proviene, ¡aunque viajar a Asia me asusta aún más!
-¿Cuál es la primera imagen o idea que le vino a la cabeza cuando mencioné a la Argentina?
Borges [lo pronuncia perfecto]. George Louis Borges. He leído muchas de sus obras e integro varios comités y fundaciones que promueven su obra y honran su memoria. Soy un gran admirador suyo. Pienso también en Alfredo Zitarrosa, aunque era uruguayo. Tengo varios de sus discos. Y, por supuesto, pienso en los clichés que tenemos los estadounidenses: las pampas, los gauchos, los mejores bifes del mundo. También pienso en Buenos Aires como una de las ciudades más sofisticadas, otra París, con un muy alto nivel de arte y cultura.
-En "Bananas" parodió la realidad violenta y pintoresca de América latina. ¿Por qué y cómo la creó?
Hace 35 años, lo que leíamos siempre en los periódicos era la inestabilidad recurrente de las que solían llamarse las "repúblicas bananeras" en América Central y, en menor medida, en América del Sur. Entonces un amigo y yo comenzamos a escribir un guión pensando que sería una atmósfera muy adecuada para una película cómica.
-En esa película, un sargento les aclara a sus soldados que pelearán para ambos bandos: "Esta vez, la CIA no quiere perder", les recuerda. ¿Cualquier similitud con la realidad actual es pura coincidencia?
Correcto [sonríe]. Lo notable es que en aquel tiempo la vida cotidiana en la región era más rica que la ficción: había tanta violencia, tantos asesinatos, que sentimos que podíamos relatarla como una transmisión deportiva y colocamos a un par de supuestos periodistas del canal ABC News. Ahora, con la CNN, ese tipo de desastres son más realistas desde el punto de vista de la televisión, pero no resulta nada gracioso.
-Usted pasó de películas cómicas a producciones más profundas o dramáticas. ¿Refleja la evolución de su visión sobre la vida?
Como artista, me siento más cómodo en la comedia, que me surge más naturalmente, pero como ser humano pienso que la vida es una experiencia muy triste y trágica. Por supuesto que tiene aspectos o momentos cómicos, pero la vida es tragedia.
-¿Cómo avizora la muerte?
Como la tragedia última, máxima. No hay nada después de eso. Es la cesación de toda esperanza.
-¿No hay atisbo alguno de religiosidad en su vida privada?
No. No soy religioso en absoluto. ¿Sabe? En "Melinda y Melinda" hay una mitad cómica y otra trágica, pero en realidad sólo se trata de una tragedia. Una mitad muestra una tragedia absoluta, y la otra, una tragedia con algunos puntos risibles en su desarrollo. Pero no existe una opción en la vida: es tragedia, en su comienzo, en su transcurso y en su final.
-¿Qué es lo que más lo asusta de envejecer?
El deterioro y la muerte. Hacemos todo lo posible por negar u ocultar que nos van a pasar. En mi caso, me encanta trabajar y me resulta terapéutico, como cuando a un viejito lo ponen a tejer cestos. Trabajo porque me ayuda. Si luego la gente va a ver lo que hago, me hace más feliz, pero si no van, ¡me importa nada mientras pueda seguir haciendo películas!
-¿Acaso intenta alcanzar la inmortalidad a través de sus obras?
¡No! [tajante.] No existe la inmortalidad. El arte es apenas una catálisis intelectual del artista, que a veces cree que existe la vida después de la muerte y que sus obras le permitirán alcanzar la inmortalidad. Pero no, olvídese, no existe eso. No sé cómo les caerá a los católicos de su país, pero no hay nada después de la muerte.
-Volví a ver "Bananas", que hizo en 1971. Y usted está allí joven, hilarante y sagaz. ¿Acaso eso no es una forma de inmortalidad?
¡No! Eso no significa nada. Podemos ir juntos a la tumba de Shakespeare y depositar flores sobre ella y hablar de cuán buen escritor era y seguir así por un largo rato. Pero para Shakespeare es lo mismo que estemos allí o que no. ¡El está muerto! Es obvio que implica una gran decepción no aceptar la idea de posteridad, de inmortalidad o de legados, pero en última instancia todo eso no significa nada.
-Se ha dicho que usted, junto a Ingmar Bergman y Akira Kurosawa, formó la trilogía que intentó "hacer literatura" con sus películas...
