sábado, 24 de marzo de 2012

Rodolfo Walsh - El ajedrez y los dioses




También los dioses juegan al ajedrez, pero no en un plano, como nosotros, sino en las tres dimensiones del espacio. Comprendo que es una forma torpe de decir: los dioses no necesitan espacio, tableros ni piezas para su juego infinitamente sabio. No obstante, si de algún modo quisiéramos representar el mecanismo de ese juego eterno, podríamos hacerlo así: el tablero está formado por un cubo, dividido en 512 casillas cúbicas. Las piezas se mueven obedeciendo a las mismas leyes que entre nosotros, pero no sólo en superficie, sino también en profundidad. Si los dioses, por alguno de esos caprichos que los han señalado a la atención de los hombres, quisieran mostrarnos un momento del juego, veríamos quizás alados caballos subir o descender las dos casillas correspondientes, y ubicarse luego a la derecha o izquierda, delante o atrás. O acaso un alfil cruzaría entre nosotros como un relámpago negro. Y temblaríamos ante la majestad de pensativos reyes con los ojos clavados en lejanos fulgores de batallas. Y veríamos terribles la potencia y la saña de las reinas destructoras de hombres. El número de combinaciones posibles es infinito. También lo es el de errores. A veces los dioses cometen errores brillantes, que sólo ellos puden subsanar. Esas equivocaciones pueden tener consecuencias catastróficas para un mísero peón, para una pieza menor, pero no influyen en la economía general del juego, condenado a perdurabilidad. Los dioses son invencibles. No lo son los trozos de alma que ciegamente manejan: y los he visto sucumbir en sublimes y estériles sacrificios o perfeccionar su aburrimiento en un rincón olvidado del tablero. se ha dicho que los dioses perpetúan en el juego las leyes de la belleza y la simetría. No lo creo. La costumbre, el tedio, la indiferencia, la infinita vanagloria de la infinita sabiduría intervienen por igual en cada jugada. Se ha dicho pobremente que las fuerzas de un bando simbolizan el bien; las otras el mal. Cualquiera puede comprobar la estúpida mentira de esa creencia. Los dioses no tienen idea del bien y del mal. De lo contrario no podrían existir. En el preciso instante en que la sola idea del bien o del mal entrara furtivamente en la voluntad que mueve las piezas sobre el tablero, éste saltaría en pedazos como una gigantesca copa de cristal.



