En "Una ola de sueños", Louis Aragon intentó definir por primera vez la surrealidad: "el horizonte común de las religiones, de las magias, de la poesía, de la locura, de las ebriedades y de la vida endeble". El texto se acaba de editar con un generoso ensayo sobre el surrealismo y con textos inéditos en español, algunos de los cuales aquí se reproducen.
Muchas veces, ciertos descubrimientos literarios redimensionan lo conocido, agregan sedimentos de lectura a viejos textos, brindan vida nueva a supuestos cadáveres que no están muertos. Una ola de sueños, que podría considerarse como el verdadero primer manifiesto del movimiento surrealista, acaba de ser publicado en la Argentina, en una cuidadosa edición a cargo de Ricardo Ibarlucía. El rescate del texto de Louis Aragon produce esa operación reanimadora otorgando iluminaciones novedosas acerca de los recorridos del surrealismo. Una lectura actual de los alcances de este movimiento supone poner a debate los significados de la pasión, discutir la trágica trayectoria del siglo XX, considerar el real alcance de los sueños, reflexionar sobre la vigencia de las utopías y discutir el papel y la contemporaneidad de las vanguardias. Así es: el surrealismo conserva aún sus virtudes estimulantes. La publicación de este libro es una buena oportunidad para comprobarlo.
Prestigios
Las consideraciones que, por lo general, se realizan sobre Aragon están teñidas por la ruptura que realizara con el movimiento surrealista y su posterior adhesión al Partido Comunista Francés y al "realismo socialista", marco estético alumbrado por el stalinismo. En 1932 la separación se produjo debido a que André Breton lo intimó a plegarse a la disciplina surrealista, cuando él estaba sometido a la del partido. Seis años después Breton escribiría junto a Leon Trotski un furibundo manifiesto que condenaba la estética soviética oficial. Mientras tanto, Aragon se convertía en el poeta del PCF y en uno de sus intelectuales más reconocidos. "Siempre consideré a esta ruptura como una gran desgracia", comentó Aragon en 1968 en una entrevista. En mayo de ese año, las paredes parisinas recogían el programa y las máximas del surrealismo, mientras Aragon era dejado a un lado, o repudiado, por los jóvenes en estado de rebelión. Quizá por eso sus textos tempranos fueron ignorados aun por la crítica literaria.
"Phillipe Sollers, por ejemplo", cuenta Ibarlucía, "decía que a Aragon le había faltado elaborar aquella obra maestra de sesenta páginas que lo inscribiera en la historia de la literatura. Evidentemente no había leído Una ola de sueños ni El campesino de París, dos obras maestras inclasificables, de treinta y cien páginas, respectivamente". Escritos simultáneamente, estos textos no fueron reeditados a pesar de la importancia que ambos tuvieron en su época. El libro de los pasajes, de Walter Benjamin, dialoga constantemente con El campesino de París, mientras que Una ola de sueños es uno de los libros fundadores del surrealismo, en cuanto narra sus orígenes, menciona las palabras surrealidad y surrealismo por primera vez, le otorga un sustrato filosófico sobre el que erigirse y propone un programa antes que cualquier manifiesto de Breton.
Historias
Aragon escribe sobre los primeros experimentos de escritura automática realizados por Breton y Phillipe Soupault y las primeras elaboraciones acerca del carácter de los sueños. A René Crevel, cuenta Aragon, una dama con poderes de medium le reveló el método para entrar en trance hipnótico y esta experiencia fue compartida por varios de sus compañeros surrealistas que se encontraban para hablar sonámbulos y tomar nota de sus dichos y vivir entonces en estado de constante poesía.