[Interrumpe.] Para mí, Bergman y Kurosawa son tremendos genios del cine y no siento que alguien pueda ponerme en la misma conversación con ellos. No puedo ser miembro de ese club. Puedo aspirar a ser miembro, pero nunca lo seré, porque carezco de la genialidad que ellos sí tenían.
-¿Son ellos dos los creadores que usted más admira?
Bergman es el que más admiro. Tengo una gran reverencia por Kurosawa y por Fellini, pero Bergman es el que más admiro, por razones particulares. No simplemente porque haya sido el más grande director, por encima del resto, sino porque los temas sobre los que hizo sus películas tienen un significado especial para mí. Otros podrán sentirse más conectados con Fellini o Kurosawa, pero en mi caso siento que Bergman me habla a mí, personalmente, en sus películas. Es mi favorito.
-¿Acaso le atrae en Bergman su planteo sobre el silencio de Dios?
[Asiente con la cabeza.] Bergman me interesa porque sus temas centrales eran los terrores existenciales, el silencio de Dios y las dinámicas religiosas y, en un nivel más personal, su visión sobre las dificultades que tienen hombres y mujeres para comunicarse. Kurosawa me atrae menos por los temas que aborda, pero sí por el modo espectacular en que lo hace, mientras que Fellini me atrae por los temas que aborda, pero en menor medida que Bergman.
-Muchas mujeres consideran que usted conoce muy bien cómo piensan. ¿Siente que es así?
Me siento más atraído por las mujeres. Las encuentro más grandes que los hombres. Desde el comienzo mismo de la vida, ves a los chicos que se pelean, mientras que las niñas son muy dulces. Las mujeres son más civilizadas, gentiles, interesantes y divertidas porque son más complicadas y más emocionales, mientras que los hombres intentan mostrarse fuertes y ocultar sus emociones.
-¿Cómo definiría a la mujer?
Como el género superior. Aun si incluyo a mi madre y a mis ex esposas [sonríe], porque he tenido muy buenas relaciones con ellas. Mi primera esposa era brillante y me ayudó mucho. Sigo siendo muy amigo de mi segunda esposa [por Diane Keaton], y mi tercera esposa... bueno, sigo casado con ella. Todas ellas, más mis amigas y tías, han hecho grandes contribuciones a mi vida.
-¿Qué le disgusta de usted? ¿Su hipocondría, sus obsesiones? ¿Se prepara el mismo desayuno, del mismo modo, desde hace 50 años?
Bueno, tengo algunos pésimos hábitos. Soy perezoso, cobarde, impaciente, corto de mente? Pero también admito que no le deseo mal a nadie, que trato de ayudar y que tengo una actitud de vivir y dejar vivir.
-Los roles que asume suelen ser de indecisos, cobardes, perdedores. ¿Le gustaría, alguna vez, actuar de ganador y conquistar a la mujer más bonita?
No, realmente. ¡No creo que pueda convencer a los espectadores con semejante personaje! Represento mejor personajes con otras condiciones que me son más naturales: incompetentes, cobardes, inestables... Usted sabe, ese tipo de cosillas.
-Ultima pregunta: ¿se animaría a ser analizado por un lacaniano?
¿Usted dice en sesiones cortas? Reconozco que, como decía Bruno Bettelheim [psiquiatra sobreviviente de los campos de Dachau y Buchenwald], a veces se puede mejorar casi de inmediato, como ocurría en los campos de concentración, cuando un neurótico o un fóbico cambiaban en un segundo, y no siempre para mal, con una pistola en su rostro. Dicho esto, le respondo: no, no me animaría con un lacaniano, porque anticiparme a que, en cuanto entre en el consultorio, un tipo me diga: "Vaya directo al punto"... ¡Ah, no! ¡Me haría entrar en pánico! ¡Sería dramático para mí!
-¿Qué filósofos siente que le hablan cuando los lee?