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sábado, 17 de marzo de 2012

Roberto Arlt - Odio desde la otra vida




Fernando sentía la incomodidad de la mirada del árabe, que, sentado a sus espaldas a una mesa de esterilla en el otro extremo de la terraza, no apartaba posiblemente la mirada de su nuca. Sin poderse contener se levantó, y, a riesgo de pasar por un demente a los ojos del otro, se detuvo frente a la mesa del marroquí y le dijo:
—Yo no lo conozco a usted. ¿Por qué me está mirando?
El árabe se puso de pie y, después de saludarlo ritualmente, le dijo:
—Señor, usted perdonará. Me he especializado en ciencias ocultas y soy un hombre sumamente sensible. Cuando yo estaba mirándole a la espalda era que estaba viendo sobre su cabeza una gran nube roja. Era el Crimen. Usted en esos momentos estaba pensando en matar a su novia.
Lo que le decía el desconocido era cierto: Fernando había estado pensando en matar a su novia. El moro vio cómo el asombro se pintaba en el rostro de Fernando y le dijo:
—Siéntese. Me sentiré muy orgulloso de su compañía durante mucho tiempo.
Fernando se dejó caer melancólicamente en el sillón esterillado. Desde el bar de la terraza se distinguían, casi a sus pies, las murallas almenadas de la vieja dominación portuguesa; más allá de las almenas el espejo azul del agua de la bahía se extendía hasta el horizonte verdoso. Un transatlántico salía hacia Gibraltar por la calle de boyas, mientras que una voz morisca, lenta, acompañándose de un instrumento de cuerda, gañía una melodía sumamente triste y voluptuosa. Fernando sintió que un desaliento tremendo llovía sobre su corazón. A su lado, el caballero árabe, de gran turbante, finísima túnica y modales de señorita, reiteró:
—Estaba precisamente sobre su cabeza. Una nube roja de fatalidad. Luego, semejante a una flor venenosa, surgió la cabeza de su novia. Y yo vi repetidamente que usted pensaba matarla.
Fernando, sin darse cuenta de lo que hacía, movió la cabeza, confirmando lo que el desconocido le decía. El árabe continuó:
—Cuando desapareció la nube roja, vi una sala. Junto a una mesa dorada había dos sillones revestidos de terciopelo verde.
Fernando ahora pensó que no tenía nada de inverosímil que el árabe pudiera darle datos de la habitación que ocupaba Lucía, porque ésta miraba al jardín del hotel. Pero asintió con la cabeza. Estaba aturdido. Ya nada le parecía extraordinario ni terrible. El árabe continuó:
—Junto a usted estaba su novia con el tapado bajo el brazo—y acto seguido el misterioso oriental comenzó con su lápiz a dibujar en el mármol de la mesa el rostro de la muchacha.
Fernando miraba aparecer el rostro de la muchacha que tanto quería, sobre el mármol, y aquello le resultaba, en aquel extraño momento, sumamente natural. Quizás estaba viviendo un ensueño. Quizás estaba loco. Quizás el desconocido era un bribón que le había visto con Lucía por la Cashba. Pero lo que este granuja no podía saber era que él pensaba en aquel momento matar a Lucía.
El árabe prosiguió:
—Usted estaba sentado en el sillón de terciopelo verde mientras que ella le decía: "Tenemos que separarnos. Terminar esto. No podemos continuar así". Ella le dijo esto y usted no respondió una palabra. ¿Es cierto o no es cierto que ella le dijo eso?
Fernando asintió, mecanizado, con la cabeza. El árabe sacó del bolsillo una petaca, extrajo un cigarrillo, y dijo:
—Usted y Lucía se odian desde la otra vida.
—. . .
—Ustedes se vienen odiando a través de una infinita serie de reencarnaciones.
Fernando examinó el cobrizo perfil del hombre del turbante y luego fijó tristemente los ojos en el espejo azul de la bahía. El transatlántico había doblado el codo de las boyas, su penacho de humo se inmovilizaba en el espacio, y una tristeza tremenda le aplanaba sobre el sillón, mientras que el árabe, con una naturalidad terrorífica, proseguía.
—Y usted quiere morir porque la ama y la odia. Pero el odio es entre ustedes más fuerte que el amor. Hace millares de años que ustedes se odian mortalmente. Y que se buscan para dañarse y desgarrarse. Ustedes aman el dolor que uno le inflige al otro, ustedes aman su odio porque ninguno de ustedes podrían odiar más perfectamente a otra persona de la manera que recíprocamente se odian ya.
Todo ello era cierto. El hombre de la chilaba prosiguió:
—¿Quiere usted venir a mi casa? Le mostraré en el pasado el último crimen que medió entre usted y su novia. ¡Ah!, perdón por no haberme presentado. Me llamo Tell Aviv; soy doctor en ciencias ocultas.
Fernando comprendió que no tenía objeto resistirse a nada. Bribón o clarividente, el desconocido había penetrado hasta las raíces de su terrible problema. Golpeó el gong y un muchachito morisco, descalzo, corrió sobre las esteras hacia la mesa, recibió el duro "assani", presto como un galgo le trajo el vuelto y pronto Fernando se encontró bajo las techadas callejuelas caminando al lado de su misterioso compañero, que, a pesar de gastar una magnífica chilaba, no se recataba de pasar al lado de grasientas tiendas donde hervían pescado día y noche, y puestos de té verde, donde en amontonamiento bestial se hacinaban piojosos campesinos descalzos.
Finalmente llegaron a una casa arrinconada en un ángulo del barrio de Yama el Raisuli.
Tell Aviv levantó el pesado aldabón morisco y lo dejó caer; la puerta, claveteada como la de una fortaleza, se entreabrió lentamente y un negro del Nedjel apareció sombrío y semidesnudo. Se inclinó profundamente frente a su amo; la puerta, entonces se abrió aun más, y Fernando cruzó un patio sombreado de limoneros con grandes tinajones de barro en los ángulos. Tell Aviv abrió una puerta y le invitó a entrar. Se encontraban ahora en un salón con un estrado al fondo cubierto de cojines. En el centro una fontana desgranaba su vara de agua. Fernando levantó la cabeza. El techo de la habitación, como el de los salones de la Alhambra, estaba abombado en bóveda. Ríos de constelaciones y de estrellas se cuajaban entre las nebulosas, y Tell Aviv, haciéndole sentar en un cojín, exclamó:
—Que la paz de Alá esté en tu corazón. Que la dulzura del Profeta aceite tu generosidad. Que tus entrañas se cubran de miel. Eres un hombre ecuánime y valiente. No has dudado de mi amistad.
Y como si estuvieran perdidos en una tienda del desierto, batió tan rudamente el gong que el negro, sobresaltado, apareció con un puñado de rosas amarillas olvidado entre las manos:
—Rakka, trae la pipa—y dirigiéndose a Fernando, aclaró:—Fumarás ahora la pipa de la buena droga. Ello facilitará tu entrada en el plano astral. Se te hará visible la etapa de tu último encuentro con la que hoy es tu novia. La continuidad de vuestro odio.
Algunos minutos después Fernando sorbía el humo de una droga acre al paladar como una pulpa de tamarindo. Así de ácida y fácil. Su cuerpo se deslizó definitivamente sobre los cojines, mientras que su alma, diligentemente, se deslizaba a través de espesas murallas de tinieblas. A pesar de las tinieblas él sabía que se encaminaba hacia un paisaje claro y penetrante. Rápidamente se encontró en las orillas de una marisma, cargada de flexibles juncos. Fernando no estaba triste ni contento, pero observaba que todas las particularidades vegetales del paisaje tenían un relieve violento, una luminosidad expresiva, como si un árbol allí fuera dos veces más profundamente árbol que en la tierra.
Más allá de la marisma se extendía el mar. Un velero, con sus grandes lienzos rojos extendidos al viento, se alejaba insensiblemente. De pronto Fernando se detuvo sorprendido. Ahora estaba vestido al modo oriental, con un holgado albornoz de verticales rayas negras y amarillas. Se llevó la mano al cinto y allí tropezó con un pistolón de chispa.
Un pesado yatagán colgaba de su cinturón de cuero. Más allá la arena del desierto se extendía fresca hasta el ribazo de árboles de un bosque. Fernando se echó a caminar melancólicamente y pronto se encontró bajo la cúpula de los árboles de corteza lisa y dura y de otros que por un juego de luz parecían cubiertos por escamas de cobre oxidado. Como Tell Aviv le había dicho, la paz estaba en él. No lejos se escuchaba el murmullo de un río. Continuó por el sendero, y una hora después, quizá menos, se encontró en la margen del río. El lecho estaba sembrado de peñascos y las aguas se quebraban en sus filos en flechas de cristal. Lo notable fue que, al volver la cabeza, vio un hermoso caballo ensillado, con una hermosa silla de cuero labrado. Fernando, sorprendido, buscó con la mirada en derredor. No se veía al dueño del caballo por ninguna parte. El caballo inmóvil, de pie junto al río, miraba melancólicamente pasar las aguas. Fernando se acercó. Un sobresalto de terror dejó rígido su cuerpo y rápidamente llevó la mano al alfanje. No lejos del caballo, sobre la arena, completamente dormida, se veía una boa constrictor. El vientre de la boa, cubierto de escamas negras y amarillas, aparecía repugnantemente deformado en una gran extensión. Por la boca de la boa salían los dos pies de un hombre. No había dudas ahora. El hombre que montaba el caballo, al llegar al río, desmontó posiblemente para beber, y cuando estaba inclinado de cara sobre el agua, probablemente la boa se dejó caer de la rama de un árbol sobre él, lo trituró entre sus anillos y después se lo tragó. ¡Vaya a saber cuántas horas hacía que el caballo esperaba que su amo saliera del interior del vientre de la boa!
Fernando examinó el filo de su yatagán—era reciente y tajante—, se aproximó a la boa, inmóvil en el amodorramiento de su digestión, y levantó el alfanje. El golpe fue tremendo. Cercenó no sólo la cabeza del reptil sino los dos pies del muerto. La boa decapitada se retorció violentamente.
Entonces Fernando, considerando el atalaje del caballo, pensó que el hombre que había sido devorado por la boa debía ser un creyente de calidad, cuya tumba no debía ser el vientre de un monstruo. Se acercó a la boa y le abrió el vientre. En su interior estaba el hombre muerto. Envuelto en un rico albornoz ensangrentado, con puñal de empuñadura de oro al cinto. Un bulto se marcaba sobre su cintura. Fernando rebuscó allí; era una talega de seda. La abrió y por la palma de su mano rodó una cascada de diamantes de diversos quilates. Fernando se alegró. Luego, ayudándose de su alfanje, trabajó durante algunas horas hasta que consiguió abrir una tumba, en la cual sepultó al infortunado desconocido.
Luego se dirigió a la ciudad, cuyas murallas se distinguían allá a lo lejos en el fondo de una curva que trazaba el río hacia las colinas del horizonte.
Su día había sido satisfactorio. No todos los hijos del Islam se encontraban con un caballo en la orilla de un río, un hombre dentro del vientre de una boa y una fortuna en piedras preciosas dentro de la escarcela del hombre. Alá y el Profeta evidentemente le protegían.
No estaban ya muy distantes, no, las murallas de la ciudad. Se distinguían sus macizas torres y los centinelas con las pesadas lanzas paseándose detrás de los merlones.
De pronto, por una de las puertas principales salió una cabalgata. Al frente de ella iba un hombre de venerable barba. El grupo cabalgaba en dirección de Fernando. Cuando el anciano se cruzó con Fernando, éste lo saludó llevándose reverentemente la mano a la frente. Como el anciano no le conocía, sujetó su potro, y entonces pudo observar la cabalgadura de Fernando, porque exclamó:
—Hermanos, hermanos, mirad el caballo de mi hijo.
Los hombres que acompañaban al anciano rodearon amenazadores a Fernando, y el anciano prosiguió:
—Ved, ved, su montura. Ved su nombre inscripto allí.
Recién Fernando se dio cuenta de que efectivamente, en el ángulo de la montura estaba escrito en caracteres cúficos el posible nombre del muerto.
—Hijo de un perro. ¿De dónde has sacado tú ese caballo?
Fernando no atinaba a pronunciar palabra. Las evidencias lo acusaban. De pronto el anciano, que le revisaba y acababa de despojarle de su puñal y alfanje ensangrentado, exclamó:
—Hermanos..., hermanos..., ved la bolsa de diamantes que mi hijo llevaba a traficar...
Inútil fue que Fernando intentara explicarse. Los hombres cayeron con tal furor sobre él, y le golpearon tan reciamente, que en pocos minutos perdió el sentido. Cuando despertó, estaba en el fondo de una mazmorra oscura, adolorido.
Transcurrieron así algunas horas, de pronto la puerta crujió, dos esclavos negros le tomaron de los brazos y le amarraron con cadenitas de bronce las manos y los pies. Luego a latigazos le obligaron a subir los escalones de piedra de la mazmorra, a latigazos cruzó con los negros corredores y después entró a un sendero enarenado. Su espalda y sus miembros estaban ensangrentados. Ahora yacía junto al cantero de un selvático jardín. Las palmas y los cedros recortaban el cielo celeste con sus abanicos y sus cúpulas; resonó un gong y dejaron de azotarle. El anciano que le había encontrado en las afueras de la ciudad apareció bajo la herradura de una puerta en compañía de una joven. Ella tenía descubierto el rostro. Fernando exclamó:
—Lucía, Lucía, soy inocente.
Era el rostro de Lucía, su novia. Pero en el sueño él se había olvidado de que estaba viviendo en otro siglo.
El anciano lo señaló a la joven, que era el doble de Lucía, y dijo:
—Hija mía; este hombre asesinó a tu hermano. Te lo entrego para que tomes cumplida venganza en él.
—Soy inocente—exclamó Fernando—. Le encontré en el vientre de una boa. Con los pies fuera de la boa. Lo sepulté piadosamente.—Y Fernando, a pesar de sus amarraduras, se arrodilló frente a "Lucía". Luego, con palabras febriles, le explicó aquel juego de la fatalidad. "Lucía", rodeada de sus eunucos, le observaba con una impaciente mirada de mujer fría y cruel, verdoso el tormentoso fondo de los ojos. Fernando de rodillas frente a ella, en el jardín morisco, comprendía que aquella mirada hostil y feroz era la muralla donde se quebraban siempre y siempre sus palabras. "Lucía" lo dejó hablar, y luego, mirando a un eunuco, dijo:
—Afcha, échalo a los perros.
El esclavo corrió hasta el fondo del jardín, luego regresó con una traílla de siete mastines de ojos ensangrentados y humosas fauces. Fernando quiso incorporarse, escapar, gritar, otra vez su inocencia. De pronto sintió en el hombro la quemadura de una dentellada, un hocico húmedo rozó su mejilla, otros dientes se clavaron en sus piernas y...
El negro de Nedjel le había alcanzado una taza de té, y sentado frente a él Tell Aviv dijo:
—¿No me reconoces? Yo soy el criado que en la otra vida llamé a los perros para hacerte despedazar.
Fernando se pasó la mano por los ojos. Luego murmuró:
—Todo esto es extraño e increíblemente verídico.
Tell Aviv continuó:
—Si tú quieres puedes matar a Lucía. Entre ella y yo también hay una cuenta desde la otra vida.
—No. Volveríamos a crear una cuenta para la próxima vida.
Tell Aviv insistió.
—No te costará nada. Lo haré en obsequio a tu carácter generoso.
Fernando volvió a rehusar, y, sin saber por qué, le dijo:
—Eres más saludable que el limón y más sabroso que la miel; pero no asesines a Lucía. Y ahora, que la paz de Alá esté en ti para siempre.
Y levantándose, salió.
Salió, pero una tranquilidad nueva estaba en el fondo de su corazón. Él no sabía si Tell Aviv era un granuja o un doctor en magia, pero lo único que él sabía era que debía apartarse para siempre de Lucía. Y aquella misma noche se metió en un tren que salía para Fez, de allí regresó para Casablanca y de Casablanca un día salió hacia Buenos Aires. Aquí le encontré yo, y aquí me contó su historia, epilogada con estas palabras:
—Si no me hubiera ido tan lejos creo que hubiera muerto a Lucía. Aquello de hacerme despedazar por los perros no tuvo nombre. . .

