viernes, 9 de mayo de 2014

Washington Cucurto: poesías


Con tu prosapia de negra jamaiquina…

Con tu prosapia de negra jamaiquina,
boliviana o colombiana,
—no se sabe con exactitud, pero se intuye,
a esta altura,
que debió haber sido de pura cortesía,
que aceptaste el ondulante galanteo...
 
Deberías estudiar letras,
licenciarte a fuerza de sumas y promedios
y así lograr por vez primera, tener entera
¡de pura primavera!,
una novia portorriqueña.
Te la pasas de joda
con estudiantes de márketing
de universidad palermitana,
y enloqueces a los estudiantes de la escuela de
periodismo,
mal que pese a tu sociabilidad:
son de bajo arancel
y carácter exonerado en excelentísimas tertulias,
y su logo es de lindos caracteres
tiene en su título, ¡así de lindo!,
¡como un epifánico epigrama!
es el epígrafe de la Facultad de Bs. As.
y hasta tiene letras góticas...
en la caligrafía goza de una tipografía muy atípica,
que ni saben tal o cual
tu parafarsaria, si jamaiquina,
boliviana o colombiana...
 
te llevan en auto hasta tu depto
de Luis María Campos
y Bernardo O'Higgins,
pero tu eres generosa
y a ninguno le escatimas
 
tu cariño caribeño y tu cama calurosa,
 
y ahora licenciada, licenciosa,
a fuerza de números te recibiste en letras
y ya no le das bola a esos jactanciosos
jugadores organizadores de jodas...




Y he contribuido al bienestar nacional...

Cierto es que añoro los tiempos
en que el monzón pasaba sacudiendo
mis cabellos y de mí salía un dulce
olor a duraznos y lo mejor ocurría
cuando las papayas florecían
en el fondo de mi patio.
Y no hay escala mejor para el amor,
que cuando las papayas florecen
sobre la hierba seca y dura
en el fondo de tu patio...
Ah, lejanos tiempos en Lima La Horrible
o atendiendo una ferretería
en la bellísima Panamá.
Me han amado y me han dejado:
como corresponde a todo lo bien amado.
Tuve tres hijos en Panamá
y seis en Venezuela. ¿Qué más puedo pedir?
No me quejo del amor
ni de sus cuidados.
Me ha dado más que a muchas.
He gastado treinta largos años,
para adquirir experiencia
y a mi poca sabiduría la tengo bien atendida
y cotejada. Ya basta, ya no soy una florcita,
estoy próxima al polvo de los cincuenta
y lejos de la silueta.
Soy la respetabilísima, la Dominicana.
He pagado los impuestos con mis ahorros.
 He contribuido al bienestar nacional.
Y todavía conservo el orgullo
de afirmar que ninguno
ha sido infeliz en esta cama.
¿Me escuchas? ¿Estás ahí?
Te estoy hablando, pelotudo.




 
Negrura ascendente

Celebrando alegres funerales o fiestas fúnebres
mortales
vienen a oscuras rascándose la ñema,
vienen flotando tercetos de negras testarudas;
¡son la partitura oscura de los ángeles! .
El conventillo entero vuela por los cielos,
las cañerías se piran por las tardes.
A mí se me van con sueño los desvelos y al rato
vuelven mis sueños desvelados.
y así se va quedando el infinito sin estrellas
y la alta mar sin vanidad se queda.
 
Todo ocurre de puro zopetazo
como arte fresco o muerte suave.
Y todo tiene tal locura que hasta la nieve emigra
hacia los Emiratos Árabes; y la locura sigue por ser
loca
y cruza el cielo como estalactitas o partes ínfimas
de un gran cometa.
Ahí vienen,
—palomas negras de mal agüero—,
subidas en una alfombra voladora .
lésbicas, sexuales, besándose de a pares:
Carolina, Karina, Cilicia y Ferisbunda.
Las negras hijas del demonio se divierten por los
aires,
dejando chancros en mi corazón ardiente.
Vuelan las tickis besándose a las chiris
tomadas dulcemente de la mano.
En su honor octogenarios niños bailan un
cumbiazo,
y dale que dale las sillas boxeándose de a pares.
 
El conventillo entero vuela por los cielos.
¿Señor, habrá un diáfano caer de multitudes negras?
¿Vendrán al cabo asopranados protestando?
Las chipas refulgen en el cielo.
Arde el sancocho enamorado de las peras.
 
El chipaguazú amargo se chivea.
Se chivean las peras y los chivos de la Cordillera.
Marchan los ladrones de guantes blancos
y sueltan a los ladrones de pies descalzos,  ¡bravo!
 
Ardiendo están las negras en mi corazón helado
y tiritando están las mongas en el yoti ardiente
como hojas secas o flores de la muerte.

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