-Los más interesantes pueden ser los filósofos alemanes, aunque es bastante interesante cuando se lee a Platón por primera vez. Desde un punto de vista artístico, es divertido. Lo mismo con Nietzsche. Es divertido. Encuentro a Hegel aburrido y uno avanza trabajosamente con él. Pero lo que te mata está muy profundo; los que tienen más sentido para mí resultaron ser los filósofos racionalistas y pragmáticos que básicamente son más grises, pero con los que es más difícil discutir. Al final, mucho de Bertrand Russell tiene más sentido y resuena mucho más profundamente conmigo, aunque él no es ni de cerca tan divertido o interesante como, digamos, Camus, Jean Paul Sartre o Nietzsche, que son más dramáticos y se preocupan más por asuntos de vida y muerte y hablan sobre esos temas de maneras muy escabrosas.
-¿Alguna vez se ríe de su propios chistes cuando los escribe?
-Sí, todo el tiempo. Y a menudo [se ríe] no coincide con aquello con lo que la gente se ríe. Escucho un chiste por primera vez cuando lo escribo o cuando lo digo. Estoy en una habitación y escribo el chiste o lo digo en voz en alta a medida que sale de mi inconsciente, así que lo escucho y me río como si lo contara un extraño.
-¿Quién tuvo la mayor influencia sobre usted?
-Adoré mucho a Bergman cuando comencé a hacer películas y aún pienso que es el mejor realizador que jamás he visto. Cuando piensas sobre mí en ese entonces, ¿qué era yo realmente? Un cómico de la noche, un escritor de gags de Broadway. No era un intelectual, no era una persona melancólica y sombría. Iba a los juegos de béisbol y a comer a Elaine s. Jamás había visto una cámara por dentro, no sabía lo que estaba haciendo, pero mi mayor influencia es Bergman. Es algo tan incongruente y tonto, la disparidad entre las personas que me influyeron: Bob Hope e Ingmar Bergman [se empieza a reír]. Así que por supuesto vas a tener un extraño híbrido de película que está llena de ocurrencias como las de George S. Kaufman o Bob Hope y una cierta dramática estilizada que caracteriza a los filmes suecos más pesados por parte de un cómico inculto de club nocturno abordando un asunto que es bastante serio y profundo. Así sale esa extraña mezcolanza [se ríe]. Pero para bien o para mal, para la gente, las películas eran sorprendentes y diferentes, yo no estaba haciendo una cosa convencional. Era, como cualquiera que comienza, un producto de mis influencias. Y mis influencias eran tan antitéticas.
-Deme una evaluación de su carrera hasta ahora.
-Mi sensación objetiva es que no he alcanzado nada significativo en términos artísticos. No lo digo con pesar, sólo describo lo que siento. Siento que no he hecho una verdadera contribución al cine. Comparado a contemporáneos como Scorsese o Coppola o Spielberg, no he influido a nadie, no de manera significativa. Stanley Kubrick sería un ejemplo de primera. Yo no he tenido ningún tipo de influencia. Por eso me resulta tan extraño que me hayan prestado tanta atención a través de los años. Y no estoy siendo una persona exageradamente modesta. Cuando soy bueno, sé apreciarme. No estoy triste ni soy confesionalmente masoquista, pero soy lo suficientemente astuto para saber que maximicé mis limitados talentos, hice buen dinero comparado con mi padre y, más importante, hasta ahora he tenido buena salud.
Cuando era chico, solía irme al cine para escaparme, 12 o 14 películas por semana, a veces. Y como adulto, he sido capaz de vivir mi vida de una manera autoindulgente. Logro hacer las películas que quiero y así logro vivir en ese mundo irreal de mujeres bellas, hombres ingeniosos y situaciones dramáticas, y manipular la realidad. Sin mencionar la música maravillosa y los lugares a los que me ha llevado [carcajadas]. Oh, y a veces logré salir con algunas de las actrices. ¿Qué podría ser mejor? Me he escapado hacia una vida en el cine, del otro lado de la cámara, más que del lado de la audiencia [pausa]. Es irónico que haga películas escapistas, pero no es que la audiencia escape, soy yo.
Ha explorado las relaciones humanas en todas sus películas ¿Cuáles son las respuestas que ha encontrado?