viernes, 16 de marzo de 2012

Mick Jagger en Fitzcarraldo de Herzog

Mick Jagger, para la película Fitzcarraldo, del director alemán Werner Herzog. En su papel de ‘Wilbur’, el cantante británico preparó raspadillas en Iquitos.



La película cuenta la historia de Fitzcarraldo, un empresario que desea construir un gran teatro en la capital de Loreto, donde le encantaría que cante el tenor italiano Enrico Caruso. Está basada en la historia real del comerciante cauchero peruano Carlos Fermín Fitzcarrald.
En un principio, el rol protagónico recayó en Jason Robarts y grabó cerca del 40 por ciento de la trama. Jagger interpretó entonces a su asistente y aspirante a actor, ‘Wilbur’. Sin embargo, Robarts cayó enfermo de disentería y fue reemplazado por Klaus Kinski.
Al verse retrasado la producción de este proyecto, Jagger tuvo que abandonarlo porque tenía que culminar la realización de su nuevo disco ‘Tattoo You’. Es por eso que el director decidió quitar a su personaje.

En estas escenas que fueron obviadas de la película y subidas a Youtube podemos ver a un joven Mick dando campanazos en una iglesia de Iquitos y preparando raspadillas para un grupo de niños.


domingo, 11 de marzo de 2012

PadmaSambhava - La visión desnuda



Afortunada criatura, escucha:


Mente -aunque esa gran palabra es bien conocida- es desconocida para la gente, conociéndola equívoca y parcialmente; y por la falta de comprensión de su realidad, surgen inconcebibles declaraciones filosóficas.

El individuo común y alienado, al no comprenderlo, al no comprender su propia naturaleza, sufre vagando a través de las seis formas de vida en los tres reinos. Esta es la consecuencia de no realizar esta realidad de la mente.

Discípulos y ermitaños proclaman la realización de una parcial carencia de yo, pero no lo saben con exactitud, aumentando las proclamaciones desde sus tratados y teorías, no contemplan la clara luz transparente.

Discípulos y ermitaños se niegan la entrada al aferrarse a sujeto y objeto, los Centristas se niegan la entrada por extremismo hacia las dos realidades, Tantristas Rituales y de Ejecución, por extremismo en servicio y práctica, y Grandes y Generalizados Tantristas, por aferrarse a la dualidad de reino e inteligencia.

Se equivocan al permanecer dualistas en la no dualidad.

Por no comulgar sin dualidad no se despiertan.

Toda vida y liberación son inseparables de sus propias mentes, pero todavía vagan en el ciclo de la vida en vehículos de elección y descarte.


*****


de La liberación natural mediante la visión desnuda y la inteligencia identificativa. Padma Sambhava, budista.

sábado, 10 de marzo de 2012

Fernando Pessoa - Me moriré como he vivido...





El personaje individual e imponente, que los románticos imaginaban en sí mismos, varias veces, en sueños, he intentado vivirlo y tantas veces como he intentado vivirlo, me he encontrado riendome a carcajadas de mi idea de vivirlo. El hombre fatal, al final, existe en los sueños propios de todos los hombres vulgares, y el romanticismo no es sino el volver del revés del dominio cotidiano de nosotros mismos. Casi todos los hombres sueñan, en los secretos de su ser, un gran imperialismo propio, la sujeción de todos los hombres, la entrega de todas las mujeres, la adoración de los pueblos y, en los más nobles, de todas las eras... Pocos habituados, como yo, al sueño, son por eso lo bastante lúcidos para reírse de la posibilidad estética de soñarse así.
La mayor acusación contra el romanticismo no se ha formulado todavía: es la de que representa la verdad interior de la naturaleza humana. Sus exageraciones, sus ridiculeces, sus poderes varios de conmover y seducir, residen en que es la figuración exterior de lo que hay más dentro en el alma, más concreto, visualizado, hasta imposible, si el ser posible dependiese de otra cosa que no fuese el Destino.
¡Cuántas veces yo mismo, que me río de semejantes seducciones de la distracción, me encuentro suponiéndome que sería bueno ser célebre, que sería agradable ser halagado, que sería brillante ser triunfal! Pero no consigo visualizarme en esos papeles de cima sino con una carcajada del otro yo que tengo siempre cerca como una calle de la Baja. ¿Me veo célebre? Pero me veo célebre como contable. ¿Me siento exaltado a los tronos del ser conocido? Pero la cosa sucede en la oficina de la Calle de los Doradores y los muchachos son un obstáculo. ¿Me oigo aplaudido por multitudes variadas? El aplauso llega al cuarto piso en el que vivo y tropieza con el mobiliario basto de mi cuarto barato, con lo que me rodea, y me humilla desde la cocina [...] al sueño. Ni siquiera he tenido despreciables castillos en España, como los grandes españoles de todas las ilusiones. Los míos han sido los naipes, viejos, sucios, de una baraja incompleta con la que no se podría jugar más; no se me han caído, hubo que destruirlos, con un gesto de la mano, bajo el impulso impaciente de la criada vieja, que quería extender en toda la mesa el mantel echado en la mitad de allá, porque había sonado la hora del té como una maldición del Destino. Pero incluso esto es una visión inútil, pues no tengo la casa provinciana, con las tías viejas, a cuya mesa se tome, al final de una velada familiar, un té que me sepa a reposo. Mi sueño ha fracasado hasta en las metáforas y en las figuraciones. Mi imperio no ha llegado ni a las cartas viejas de jugar. Mi victoria ha fracasado sin una tetera ni un gato antiquísimo. Me moriré como he vivido, entre el baratillo de los alrededores, tasado al peso entre los proscritos de lo perdido.




En Libro del desasosiego
Traducción: Ángel Crespo

jueves, 8 de marzo de 2012

Jim Jarmusch - Entrevistas









Jim Jarmusch: Las reglas de oro





Por Jim Jarmusch



REGLA No. 1:



No hay reglas. Hay tantas maneras de hacer una película como cineastas potenciales. Es una forma abierta. Como sea, yo personalmente no sería capaz de decirle a nadie qué hacer o cómo hacer algo. Para mí es como decirle a alguien cuáles deberían ser sus creencias religiosas. A la mierda. Eso va en contra de mi filosofía personal – esto es más un código que una serie de reglas. Por lo tanto, olvídate de las “reglas” que estás leyendo en este momento y considéralas más bien simples notas para mí mismo. Uno debería hacer sus propias “notas” porque no hay una única forma de hacer nada. Si alguien te dice que hay una única forma, su forma, aléjate de él tan rápido como puedas, tanto física como filosóficamente.




