lunes, 17 de enero de 2011

Entrevista a George Harrison (1987)





Llegué a Henley-on-Thames, el lugar en el que Harrison vivía, en tren, una tarde de sábado del mes de junio. Su esposa Olivia me había dicho que alguien me recogería en la estación, así que me quedé en la plataforma esperándolo. Cuando vi que no quedaba más nadie, oí una voz detrás de mí que decía: “Parecés ser la única persona en este lugar que viene de Nueva York.” Me di vuelta y allí, sonriendo, estaba George Harrison.

Un rato después, estaba sentado en el asiento del acompañante de su Ferrari 275 GTB negra, mientras él me llevaba a su propiedad, llamada Friar Park. Mientras manejaba, me miraba. “Así que ayer hablaste con Paul. ¿Qué está haciendo?” Esto es en lo que se convirtieron los Beatles, pensé: George Harrison tiene que preguntarme a mí qué está haciendo Paul McCartney.

Cuando pasamos por la entrada de Friar Park, la espectacular mansión de Harrison comenzó a divisarse entre los árboles. Parecía algo salido de un cuento de hadas. Mientras yo miraba boquiabierto, Harrison estacionó en una de las casas de invitados, en donde realizamos la entrevista. Nos sentamos en la mesa de madera del comedor, fumamos y hablamos durante dos horas, hasta que el cielo del final de la tarde se cubrió de nubes.






¿Hubo un momento específico en el que tuviste claro que la gente veía a Los Beatles como algo que le daba sentido a su vida?

Cuando comenzamos a tener éxito en Inglaterra, la prensa se fijaba en cómo nos vestíamos, lo cual, supongo, estaba cambiando la imagen de la juventud. Fue algo que definió a la época. Para mí, 1966 fue el momento en que el mundo entero se abrió y tuvo mayor sentido. Pero eso fue un resultado directo del LSD.

¿Cómo te afectó consumir LSD?

Fue como abrir una puerta, realmente, y antes, uno ni siquiera sabía que esa puerta existía. Me abrió una conciencia nueva, distinta, incluso aunque estuviera, como dijo Aldous Huxley, en las maravillosos pliegues de los pantalones de gamuza gris. Desde ese mínimo concepto, hasta el hecho de que cada brizna de pasto y cada grano de arena son algo vibrante y latente.

¿Te hizo sentir que tu vida podía ser muy diferente de cómo era?

Sí, pero eso también presentaba un problema, porque empecé a cuestionarme si era tan bueno ser famoso y ser solicitado, pero, sabés, eso es algo ridículo, realmente. Desde entonces, nunca disfruté la fama. Cuando desapareció la novedad -cerca de 1966-, se convirtió en un trabajo pesado.






Parece como si esa época hubiera estado increíblemente comprimida. ¿Tenías esa sensación de compresión?

Ese año -podría nombrar cualquier año entre 1965 y los 70- fue como “no puedo creer que hayamos hecho tanto”. Pero esos años parecieron durar como cientos. El tiempo se estiró. A veces siento como si tuviera 100 años.

¿Fue en ese momento que tu identidad como uno de Los Beatles comenzó a hacérsete opresiva?


Sí, absolutamente. De vuelta, con la comprensión que tenía después del ácido lisérgico. Esa cosa tenía un poder increíble. Y era difícil ser capaz de manejar el hecho de que toda esa gente pensaba que uno era algo maravilloso. Era difícil lidiar con el ego. Yo sentía una especie de nada.

¿La decisión de para de girar en 1966 fue parte de repensar sus vidas como Los Beatles?

Bueno, de hecho yo quería parar de girar desde 1965, porque me estaba poniendo muy nervioso. Ellos seguían planeando esas presentaciones en San Francisco para ser grabadas y yo decía: “Yo no quiero hacer eso de ninguna manera”. Estaba esa película The Manchurian Candidate [El embajador del miedo] [acerca de un héroe de guerra que regresa a casa programado para realizar un asesinato político]. Yo pienso que a la luz de la historia uno puede ver que cuando la gente se hace muy importante, es muy posible que algo así suceda. Aunque esa época fue muy anterior a todo este terrorismo. Solíamos ir y venir de Beirut y lugares así todo el tiempo. Ahora no podrías ni soñar con ir de gira a los lugares a los que nosotros fuimos. Especialmente, con sólo dos managers de gira: un tipo que se ocupaba de los equipos, que constaba de tres amplificadores, tres guitarras y una batería, y un tipo que se ocupaba de nosotros y de nuestros trajes.

¿Tu interés por la meditación trascendental y otras disciplinas espirituales te ayudó?


¿Con todo el pánico y la presión? ¡Sí! Absolutamente, creo. Aunque hasta que probé LSD nunca me había dado cuenta de que había algo más allá de este estado de conciencia. Pero la presión era tanta que, como dicen, “debe haber alguna manera para salir de esto”. Para mí, definitivamente fue el LSD. La primera vez que tomé, estalló todo. Tuve una sensación de bienestar tan sobrecogedora, que sentí que había un Dios, y que yo podía verlo en cada brizna de pasto. Fue como ganar cientos de años de experiencia en 12 horas. Me hizo cambiar, y no había modo de volver a lo que era antes.


Por Anthony Decurtis

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