[...] Barcelona es una ciudad hermosa, hay mucha luz, la música es muy bella y los actores también lo son. Sin embargo, los personajes de Javier y Penélope no pueden estar juntos, pero tampoco pueden vivir separados, por lo que se sienten permanentemente insatisfechos. Lo mismo pasa con el personaje de Scarlett Johansson, que sufre de una insatisfacción permanente, ya que desea algo pero no sabe qué es, de modo que jamás logra encontrarlo. Nunca nada logrará contentarla porque no sabe qué es lo que necesita, pero el problema está en ella. El personaje de Rebecca Hall va a casarse, sabe que le espera una vida aceptable y tranquila, sin altibajos, que de alguna forma será como la que tiene el personaje de Patricia Clarkson. Siempre tendrá la sensación de que ha perdido ciertas oportunidades en la vida. La verdad es que tengo una visión pesimista de las relaciones amorosas. Mi visión es que uno puede hablar sobre eso con sus amigos, hacer conjeturas, planificar estrategias o ir al terapeuta. Puedes ir a ver al consejero matrimonial, tomar medicamenos o hacer todo lo que se pueda, pero en definitiva es sólo una cuestión de suerte. Esa es la pura verdad, sólo pasa por la suerte.
¿Cómo logra crear personajes femeninos tan eficaces en sus películas?
Es curioso, porque en la primera parte de mi carrera nunca fui capaz de escribir buenos papeles femeninos. No lo logré en mis primeras dos películas, tampoco cuando escribía mi espectáculo de cabaret, ni cuando hacía sketches para televisión. Siempre me concentré en el punto de vista masculino. Trabajé de esa forma durante un tiempo, y de hecho la gente me lo comentaba. Luego, trabajé con Diane Keaton en "Sueños de seductor" y comencé a salir con ella, nos fuimos a vivir juntos y estuvimos muy unidos. De esa forma, a través de una especie de osmosis socrática, empecé a escribir papeles femeninos. Comencé escribiendo para Diane, y así descubrí que era capaz de hacerlo. A partir de ese momento, de alguna manera escribí sólo papeles para mujeres. Me refiero a que empecé a hacerlo con mayor frecuencia, hasta que me especialicé en eso. Me gustan las mujeres y disfruto con la compañía femenina. De hecho, la persona con la que hago el montaje, mis ayudantes en la sala de montaje, mis encargadas de prensa y mi productora, son todas mujeres. Su presencia me estimula mucho. Además, por alguna razón me resulta interesante escribir sobre ellas. Aunque también me gustan los papeles masculinos, la verdad es que pongo todo mi corazón sólo cuando escribo para ellas. Lo cierto es que no puedo olvidar esta transición desde una completa incapacidad para escribir papeles femeninos, cuando sólo era capaz de imaginar mujeres unidimensionales, hasta que comencé a escribir para ellas constantemente y adquirí la capacidad de crear personajes que resultaran creíbles. Con el paso de los años he escrito muchos personajes femeninos que llegaron a ser algunos de los más interesantes que he creado en mi carrera.
-¿Qué significa el cine para ti? ¿Estás obsesionado con él?
No estoy obsesionado. Uno de los placeres de mi vida cuando niño, era ir al cine. Como adulto, también voy al cine. También ha sido una manera de ganarme la vida. Soy alguien que fue corrido de la escuela y que no tiene ángel para los negocios, o la medicina, o leyes o cualquiera de esas cosas. He sido capaz de vivir a lo largo de los años, de hacer películas. Es un trabajo despreocupado. En realidad no es un trabajo físicamente difícil. Entonces me gusta hacerlo, pero no he estado obsesionado con él. Si no pudiera trabajar en otra película, sería muy feliz trabajando en el teatro o escribiendo libros o algo así. Pero sí me gusta el cine. Es una forma de entretenimiento bastante placentera para mí.
- Siempre haces declaraciones diciendo que tus películas están muy lejos de reflejar tu vida actual. Esta parece mucho más autobiográfica. ¿Lo es?
Bueno, sólo profesionalmente. Actúo como un director de cine y soy un director de cine. Pero no estoy loco. Jamás he sido demandado por el no-cumplimiento de una película. No soy tan hipocondríaco. Soy alarmista y hay toda una diferencia. No imagino que estoy enfermo; pero si se me parten los labios o algo así, de inmediato pienso que es cáncer. Me voy directo a lo peor que puede pasar, es una neurosis distinta. En realidad nunca he tenido enfermedades psicosomáticas.
- Sin embargo hay pequeños momentos en el filme que parecen reflejar lo que pensamos que sabemos sobre ti.