REGLA No. 2:


No te dejes agarrar de esos hijos de puta. Ellos no pueden ni ayudarte ni dejar de ayudarte, pero sí pueden detenerte. La gente que financia películas, distribuye películas, promueve películas y exhibe películas no son cineastas. No están interesados en permitir que los cineastas definan y dicten la forma en que hacen sus cosas, así que los cineastas no debemos tener ningún interés en permitirles dictar la forma en que se hace una película. Carga un arma si es necesario.
Además, evita a los diletantes a toda costa. Siempre hay personas por ahí que sólo quieren meterse a hacer cine para volverse ricas, para volverse famosas o para tener sexo. Generalmente saben tanto de cómo hacer cine como George W. Bush de combate cuerpo a cuerpo.




REGLA No. 3:


La producción está ahí para servir a la película. La película no está ahí para servir a la producción. Desafortunadamente en el mundo del cine esto se da casi universalmente al revés. La película no se hace para servir al presupuesto, al cronograma o a las hojas de vida de los involucrados. A los cineastas que no entienden esto deberían colgarlos de los tobillos y preguntarles por qué de pronto el cielo está para abajo.




REGLA No. 4:


El cine es un proceso de colaboración. Tienes la oportunidad de trabajar con otros cuyas mentes e ideas pueden ser más fuertes que las tuyas. Asegúrate de que se mantengan enfocados en su propia función y no en el trabajo de alguien más, o será un desastre. Pero trata a todos tus colaboradores como iguales y con respeto. Un asistente de producción que está deteniendo el tráfico para que el equipo técnico pueda rodar un plano no es menos importante que los actores en escena, el director de fotografía, el director de arte o el director. Las jerarquías son para aquellos cuyos egos están inflados o fuera de control o para la gente que está en el ejército. Aquellos con los que eliges colaborar, si escoges bien, pueden elevar la calidad y el contenido de tu película a un nivel mucho más alto de lo que cualquiera hubiera podido imaginarse por sí solo. Si no quieres trabajar con otras personas pinta un cuadro o escribe un libro (y si quieres ser un maldito dictador parece que por estos días lo único que hay que hacer es meterse a la política…).




REGLA No. 5:


Nada es original. Roba de cualquier sitio que te llene de inspiración o alimente tu imaginación. Devora películas viejas, películas nuevas, música, libros, pinturas, fotografías, poemas, sueños, conversaciones intrascendentes, arquitectura, puentes, señales de tránsito, árboles, nubes, ríos, luces y sombras. Selecciona para robar solamente aquellas cosas que le hablen directamente a tu alma. Si lo haces, tu trabajo (y tu robo) será auténtico. La autenticidad es invaluable; la originalidad no existe. Y no te preocupes en ocultar tu robo – celébralo si hace falta. En cualquier caso recuerda siempre lo que dijo Jean-Luc Godard: “De lo que se trata no es de dónde tomas las cosas, sino de a dónde las llevas”.















Lo primero que se ve en la película es una cita de Rimbaud, como si fuera un punto de partida. Implica que el protagonista va a realizar un viaje. ¿Se inspiró en esta cita para escribir el guión?



Jim Jarmusch: Busqué un punto partida o, para ser más exacto, un barco que se hace a la mar. Pero no pensé en la cita hasta haber terminado la película, no fue mi inspiración inicial. De hecho, el poema "Le bâteau ivre", de Rimbaud, es una metáfora de un trastorno de los sentidos, una desorientación intencional de la percepción. Probablemente habría sido más correcto poner la cita al final de la película. El título de la película surge de un ensayo de William S. Burroughs escrito en los años setenta, Los límites del control, que habla del idioma como mecanismo de control: "Las palabras aún son las principales herramientas de control. Las sugerencias son palabras. Las persuasiones son palabras. Las órdenes son palabras. No se ha inventado una máquina de control que funcione sin palabras, y cualquier máquina que intente controlar basada totalmente en la fuerza externa o el control físico no tardará en toparse con los límites del control". Aunque me hizo reflexionar acerca de cómo se perciben las cosas y como se intenta controlarlas, no he usado el contenido del ensayo en la película, sólo el título.




¿Se inspiró en alguna película?


El personaje de Tilda Swinton menciona algunos títulos, y el espectador podría pensar en Antonioni.Era más bien algo así: ¿Cómo sería si Jacques Rivette hiciera un remake de la obra maestra A quemarropa/Point Blank, de John Boorman? O si Marguerite Duras hiciera un remake de El samurái, de Jean-Pierre Melville. [Se ríe] Antonioni siempre está en mi subconsciente, por lo que algo tendrá que ver en la película, pero no pensé en él. Más bien en el cine negro europeo de los años setenta y ochenta, como algunas películas de Francesco Rosi. Pero la más importante, sin duda, fue A quemarropa/Point Blank. De hecho, llamamos PointBlank Films a la productora. Chris Doyle, Eugenio Caballero y yo estudiamos esta película. No me refiero al ritmo, sino al estilo; al encuadre dentro del encuadre, objetos encuadrados en puertas, ventanas, arcos; tomas que mezclan intencionadamente el interior y el exterior mediante reflejos.A quemarropa/Point Blank está basada en una novela de Donald Westlake, que acaba de fallecer. Escribió una serie de libros bajo el seudónimo de Richard Stark en los que el protagonista se llama Parker (Walter en la película). Es un asesino profesional muy controlado. Cuando trabaja, no deja que nada le distraiga, ni el sexo ni el alcohol. Pero las personas que le rodean siempre meten la pata y le dejan en situaciones caóticas totalmente opuestas a sus metódicos procedimientos. Es un personaje fascinante, y en mi cabeza estaba conectado constantemente al personaje de la película.




¿Siempre pensó en Isaach de Bankolé?


Es la tercera vez que trabaja con él.Sí, desde que empecé el guión. Hace ya unos años que pensaba en rodar una película con Isaach en la que fuera un hombre callado, de fuerte presencia, en una misión encubierta.Esta película está inundada de colores. ¿Siempre tuvo la intención de mostrar España así, tal como la vio?Usted ve la película de una forma, pero nadie la verá igual. Todas las películas son subjetivas en cuanto a lo que se ve. No sé qué contestarle.No queríamos una imagen saturada, pero queríamos colores, aunque quizá más subrayados por el encuadre que por tecnicismos. Usamos un negativo Fuji por el equilibrio de colores. Chris ha escrito un ensayo sobre esto. Por ejemplo, explica cómo el rojo contra un fondo verde puede ser sutilmente diferente según el negativo, y de cómo los colores se ven de forma diferente según la cultura de cada uno. Durante el rodaje me di cuenta de que Chris, en interiores, iluminaba las sombras más que los espacios de luz, invirtiendo la percepción de espacio positivo y negativo. Por ejemplo, en Japón, cuando uno se sienta en el suelo, la habitación en sí es un espacio positivo, mientras que los muebles son negativos. En Occidente se percibe lo contrario.





¿Corrió el peligro de perderse en las imágenes?



A veces. Intentamos mantener la espontaneidad para dejarnos llevar por lo que nos rodeaba, en vez de realizar un trabajo meramente analítico. Eso sí, había que asegurarse de que luego podríamos montar la película. Me ocupé de los diálogos y de que las tomas con los actores fueran buenas.Los paisajes rodados en Almería que Isaach cruza andando son realmente extraños, mágicos. Sevilla es una de mis ciudades favoritas en todo el mundo; fui allí por primera vez en 1980. Es una ciudad muy visual. Calles estrechas con curvas, los detalles arquitectónicos. Por ejemplo, la parte inferior de los balcones, que sólo se ve desde la calle, está decorada con cerámica. Las baldosas de la escalera por la que sube el personaje de Isaach son extraordinarias.Cuando Chris descubre algo que le sorprende visualmente, se entusiasma como un niño. Normalmente controlo el encuadre y trabajo muy de cerca con el director de fotografía. Pero hay algo muy plástico en el trabajo de Chris. No sé muy bien cómo explicarlo, tiene una percepción menos rígida que la mía.





¿Cómo funcionó a la hora de rodar?


En el 99% de los casos Chris encuentra un ángulo para la cámara ligeramente diferente del que yo había escogido, y casi siempre es mejor. Además, Chris es increíblemente rápido trabajando. Nunca habríamos podido rodar LOS LÍMITES DEL CONTROL dentro de los plazos de no haber sido por Chris. Conseguíamos hacer unos 24 planos en un solo día, incluso llegamos a rodar 35.



¿Se inclina más por la intuición y la imaginación en contraposición al análisis a la hora de hacer cine, de ver cine?


Desde luego. Antes de pensárselo demasiado, ¿por qué no dejar que la película nos empape como una ola? La impresión que nos cause a través de los ojos y los oídos será diferente para cada persona que la vea.Hay gente a la que respeto mucho cuya fuerza parte del análisis, pero yo carezco de esta fuerza.