Estaba comenzando la revolución surrealista, nacida, según sus impulsores, para transformar las estructuras —como quería Karl Marx— y para cambiar la vida —como aconsejaba Arthur Rimbaud. Como dicen en su declaración colectiva de 1925: "No tenemos nada que ver con la literatura. El surrealismo es un medio de liberación total del espíritu". El texto de Aragon que publica ahora Biblos incluye un inventario de las principales fuentes de inspiración y de los protagonistas de un movimiento artístico que influiría de manera decisiva en la cultura del siglo XX. Por allí desfilan, entre los primeros, Raymond Roussel, Saint John Perse, Pablo Picasso y, claro, Sigmund Freud. Entre los últimos, menciona a Paul Eluard, magnífico poeta y esposo de Gala, quien lo abandonaría por Salvador Dalí; a Man Ray, que los fotografió para la posteridad; a Antonin Artaud, que luego de una agitada vida terminaría sus días en el hospicio de Rodez; a Mathias Lübeck, de quien sólo se conserva un libro de poemas y quien, se sabe, murió fusilado por la Gestapo; a Pierre Naville, más tarde emisario de la Cuarta Internacional trotskista en Francia.
Muchos de ellos fueron excomulgados del surrealismo por apartarse de su férrea disciplina. El mismo Soupault, uno de los fundadores de la revista Littérature, fue excluido junto a Artaud, acusados de "crimen literario". "A mí se me reprochaba publicar mucho (...), mi desenvoltura y no tomarme jamás nada en serio. (.) Hay que tomar en cuenta el costado desagradable, ritual, del surrelaismo. Uno estaba obligado, entonces, a estar todos los días, a las cinco en punto, en el café donde el grupo tenía sillas reservadas, y si un día uno faltaba, al siguiente le preguntaban en tono de sospecha por las razones de aquella ausencia. Personalmente, me gustaban las mujeres y los viajes. París me aburría", contaba Soupault en una entrevista en 1969. En el elaborado aparato crítico que acompaña esta edición, Ibarlucía da cuenta de sus historias: "Creí necesario explicar quiénes habían sido estos escritores, sobre algunos de los cuales no hay ni siquiera mención en las muchas historias del surrealismo", comenta.
Una generación atravesada por la pasión y compelida a intervenir en los grandes acontecimientos que los circundaban. Hombres y mujeres que habitaban la patria de la historia. ¿O puede denominarse de otro modo a individuos como Robert Desnos, el más famoso de los "soñadores" surrealistas, quien durante la ocupación nazi militó activamente en la Resistencia, publicó libros de poemas y novelas bajo seudónimo, fue apresado por la Gestapo y deportado a los campos de exterminio de Buchenwald y Terezin, donde murió de tifus días antes de la liberación por los aliados? Sobre su cadáver se encontró un último poema, dedicado a su mujer Youki, a quien amó locamente, como un surrealista. El poema dice así: Tanto soñé contigo, / caminé tanto, hablé tanto, / tanto amé tu sombra, / que ya nada me queda de ti. /Sólo me queda ser la sombra entre las sombras / ser cien veces más sombra que la sombra / ser la sombra que retornará y retornará siempre / en tu vida llena de sol.
Generaciones
Para Aragon, dice Ibarlucía, no son los grandes acontecimientos históricos los que determinan un imaginario que une a los miembros de una generación, sino que ese rol lo cumple un pequeño número de hechos cuyos ecos debían haber sido oídos durante la infancia, poseedores entonces de un "valor parlante". Aragon enumera, para el caso de los niños que más tarde fundarían el movimiento, los combates de Algeciras, el sitio de París, el relato de un 1ø de mayo: "vocablos sin representación, pero cuya significación terrorífica era conocida por todos". Estos materiales lingüísticos son los que dan forma al surrealismo, que para Aragon podría ser definido como un nominalismo absoluto, tal como consta en Una ola de sueños.