Pude hacer “reflejo” muy preciso en la película porque sé muy bien cómo trabaja un director de cine. Sé qué es lo que ocurre en el set, lo que ocurre en las juntas de los cuartos de hotel. Entonces pude “reflejar” de manera precisa en la película y esas son experiencias mías. Pero podrías estar hablando con cualquier director de cine y te diría lo mismo. Le pasa a todo el mundo. Si usara mi propio personaje, no sería ni la mitad de gracioso que el personaje de Val en la película.
- Muchos directores han hecho películas sobre cómo hacer películas. Es un objetivo muy jugoso. ¿Por qué escogiste este objetivo ahora?
Nunca pensé en esto como un “objetivo”. Sólo pensé, ¡Dios, ésta es una idea graciosa! Jugué un poco con ceguera psicosomática y pensé en diferentes profesiones en las que sería gracioso. En algún punto pensé en cirugía. En otro momento pensé en el boxeo. Y luego la noción de un director de cine me pareció gracioso, pero no estaba interesado para nada, en satirizar Hollywood. Sólo me interesaba en lo divertido que sería un director de cine ciego forzado a hacer una película porque su carrera estaba en peligro. La única oportunidad que pudo obtener fue a través de su ex esposa y del apuesto director del estudio que le robó a su esposa. Ahora tiene que trabajar con estas personas todos los días.
- ¿Qué ocurre con Nueva York?
Nueva York es muy bueno para mis películas pero, ¿sabes? Es la cosa más rara. Nunca han podido descifrar datos demográficos. Pensaron que me iría muy bien en pequeños pueblos junto a grandes Universidades, pero en algunos me fue bien y en algunos no. Simplemente no se puede descifrar.
- ¿Esto te confunde?
Estoy confundido en el sentido de por qué no les va mejor a mis películas porque siento que son accesibles. No todas son buenas pero otras son tan buenas como cualquier otra película que le va bien en taquilla. Así que nunca he podido descifrar por qué siempre he tenido una audiencia tan pequeña.
- ¿Es aficionado a que le lean la mano o los posos del café como ocurre en la película?
- No creo en esas supercherías de charlatanes y exorcistas. Y a mi edad, entenderá que ya no me interese. Lo que lleva a la gente hacia estos seres es pura desesperación. Necesitan algo en qué creer para combatir el terror y el dolor de la existencia. Van incluso a curas, rabinos, hombres santos...
-¿No alimenta superstición alguna?
-Todos los días, durante mi desayuno, el plátano que me preparo debe ir cortado en siete pedazos de igual tamaño. Ni ocho ni seis.
- ¿Se estremece cuando se le cruza un gato negro?
-El gato me puede alterar algo los nervios, pero mi superstición, como le digo, pivota sobre el plátano de la mañana...
Defina la felicidad con sus propias palabras.
- La felicidad es un autoengaño, cosa que no me disgusta. Porque la vida da miedo, por lo menos a mí, y muchos buscan respuestas imposibles entre clarividentes y nigromantes. Es casi como el sustituto de una religión.
- ¿Teme a la muerte?
-Yo estoy francamente en contra de la muerte. Mi única esperanza, dado mi pesimismo, es que mis padres fueron muy longevos. Lo que más detesto es la vejez: no es nada divertida, no es un buen guión y pierdes más vista e inteligencia. Además, te duele la espalda. Aconsejo evitarla si se puede.
¿Le viene más a menudo la muerte a la mente, ahora que se está haciendo mayor?
Siempre ha estado presente. Recuerdo que en Bananas (1971) me metía en un ataúd, cerraba la tapa y me estaba un rato dentro por el gag. Y en La última noche de Boris Grushenko (1975) escribí mi propia muerte. Este tema siempre me ha obsesionado, pero no más ahora que me estoy haciendo viejo.
Si pudiese escribir su muerte en la vida real... ¿sería divertida?
No; moriría tranquilamente mientras duermo.
Hay gente que piensa que sus películas son mejores cuando usted no actúa en ellas.
Yo soy de los que lo piensa.
Usted y el presidente Bush tienen una cosa en común: los equipos que trabajan con ustedes están en casa a las 6 de la tarde...
Seguro que tenemos más cosas en común. Pero déjeme decir que no me estoy refiriendo a la política; estoy al otro lado del espectro. Por lo demás, a los dos nos encanta ver deportes.
Siempre se ha mantenido alejado de la política, pero... ¿no cree que es el momento de que los intelectuales hablen sobre lo que está ocurriendo en USA?