Jay Rabinowitz vuelve a ocuparse de montar la imagen y la música.


Ha funcionado muy bien en mis últimas películas. En esta, al igual que en Flores rotas, usamos música que había oído antes. Pero Jay y yo no sabemos qué tipo de música funcionará hasta que llegamos a la sala de montaje.



¿Qué tenía en mente?


Cuando estaba escribiendo el guión de Los límites del control, ya pensé en usar algo de Boris and Sunn y de Earth and The Black Angels. A Boris se les podría describir como un grupo psicodélico/noise/metal, pero son muy originales. Siempre me ha gustado el maravilloso "Adagio" del Quinteto de Cuerda de Schubert, y estaba empeñado en incluirlo. En cuanto al tercer elemento, empecé a escuchar mucho flamenco. Las peteneras me dejaron sorprendido. Lo curioso es que se cantan poco porque dicen que dan mala suerte. Son muy lentas, como una versión blues del flamenco, y suelen hablar de la muerte, de tragedias y amores perdidos. En la película usamos la petenera "El que se tenga por grande", cuya letra reaparece en los diálogos de la película. Cuando Chris, Eugenio y yo vimos a La Truco en Madrid, supimos que no teníamos que buscar a otra cantaora. Trabajó con el cantaor Talegón de Córdoba y el guitarrista Jorge Rodríguez Padilla.



Tilda Swinton cambia mucho en cada película que rueda con usted.


[Se ríe] Me encanta transformar a Tilda, se adapta con gran facilidad. Es asombroso trabajar con ella. Ya le tengo algo preparado para el futuro.



Bill Murray tampoco es Bill Murray en sus películas.


No sólo en las mías, en otras tampoco. Bill y yo hablamos del personaje. Me parece uno de nuestros mejores actores, pero parece que lleva una pancarta con: "Bill Murray, genio cómico". Y es hilarante, pero también es un actor muy sutil, con una enorme versatilidad.



¿Ensaya mucho con los actores?


JJ: No me gusta ensayar las escenas que vamos a rodar, a menos que un actor me lo pida. Prefiero hablar con ellos o ensayar escenas que no estarán en la película para ayudarles a meterse en el papel.Sin embargo, en Los límites del control ensayamos la escena de Bill. Era complicada porque fue la única vez en toda la película que empezamos a rodar con una cámara sobre raíles y acabamos cámara en mano. Luego, la iluminación es muy dura, fea incluso, todo lo contrario del resto de la película.



¿Las frases y las escenas repetidas le sirven para recordarnos que se trata de un hombre haciendo su trabajo cotidiano?


JJ: Las escenas recurrentes son más bien variaciones de la misma escena, como el tren o el museo. Chris y yo hablamos de la belleza de las variaciones, son una expresión artística. Bach usaba algunos temas una y otra vez con ligeras variaciones, y es maravilloso. Las artes plásticas y la pintura se basan en las variaciones. Las historias son un sinfín de variaciones. Lo mismo ocurre con la música pop, la moda, la arquitectura.El diálogo recurrente en la película corresponde a un código que permite al personaje de Isaach saber que ha contactado con la persona adecuada. La escena se repite, pero siempre con una persona diferente en un lugar diferente. Intentamos incorporar detalles a los otros personajes para que se sepa algo más de ellos. Lo que hablan con el personaje de Isaach forma parte de la progresión de la historia para llegar a la última conversación. Al final, su personaje es cada vez más activo. Al principio es más bien receptivo porque se considera un profesional. Pero incluso el final de la película es una metáfora.














¿Por qué eligió España como escenario para Los límites del control?


No sé explicarlo realmente. Siempre tuve la idea de rodar en España. Incluso en las 25 páginas que fueron la base del guión. Siempre estuvo ambientado en España. No hay razón, más bien una intuición. Conozco desde hace más de 20 años el edificio Torres Blancas y siempre he querido rodar allí, me parece un edificio fascinante. Sevilla también lo conocía y quería rodar allí. Almería lo conocía muy bien, aunque fuera por mi subconsciente, como todo el mundo, por las películas de spaghetti-western y las películas épicas de Hollywood de los años cincuenta y sesenta. Pero en realidad, podía haber rodado la película en México o en Turquía, en cualquier país, pero me llamaba algo de España. Y luego iba añadiendo cosas poco a poco como los cuadros que se ven, que son de pintores del siglo XX, incluí el flamenco, guitarras -quería usar una versión del flamenco más realista, no tan comercial-. Pequeños toques que están en toda la película, son como tapas. Los molinos de viento que se ven desde el tren son una referencia clara a Don Quijote. Entonces eso, simplemente iba añadiendo más aspectos de la cultura y de la vida aquí. También quise sacar la Torre del Oro de Sevilla porque allí era donde se guardaban las riquezas del imperio. Es como un símbolo malvado de otra época de España.




En el guión inicial de 25 páginas, ¿qué surgió primero, la historia o el personaje?


Empecé con el personaje, porque llevo años queriendo trabajar de nuevo con Isaach De Bankolé. La primera idea fue la de alguien muy tranquilo, muy callado, un criminal que tiene una misión muy enigmática. Luego pensé el dónde y salió España. Ya después llegaron el resto de personajes.



El final de la película puede que no satisfaga al espectador. ¿Ha pretendido ponerlo al límite de su control?


No me gusta explicar demasiado la película, lo que sí es cierto es que la estructura de la película se basa en variaciones Me parece la forma más bella en el arte: música, arquitectura, etc. Esto es lo más importante para mí de la película. La historia en sí es menos importante. Estamos acompañando a un individuo que tiene su propia consciencia, sus propias ideas. Estoy un poco aburrido de la gente que te dice qué es la realidad, lo más importante que tenemos todos es la imaginación. Hay que proteger la imaginación de cada uno. Con esto se puede resolver cualquier cosa.
Es interesante lo que dice de lo que espera la gente. Nosotros decidimos llevar la película por un camino que a lo mejor no cumplía con lo que esperaría el público. Pero estoy harto de las películas que dan a la gente lo que está esperando. Nosotros decidimos hacer precisamente lo opuesto. Así que, inicialmente tenemos una película de acción sin acción, sin drama, sin venganza. Fue como quitar todas las expectativas de la gente y ver lo que quedaba al final. A lo mejor puede resultar frustrante para algunas personas, las que tienen expectativas muy definidas, pero creo que a veces nos comportamos como los perros de Pavlov, con reacciones muy programadas. A mí me gusta cambiar todo para frustrar las expectativas.



La estructura y las presencias geométricas de la película parecen contrarias a esa arbitrariedad.


Creo que no tengo una buena respuesta. Nunca he intentado analizar la película. No estudiaba cada cosa que estaba haciendo, sino que nos dejábamos guiar por nuestros instintos. Lo que intentábamos hacer es que cada plano fuera muy interesante. Hay reflejos, por ejemplo, trabajábamos con el concepto de composición. Cuando contemplas arte en un museo estás viendo la obra fuera de contexto y nosotros queríamos hacer un poco lo mismo. Hay una película que nos influyó mucho mientras estábamos rodando y es A quemarropa de John Boorman. Fue nuestra inspiración más que una influencia. Su estilo y cómo está rodada es una especie de celebración del artificio que hay en el cine. Me gusta el realismo, el neorrealismo, pero también me encanta el artificio del cine.



Llega un momento en que parece que el protagonista se va a despertar de un sueño. ¿Ha tenido alguna vez un sueño que haya influido tanto en la realidad?


Me gusta lo que dice, no porque sea una cosa literal. Pero me gusta la idea. Hay un momento en que no sabe si está hablando de un sueño o de una película. Está hablando de una secuencia dentro de una habitación donde hay mucha arena. Podía haber sido perfectamente un sueño, pero realmente vi una película de Tarkovsky, Stalker, que también habla de las similitudes que puede haber entre cine y sueño.



¿Por qué decidió que los excéntricos personajes que aparecen en la película tuvieran un nivel cultural e intelectual tan alto?


Es cierto que son personajes muy excéntricos y simplemente hablan de cosas que les interesan. Son cosas metafóricas que tienen lugar alrededor de la imaginación, que para mí es lo más fuerte que tiene una persona. Que la madera de un instrumento pueda guardar la memoria de la música, o la confusión entre sueño y cine, la idea de que se puedan reconfigurar moléculas y que de un par de zapatos viejos se puedan crear zapatos nuevos con nuevas moléculas. Todo esto son ideas que vienen de mi imaginación. Además los personajes son una abstracción. Ni siquiera tienen nombre en los títulos de crédito. No sé porqué lo he hecho.