El texto comienza delimitándose virulentamente de los pensadores positivistas, de cuyos espíritus dice que son "monstruos híbridos, hijos del singular amor entre el zopenco y la hija del cernícalo". Aragon concibe al surrealismo como una expresión del "materialismo trascendental", una superación del idealismo alemán, cuyo centro es "la imagen" y cuya materia es "el lenguaje". "No sólo hay para Aragon una actividad psíquica, sino también un orden surreal, que es el horizonte común de lo real y lo maravilloso, de la religión y la poesía, del sueño y la acción política", dice Ibarlucía. En este orden de las cosas, el campo de batalla y el arma es, al mismo tiempo, el lenguaje. "No hay pensamiento fuera de las palabras", escribe Aragon y para los surrealistas el mundo de las palabras es el de la acción. Según Ibarlucía, este nominalismo extremo confluiría con la lingüística de Ferdinand de Saussure y con el psicoanálisis, que funda su método en la palabra. Inscribiría al surrealismo en cierta tradición filosófica preocupada por el lenguaje y sus alcances, en la que se puede destacar la estética de Benedetto Croce, concebida como ciencia de la expresión y la lingüística general.
Amplia tradición en la que pueden incluirse la teoría figurativa del lenguaje expuesta por Ludwig Wittgenstein en su Tractatus logico-philosophicus, el interés de Heidegger por el lenguaje —presente en su tesis de habilitación sobre la doctrina de las categorías del medieval Duns Scoto de 1916, y esto, más allá de que la evolución de su sistema filosófico lo alejara completamente del surrealismo— y algunos escritos de Benjamin. Especialmente los ensayos "Sobre el lenguaje en general y el lenguaje de los hombres", de 1916, y el "Programa de la filosofía futura", de 1918, en los que esboza una corrección a la crítica kantiana del conocimiento por medio de una filosofía del lenguaje, punto de partida para una superación de la filosofía de la conciencia. No deja de ser asombroso que Benjamin escribiera esto en Berna; no muy lejos de allí, en Zurich, otros expatriados, entre ellos Tristan Tzara, ponían en marcha el movimiento Dadá, antecedente directo del surrealismo.
Actualidades
El surrealismo, es opinión generalizada, se encuentra en muchas de las manifestaciones presentes de la creación. Si Breton propugnaba la aproximación de dos realidades distantes que juntas producirían una imagen de mayor potencia emotiva y mayor realidad poética, ¿no es éste, acaso, el método más difundido para realizar un videoclip? Discutir hoy los alcances de este movimiento implica entonces la apertura a otros interrogantes.
¿Será posible una lectura contemporánea, no ingenua, de un proyecto vanguardista nacido en la década del veinte? ¿No es cierto que las vanguardias se institucionalizaron y su provocación se volvió artificio vacío, que naufragaron las revoluciones y con ellas el surrealismo acabó? "Una de las cosas más banales, cretinas, que se ha expresado es la risotada burlona sobre el fracaso de las vanguardias. ¿Qué puede significar eso sino la sola reivindicación del éxito?", se pregunta Ibarlucía. Y agrega: "Condenar una revolución porque fue derrotada me parece banal". Los tiempos han cambiado desde aquel destello colectivo que tuvo su auge entre las guerras, pero el surrealismo siempre está volviendo. "La necesidad de cambiar la vida, que la poesía deba ser hecha por todos, la certeza de la centralidad del amor: creo que aquellas ideas siguen conservando plena actualidad", dice Ibarlucía, contundente. Como quiera que sea, el movimiento también retornó a la vida de Aragon, fallecido en 1982.
Al final de sus días, la misma persona que fue por toda una vida amante de la novelista rusa Elsa Triolet, cuñada de Maiacovski; el que integró el Comité Central de uno de los partidos comunistas más importantes de Europa; aquel que protestó, empero, por la invasión soviética a Checoslovaquia; el hombre que instituyó a las palomas de Picasso como símbolo universal de la paz, manifestó una nostalgia vital por sus días dentro del surrealismo. Esa es, seguramente, la materia con la que compuso este fragmento de su poema, Le Roman inachevé: A pesar de todo lo que llegó a separarnos / oh amigos de entonces sólo os veo a vosotros, / y en mi memoria recorrida por un estremecimiento / conserváis siempre la mirada de antaño.
Por Diego Rojas
Revista Ñ Buenos Aires, 18 de diciembre de 2004
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