Siempre me he mantenido a distancia porque, desde el punto de vista artístico, nunca me ha interesado la política. Nunca me he considerado un intelectual que tenga algo novedoso o interesante que decir sobre el tema. Mi opinión no es diferente de la del tipo de la calle que siente que la administración no está trabajando bien para nosotros. Así me siento, sin hostilidades personales. Esperaba que la administración Bush hiciera un buen trabajo y no lo han hecho. Y trabajaré duro para que gobierne un partido diferente; creo que eso ocurrirá.
Se dice que los artistas siempre tienen que robarle ideas a los demás para crear, ¿está de acuerdo?
No lo creo, nunca lo he sentido así. Creo que la sociedad le pide mucho a los artistas, pero también les consiente demasiadas cosas, los mima muchísimo. No estoy de acuerdo con eso. Creo que ser un artista es un accidente de la naturaleza, se nace con ello, como cuando se nace pelirrojo, o de ojos azules. Es una suerte. Y todo el mundo disculpa a los artistas por cualquier cosa. Si son egoístas, lo entienden porque ‘es un artista’, si le roba ideas a los demás, lo mismo. Si comete un crimen, ¡también! Porque ‘es un artista y es temperamental y pasional’. Es como si fueran dioses y a mí eso me parece un sinsentido. Creo que los artistas no deberían ser sobreprotegidos, ni excusados de sus responsabilidades. Es un grave error.
¿No tiene miedo de repetirse?
Es algo que no sólo me preguntan sino que muchos me critican. Sinceramente, no me importa si el argumento o las ideas de una nueva película son novedosas, sorprendentes, originales o repiten esquemas de trabajos previos. Si se me ocurre algo y estoy íntimamente convencido de que es lo suficientemente inteligente e interesante, lo desarrollo como para filmarlo. Siempre intento hacer algo genial, al nivel de “Citizen Kane” (se ríe), pero nunca sale tan bien, así que me doy por vencido. He aprendido a ser un poco más tolerante conmigo y con los demás, a bajar las altísimas expectativas que tenía de joven, a conformarme. Por suerte, siempre tengo la oportunidad de redimirme a los pocos meses con el proyecto siguiente.
¿Siente que hay temas que lo obsesionan y que por lo tanto vuelven con los años?
Por supuesto. Cuando uno va al analista los mismos temas salen una y otra vez durante años. Al principio, trataba de no repetirme porque tenía 5 o 10 películas. Pero ya llevo 40. No me importa repetir un tema, trato al menos de no repetir los chistes, pero ni con eso tengo suerte. Cuando llego a la mesa de edición, Alisa Lepselter, que ha montado todos mis films desde hace más de dos décadas, dispara la frase mortal: “Ese gag ya lo hiciste antes” (se ríe).
¿Y usted en qué cree?
Creo en sobrevivir lo más que se pueda (se ríe). No soy una persona religiosa ni espiritual, no creo en ilusiones. Me ha pasado -y hay varios autores que han escrito sobre esto- de estar paseando por la playa, apreciar el atardecer y sentir que puede haber algo más poderoso y trascendente, pero esa sensación dura apenas un instante y luego se esfuma. Así que me queda sólo una sospecha (se ríe).
¿Le molesta no encontrar respuestas a esas preguntas?
No, porque son preguntas que se vienen haciendo desde siempre, incluso en culturas ancestrales, como la griega o la egipcia. A mí me gusta analizar aquello que no tiene respuesta, por eso jamás hago películas sobre cuestiones políticas o sociales, que sí tienen respuestas. Esos temas me interesan como ciudadano, pero no como cineasta. Jamás haría una película sobre la situación de la mujer o de la comunidad afroamericana. Frente a cuestiones como la vejez o la muerte, todo lo demás me resulta irrelevante.
En varios de sus films aparece la figura del mago o la magia. ¿Por qué lo fascina tanto?
Porque vivimos en medio del caos, de una desesperación global. Ni la ciencia ni la filosofía ni el arte ni la política han encontrado verdaderas soluciones y entonces está la tentación de la salida mágica. Antes el temor era por la Guerra Fría, hoy es por la economía. Una economía que amenaza incluso a un gran presidente demócrata como Obama. La gente no se trata bien y ése es el principal problema, el origen de todos los males.
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