Ha estado antes en el Festival de San Sebastián. ¿Qué le parece?


Es mi segunda vez. La primera vez no tenía película, así que me lo pasé muy bien porque no tenía ninguna responsabilidad. Pero en general me gusta mucho, porque no hay mucha presión, y además hay amor auténtico por el cine. Disfruto también de la ciudad, de la región, de la gente. Las personas son muy agradables. Es el único festival que conozco donde los fotógrafos te piden permiso para sacarte una foto.



¿Se le podría definir como el cineasta del desconcierto?


No lo sé. No es algo que hago conscientemente. Hicimos una película que a nosotros nos apetecería ver. Me pregunto qué pasaría hoy si se estrenara El reportero (1975) de Antonioni, cómo reaccionaría el público. Mi película no es un ejercicio intelectual que es fácil, es simplemente la historia de un hombre que está esperando. Vuelvo a lo de antes, y es que me da pena que con un medio tan bonito como es el cine se hagan tantas cosas sólo por cumplir las expectativas.



Algunos realizadores de cine independiente norteamericano como Gus Van Sant y Spike Lee, han combinado este tipo de cine con otro propio del star-system. ¿Ha tenido la tentación de hacer lo mismo?


Es cierto que hay directores que son adeptos a tener un pie en cada lado, pero a mí no me gusta la idea. Cuanto más dinero tengas, menos control tendrás sobre la película, y no me gusta la idea de tener que estar dando siempre explicaciones y satisfaciendo deseos de un hombre de negocios. Es cierto que cineastas como Spike Lee y Gus Van Sant han conseguido permanecer fieles a sus propias ideas, pero yo no sé si sería capaz de hacerlo. A lo mejor si lo intentara, acabaría matando al hombre de negocios, porque yo a él no le digo cómo tiene que llevar su negocio, y a mí no me gusta que él me diga cómo tengo que llevar el mío. A lo mejor estoy un poco celoso del hecho de que estos otros directores lo puedan hacer, pero a mí me gusta controlar todo lo que estoy haciendo.











¿Qué cosas extrañás de aquellos primeros días de tu independencia?


Eran épocas en las que las conversaciones eran sobre ideas, no sobre dinero. Uno podía grabar un disco, o hacer una película mientras trabajaba medio tiempo en otra cosa. No me gusta la nostalgia, es más, la detesto, pero, mierda, era buena esa época. Muy buena.La película, en la que Bill Murray es un seductor solterón que se entera de que tendría un hijo, es la más abierta de su carrera. Esto es: es la que mejor funcionó en la taquilla. "Estoy aterrorizado de que la gente ahora piense 'se ha vuelto comercial'. Trabajé antes con actores de renombre, como Johnny Depp, Winona Ryder, Cate Blanchett. Yo no calculo nada hacia ningún lugar."Jarmusch tiene una particular manera de filmar, que tiene que ver con la "teoría del caos". "La idea es realizar escenas en las que no sabés lo que puede pasar. No es una fórmula, tampoco un clisé. Es el azar el que decide cómo se sucederán los acontecimientos, los seres humanos somos moléculas en el universo, no tenemos ni el control de movernos."Y al momento, Jarmusch es capaz de espetar que "no tuve presión de ningún tipo para que la película resultara más comprensible o más fácil para el público".




Y dentro de esa mixtura de géneros, ¿en cuáles se encuadraría tu película?


No sabría precisártelo... En mi forma de filmar, me preocupa más las relaciones entre los personajes que en cómo complicar la trama. Algunos me dicen que es una comedia. OK, tiene sus momentos de diversión, pero no es una comedia. Es una película poética y agridulce.




¿Qué momentos te interesan retratar en la vida de un personaje?


No me interesan las instancias dramáticas, sino todo lo que le sucede cuando no está atravesando por esa etapa. No me interesa los filmes que se inspiran en el drama. A mí no me interesa la historia pasada de Don, o qué agujeros tiene.
Es parte de mi estilo, de todas maneras, fijarme más en detalles y relaciones que en los engranajes de la trama. No me manejo por una trama prefijada. Y no tengo la menor idea de qué género es la película, lo que me pone muy feliz. Siempre me atrajeron las historias de viaje. La idea de una road movie es la más vieja de todas: pensá en La Odisea, de Homero. Un viaje es exactamente una metáfora para una vida. Es un tipo de respuesta vaga, lo sé, pero es la mejor que tengo.Jarmusch había escrito el guión de Flores rotas aún antes de que Murray filmara con Sofia Coppola Perdidos en Tokio. "Yo lo había escrito con Bill en mi mente, y decidí no filmarlo. Bill me dijo '¡me gusta esa historia! ¿tenés otras ideas?'. Unos pocos días más tarde, le conté otra historia que estaba escribiendo, sobre este personaje".En verdad, eran tres historias en una, sobre un hombre que mantenía tres esposas sin que ninguna supiera de la otra. La trama cambió con los años."La película no es autobiográfica bajo ningún concepto. No la pienso en términos personales. No analizo personajes en mis filmes basados en mi vida", dice. No es mucho lo que está dispuesto a contar de su vida. Se sabe que comparte desde hace más de veinte años su casa con la cineasta Sara Driver."Hay periodistas que se me acercan luego de haber visto la película, y me preguntan: ¿Don realmente tuvo un hijo? La película no es sobre si Don tiene o no un hijo. La misteriosa mujer, la carta, la posible paternidad son sólo dispositivos de la trama. Es, en lo esencial, un estudio acerca de un hombre que, en el medio de su vida, advierte que tiene un agujero en ella. Se ha perdido el amor que pudo haber tenido, y ha alcanzado un punto en el que todo en su existencia se ha vuelto estático."

lunes, 5 de marzo de 2012

Virginia Woolf - La mancha en la pared










Quizá fue a mediados de enero del presente año cuando levanté la vista y vi por primera vez la mancha en la pared. A fin de concretar el día es preciso recordar lo que una vio. Por esto, ahora, pienso en el fuego, la constante película de luz amarilla sobre la página del libro, los tres crisantemos en el redondeado cuenco de vidrio sobre la repisa de la chimenea. Sí, seguramente era invierno, y acabábamos de tomar el té, por cuanto recuerdo que fumaba un cigarrillo, cuando levanté la vista y vi la mancha en la pared por primera vez. Levanté la vista, a través del humo del cigarrillo, y mi vista se fijó durante unos instantes en los carbones ardiendo, y a la mente me vino aquella vieja fantasía de la bandera roja ondeando en lo alto de la torre del castillo, y pensé en la cabalgata de los caballeros rojos ascendiendo por la ladera de la negra roca. Con cierto alivio por mi parte, la visión de la mancha interrumpió mi fantasía, ya que se trata de una fantasía vieja, mecánica, quizá nacida en mi infancia. La mancha era pequeña y redonda, negra sobre el blanco de la pared, situada seis o siete pulgadas más arriba de la repisa de la chimenea.
Con cuánta rapidez se arremolinan nuestros pensamientos alrededor de un objeto nuevo, levantándolo un poco, de la misma manera en que las hormigas transportan una pajilla muy febrilmente, y luego la abandonan... Si aquella mancha era una marca dejada por un clavo, el clavo no pudo ser colocado allí para colgar un cuadro, sino para una miniatura, la miniatura representando a una señora de blancos rizos empolvados, empolvadas mejillas y labios como claveles rojos*. Una falsificación, desde luego, por cuanto la gente que vivía en esta casa antes que nosotros hubiera escogido pinturas así, una vieja pintura para una vieja estancia. Era gente así, gente muy interesante, y si pienso en ella tan a menudo y en tan extraños lugares, ello se debe a que jamás la volveré a ver, ni sabré qué fue de ella. Dejaron esta casa porque querían cambiar el estilo de sus muebles, eso fue lo que él dijo, y estaba, él, en trance de decir que, a su parecer, el arte debe tener ideas detrás, cuando fuimos separados, tal como se queda separado de la vieja dama en trance de verter el té y del joven a punto de golpear la pelota de tenis en el jardín trasero de la villa en el barrio residencial, cuando se pasa rápidamente en tren.
Pero, en lo referente a la mancha, realmente no estoy segura. A fin de cuentas, no creo que fuera una marca dejada por un clavo; era demasiado grande, demasiado redondeada. Hubiera podido levantarme, pero si me levantaba y la miraba, había diez probabilidades contra una de que no supiera averiguarlo con certeza; debido a que, cuando se hace una cosa, una nunca sabe cómo ocurrió. Oh, sí, el misterio de la vida, la inexactitud del pensamiento... La ignorancia de la humanidad... Para demostrar cuan poco dominio tenemos sobre nuestras posesiones —cuan accidental es nuestro vivir, después de tanta civilización—, séame permitido enumerar unas pocas cosas entre todas las que perdemos a lo largo de nuestra vida, comenzando por la pérdida que siempre me ha parecido la más misteriosa entre todas: ¿qué gato es capaz de masticar o qué ratón es capaz de roer, tres estuches azul pálido de herramientas para encuadernar libros? Luego vinieron los casos de las jaulas de pájaros, de los aros, de hierro, de los patines metálicos, del recipiente para carbón estilo Reina Ana, del tablero de bagatela, del organillo... todo ello desaparecido, y también las joyas. Ópalos y esmeraldas, enterrados están entre las raíces de los nabos. ¡Qué difícil e irritante asunto es la certeza! Lo increíble es que lleve ropas puestas y esté rodeada de sólidos muebles en este instante. En realidad, si se quiere comparar la vida a algo, debe compararse a que la lancen a una por el túnel del metro a cincuenta millas por hora, para acabar en el otro extremo, sin siquiera una horquilla en el pelo. ¡Que la lancen a una a los pies de Dios totalmente desnuda! ¡Cruzar, rodando los prados de asfódelo igual que los paquetes de papel castaño son lanzados por el tobogán en correos! Con el cabello al viento, como la cola de un caballo de carreras. Sí, esto parece expresar la rapidez de la vida, el perpetuo destrozo y reparación, todo tan al azar, tan sin sentido...
Pero después de la vida. El lento arrancar gruesos tallos verdes, de manera que el cáliz de la flor, al inclinarse, no arroje sobre una un diluvio de luz roja y morada. A fin de cuentas, ¿por qué no habría una de nacer allá, tal como nació aquí, indefensa, sin habla, incapaz de centrar la vista, a tientas entre las raíces del césped, entre los dedos de los pies de los Gigantes? Y en lo tocante a decir lo que son árboles, lo que son hombres y mujeres, o si semejantes entes existen, no se estará en condiciones de hacerlo en el curso de cincuenta años aproximadamente. No habrá nada, salvo espacios de luz y de tinieblas, cruzados por recias vallas, y quizá, bastante arriba, manchas en forma de rosa de confuso color —oscuros rosados y azules— que, al paso del tiempo, se harán menos confusas, se convertirán en... No sé en qué.
Pero esa mancha en la pared no es un agujero, ni mucho menos. Puede haber sido causada por una sustancia redonda y negra, como un pequeño pétalo de rosa, resto del pasado verano, ya que no soy un ama de casa muy esmerada —y, como demostración, basta mirar, por ejemplo, el polvo en la repisa del hogar, polvo que, según dicen, enterró a Troya tres veces, y sólo algunos fragmentos de cerámica se resistieron a ser aniquilados, lo cual parece cierto.
El árbol junto a la ventana golpea muy levemente el vidrio... Quiero pensar tranquilamente, en calma, anchamente, sin ser jamás interrumpida, sin tenerme que levantar jamás del sillón, deslizarme fácilmente de una cosa a otra, sin sensación de hostilidad, de obstáculos. Quiero hundirme más y más, lejos de la superficie, con sus duros y separados hechos. Para tranquilizarme, voy a fijarme en la primera idea que se me ocurra... Shakespeare... Importa tanto como cualquier otro. Un hombre que se sentaba firmemente en un sillón, y contemplaba el fuego, de modo que... un diluvio de ideas caía perpetuamente desde un cielo muy alto sobre su mente. Apoyaba la frente en la palma de la mano, y la gente miraba por la puerta abierta, ya que esta escena ocurre, supuestamente, en una noche de invierno... Pero cuan aburrido es esto, esta novela histórica... No me interesa nada. Me gustaría encontrar unos pensamientos agradables, unos pensamientos que fueran un camino que indirectamente me reportara prestigio, ya que éstos son los pensamientos más agradables, y se encuentran muy a menudo incluso en la mente de la gente de modesto color ratonil, que sinceramente cree que no le gusta oír que les canten alabanzas. No son pensamientos que la alaben a una directamente; esto es lo bueno. Todos ellos son pensamientos como el siguiente:
«Entonces entré en el cuarto. Estaban hablando de botánica. Dije que había visto una flor que crecía en un montón de tierra, en el solar de una vieja casa de Kingsway. La semilla, dije, seguramente fue sembrada durante el reinado de Carlos I. ¿Qué flores había en el reinado de Carlos I?» Esta fue mi pregunta. (Pero no recuerdo la contestación.) Altas flores con bolas moradas quizás. Y así sucesivamente. Todo el tiempo no hago más que evocar mi figura en mi mente, amorosamente, furtivamente, sin adorarla a las claras, ya que, si lo hiciera, me reprimiría, e inmediatamente alargaría la mano en busca de un libro para protegerme a mí misma. De hecho, es curioso ver cuan instintivamente una protege de la idolatría a la propia imagen, así como de cualquier otro tratamiento que pudiera ponerla en ridículo, o que la alejara tanto del original que no se pudiera creer en ella. ¿O quizá no sea tan curioso, a fin de cuentas? Desde luego, es asunto de gran importancia. Cuando el espejo se rompe, la imagen desaparece, y la romántica figura, rodeada de un bosque de verdes profundidades, deja de existir, y sólo queda la cascara de aquella persona que es lo que los demás ven, ¡y cuan sofocante, superficial, pelado y abrupto se vuelve el mundo! Un mundo en el que no se puede vivir. Cuando nos miramos los unos a los otros en los autobuses o en los vagones del metro, miramos el espejo; y esto explica la vaguedad y el vidriado brillo de nuestros ojos. Y en el futuro los novelistas se darán más y más clara cuenta de la importancia de estos reflejos, por cuanto, desde luego, no hay un solo reflejo, sino un número infinito de ellos. Estas son las profundidades que explorarán, éstos son los fantasmas que perseguirán, apartándose más y más de la descripción de la realidad, en sus historias, dando por supuesto el conocimiento de ellas, tal como hacían los griegos y quizá Shakespeare... Pero estas generalizaciones carecen de todo valor. Traen a la memoria artículos de fondo, ministros del gobierno; en realidad, toda una clase de cosas que, en la infancia, pensábamos eran la cosa en sí misma, la cosa clásica, la cosa real, de la que una no se podía apartar sin riesgo de una condena sin nombre. No sé por qué razón, las generalizaciones evocan los domingos en Londres, los paseos de la tarde del domingo, los almuerzos del domingo, y también maneras de hablar de los muertos, así como las ropas y las costumbres, como la costumbre de estar todos reunidos en una estancia, sentados, hasta cierta hora, a pesar de que a nadie le gustaba. Para todo había una norma. La norma referente a los manteles, en aquel período determinado, decía que debían ser bordados, con pequeños compartimentos amarillos, como los que se ven en las fotografías de las alfombras que cubren los pasillos de los palacios reales. Los manteles de diferente especie no eran manteles verdaderos. Cuan sorprendente y, al mismo tiempo, cuan maravilloso fue descubrir que esas cosas verdaderas, los almuerzos del domingo, los paseos del domingo, las casas de campo y los manteles no eran totalmente reales, que en el fondo eran medio fantasmales, y que la condena que recaía sobre el que se mostraba incrédulo ante ellas sólo consistía en una sensación de libertad ilegítima. Y me pregunto qué es lo que ahora ocupa el lugar de aquellas cosas, aquellas cosas corrientes, reales. Un hombre quizá debiera ser una mujer; el masculino punto de vista que gobierna nuestro vivir, que ha sentado la norma, que ha establecido la Tabla de Precedencia del Whitaker, que se ha convertido, a mi parecer, después de la guerra, en su mitad fantasmal para los hombres y para las mujeres, que pronto, cabe esperar, será arrojada entre risas al cubo de la basura al que van a parar los fantasmas, los aparadores de caoba, los grabados de Landseer, los dioses y los demonios, etcétera, dejándonos con un ilegítimo sentido de libertad. Si es que la libertad existe...
Bajo ciertas luces, la mancha en la pared parece surgir de la pared. No es totalmente circular. No estoy segura, pero parece proyectar una visible sombra, de manera que, si pasara el dedo por esta parte de la pared, el dedo ascendería y descendería sobre un pequeño promontorio, como aquellos que se ven en los South Downs y que son, según se dice, cementerios o castros. De entre una cosa y otra, preferiría que fueran tumbas, por cuanto me gusta la melancolía al igual que a la mayoría de los ingleses, y me parece natural, al término de una paseata, pensar en los huesos enterrados bajo la hierba... Seguramente hay un libro que trata del asunto. Algún anticuario habrá desenterrado esos huesos y les habrá dado nombre... ¿Y qué clase de hombre es un anticuario? Me atrevería a decir que, en su mayoría, son coroneles retirados, al mando de ancianos obreros allí, arriba, que examinan piedras y grumos de tierra, y que entablan correspondencia con los clérigos de la vecindad, lo cual, debido a que abren las cartas a la hora del desayuno, les da sensación de importancia, y la comparación de puntas de flecha exige efectuar viajes a través de los contornos para ir a las poblaciones cabezas de partido, agradable necesidad, tanto para los clérigos como para sus esposas ya entradas en años que desean hacer jalea de ciruela o limpiar el estudio, y tienen muy buenas razones para mantener en estado de perpetua duda la cuestión de si es cementerio o castro, mientras el coronel se siente placenteramente filosófico, al acumular pruebas en uno y otro sentido. Cierto es que, a fin de cuentas, el coronel prefiere creer que se trata de un castro. Y, al ser su tesis contradicha, el coronel pergeña un folleto que se dispone a leer en la reunión trimestral de la sociedad local, cuando la apoplejía le ataca, y su último pensamiento consciente no se centra en su mujer, ni en sus hijos, sino en el castro y en la punta de flecha, que ahora se encuentra en una vitrina del museo de la localidad, juntamente con el pie de una asesina china, un puñado de clavos de los tiempos de Isabel I, gran número de pipas de barro Tudor, una jarra romana y el vaso en que Nelson bebió... algo que no sé.
No, no, nada está demostrado, nada se sabe. Y si ahora me levantara, en este mismo instante, y comprobara que la marca en la pared es realmente —¿qué voy a decir?— la cabeza de un viejo y gigantesco clavo, clavado hace doscientos años, que ahora, gracias al paciente desgaste producido por largas generaciones de criadas, ha asomado la cabeza por la capa de pintura, y tiene la primera impresión de la vida moderna, en esta estancia de paredes pintadas de blanco e iluminada por el fuego del hogar, ¿qué ganaría, yo, con ello? ¿Conocimientos? ¿Más posibilidades de elaborar hipótesis? Sentada, soy tan capaz de pensar como en pie. ¿Y qué es el conocimiento? ¿Qué son nuestros hombres eruditos sino los descendientes de brujas y ermitaños que vivían agachados en cuevas y bosques, cociendo hierbas e interrogando a ratones campestres, y consignando el lenguaje de las estrellas? Y además menos honores les rendimos, a medida que nuestras supersticiones menguan, y que nuestro respeto por la belleza y la salud de la mente aumenta... Sí, cabe imaginar un mundo muy agradable. Un mundo tranquilo y amplio, con flores muy rojas y azules en los campos bajo el cielo. Un mundo sin profesores ni especialistas ni caseros con perfil de policía, un mundo que se pudiera cortar con el pensamiento tal como el pez corta el agua con sus aletas, rozando los tallos de los nenúfares, quedando suspendido sobre conglomerados de blancos huevos marinos... De cuanta paz se goza en este fondo, enraizados en el centro del mundo, y mirando hacia lo alto, a través de las aguas grises, con sus bruscos rayos de luz, y con sus reflejos... ¡si no fuera por el Almanaque de Whitaker!, ¡si no fuera por su Tabla de Precedencias!
Debo ponerme en pie de un salto y ver por mí misma qué es realmente esta marca en la pared, ¿un clavo, un pétalo de rosa, una grieta en la madera?
Y aquí tenemos a la naturaleza jugando una vez más al viejo juego de la autoconservación. La naturaleza se da cuenta de que esta clase de pensamiento no hace más que amenazar con un derroche de energías, incluso con cierta colisión con la realidad, por cuanto, ¿quién se atreverá jamás a alzar un dedo contra la Tabla de Precedencias de Whitaker? Detrás del Arzobispo de Canterbury va el Lord Presidente de la Cámara de los Lores; y el Lord Presidente de la Cámara de los Lores va seguido por el Arzobispo de York. Siempre hay alguien que va detrás de alguien, según la filosofía de Whitaker; y lo más importante es saber quién va detrás de quién. Whitaker sabe, y tú deja, aconseja la naturaleza, que esto te consuele, en vez de enfurecerte; y si no puedes quedar consolada, si tienes que destruir esta hora de paz, piensa en la mancha en la pared.
Comprendo el juego de la naturaleza, su invitación a actuar, a fin de poner término a todo pensamiento que amenace con excitar o causar dolor. De ahí, supongo, surge nuestro desprecio por los hombres de acción: hombres, presumimos, que no piensan. De todas maneras, nada malo hay en poner punto final a los pensamientos desagradables, por el medio de mirar una mancha en la pared.
Realmente, ahora que he fijado la vista en la mancha, tengo la sensación de haberme asido a una tabla en el mar, siento una satisfactoria impresión de realidad que inmediatamente convierte a los dos arzobispos y al Lord Presidente de la Cámara de los Lores en proyecciones de sombras. Aquí hay algo definido, algo real. De la misma manera, al despertar a medianoche de una pesadilla horrorosa, una enciende apresuradamente la luz, y yace pasivamente, adorando la cómoda, adorando la solidez, adorando la realidad, adorando el mundo impersonal que es demostración de una existencia que no es la nuestra. Esto es aquello de lo que una quiere tener certeza... Es agradable pensar en madera. Procede de un árbol; y los árboles crecen, y no sabemos cómo crecen. Crecen durante años y años, sin prestarnos la más leve atención, en prados, en bosques, en las riberas de los ríos... Todo ello cosas en las que a una le gusta pensar. Bajo los árboles, las vacas agitan la cola en las tardes calurosas; los árboles pintan a los ríos tan verdes que, cuando una cerceta se lanza a las aguas, una espera verla salir con las plumas teñidas de verde. Me gusta pensar en los peces, en equilibrio contra la corriente, como una bandera tensada por el viento; y los escarabajos peloteros levantando despacio cúpulas con el barro del río. Me gusta pensar en el árbol en sí mismo: primero la inmediata y seca sensación de ser madera, después su movimiento en la tormenta, después el lento y delicioso correr de la savia. También me gusta pensar en el árbol, alzado en las noches invernales en un campo solitario, con todas sus hojas prietamente enroscadas, sin que nada tierno de él quede expuesto a las balas de hierro de la luna, un mástil desnudo sobre la tierra que cae y cae durante toda la noche. El canto de los pájaros forzosamente ha de tener un sonido muy alto y raro en el mes de junio; y qué sensación de frío causarán las patas de los insectos sobre el árbol, a medida que avanzan trabajosamente por las hendiduras de la corteza, o toman el sol en la delgada y verde cúpula de las hojas, y miran rectamente al frente con sus ojos rojos tallados como diamantes... Una tras otra, las fibras se quiebran bajo la inmensa y fría presión de la tierra, y entonces llega la última tormenta, y las más altas ramas, al caer, penetran de nuevo profundamente en la tierra. A pesar de todo, la vida no ha terminado; quedan millones de pacientes y vigilantes vidas para un árbol, a lo largo y ancho del mundo, en dormitorios, en buques, en pavimentos, en cuartos de estar donde hombres y mujeres se reúnen después de tomar el té y fuman cigarrillos. Rebosa pensamientos de paz, pensamientos felices, este árbol. Me gustaría considerar por separado cada árbol, pero hay un obstáculo que lo impide... ¿Dónde estaba? ¿De qué trataba? ¿Un árbol? ¿Un río? ¿Colinas? ¿El Almanaque de Whitaker? ¿Campos de asfódelo? Nada recuerdo. Todo se mueve, cae, resbala, se desvanece... Hay una vasta conmoción de la materia. Alguien se encuentra en pie junto a mí, y dice:
«Salgo a comprar el periódico.»
«¿Sí?»
«Aunque no vale la pena comprar el periódico... Nunca pasa nada. Maldita guerra; que Dios la maldiga... De todas maneras, no veo por qué hemos de tener un caracol en la pared.»
¡Ah, la mancha en la pared! Era un caracol.




En La casa encantada y otros cuentos
Traducción de Andrés Bosch
Barcelona, Lumen, 2° ed., 1983