Diva Simone
Comparada desde siempre con Billie Holiday (aunque ella prefería como modelo a María Callas), Nina Simone fue la última gran diva negra del jazz y una fervorosa militante por los derechos civiles, amiga de Martin Luther King y Malcolm X. Con su muerte, a fines del mes pasado, desapareció una voz única, inconfundible: el eslabón perdido entre las legendarias cantantes de la primera mitad del siglo XX y las sofisticadas cantantes del jazz actual.
“Vos sos Al Capone, yo soy Nina Simone”, canta Lauryn Hill en el tema “Ready or Not” incluido en The Score, el álbum que hizo famosos a los Fugees. La gloria que el grupo de Lauryn y Wycleef Jean amasó hacia la segunda mitad de la década del 90 –y que los hizo escapar de manera contundente del ghetto del hip hop– se debió básicamente a su nueva versión de “Killing me softly with his song”, un viejo hit que la voz de Roberta Flack inmortalizó en los años ‘70, pero también a su contundencia poética, su nivel de conciencia política y su defensa de todos los estandartes de su raza: entre ellos, la figura de Nina Simone, la última gran diva del blues y el jazz norteamericano. Una luchadora por los derechos civiles tan incansable que en la década del 70 terminó abandonando los Estados Unidos para siempre. “Mis amigos y yo no decimos United States sino United Snakes (‘Serpientes Unidas’)”, repitió hasta el último día de su vida esta mujer que fue amiga de Martin Luther King y Malcolm X y se negó a vivir en un país gobernado por Richard Nixon.
“¿Le gustó que usaran su nombre en esa canción?”, le preguntaron entonces en una entrevista con la revista neoyorquina Interview. “Sí, pero mucho más me hubiera gustado que cantaran una de mis canciones”, respondió Simone, tan legendaria por su talento musical como por sus desplantes, por su militancia en favor de los derechos de los negros como por su excentricidad, y por el furor con que fustigaba a sus bêtes noires, entre ellas el rap y el hip hop, a los que responsabilizaba de haber arruinado la música.
Educada de niña para ser concertista de piano, Simone terminó tocando blues en bares hasta conquistar por derecho propio un lugar importante en la historia del género, que la registra como la última de las grandes divas negras del jazz que revolucionaron la música popular norteamericanas entre los años 30 y 60. El pasado lunes 21 de abril, Simone, de setenta años, murió en su tranquilo hogar del sur de la campiña francesa, cerca de Aix-en-Provence. Con ella desapareció también una voz singular, única, eslabón perdido entre aquellas eternas y legendarias divas del blues y todas las jóvenes y sofisticadas cantantes del jazz actual.
Rebelde con causa
“Siempre me pareció un insulto que me compararan con Billie Holiday”, confesó Simone en una entrevista con la revista Details, mientras promocionaba una de las pocas giras norteamericanas que hizo en los años 90. “Para la mayoría de los blancos, jazz significa negro y también significa sucio, y eso no es lo que yo interpreto. Yo hago música clásica negra. Por eso a mí, como a Duke Ellington, no me gusta el término ‘jazz’. Y eso me hace pensar que si me compararon inmediatamente con Billie Holiday fue sólo por el color de la piel. Pero nunca me compararon con María Callas, y eso que siempre fui tan diva como ella. Como yo, la Callas era tempestuosa, absolutamente única, y estudió su música más que cualquier otra de su generación. Podía crear las reglas y romperlas cada vez que quisiera, y el mundo la escuchaba porque era la Callas.”
Eso es lo que Simone siempre quiso: fijar las reglas. Sólo llegó a hacerlo cuando se convirtió en leyenda, pero siempre en el marco del show business. Porque, además, ahí afuera había un mundo, otro mundo, contra el cual siempre chocó de frente. Simone solía decir que recibió su primera lección a los doce años, cuando dio un recital de piano en una librería de su ciudad natal y sus padres debieron resignarse a ocupar asientos en las últimas filas porque eran negros.
Nacida en 1933 en Tyron, una localidad de Carolina del Norte, la pequeña Simone, née Eunice Kathleen Waymon, tocó el piano desde los cuatro años y fue criada con el apoyo de su familia –e incluso de la comunidad negra local– para hacer una carrera de concertista de piano. Pero el sueño se esfumó cuando no logró ingresar a un prestigioso instituto de Filadelfia. “De una frustración como ésa nunca se vuelve”, declaró Nina. “Dediqué miinfancia al estudio a cambio de nada. Fue como si toda mi familia, mis profesores e incluso mi comunidad me hubiesen mentido durante todos esos años, alentando un sueño que sabía imposible.”
Para que sus padres no supieran que tocaba en locales nocturnos de Atlantic City, hacia 1954 adoptó el nombre artístico de Nina Simone. “Nina” porque así solía llamarla un novio hispano de su infancia; “Simone” por Simone Signoret, una actriz francesa que admiraba. Tres años más tarde, NS cantaba en el Carnegie Hall y le escribía a sus padres: “Estoy donde ustedes siempre soñaron que iba a llegar, pero no precisamente tocando Bach”. Su primer éxito fue a fines de los ‘50, con su versión de “I love you, Porgy”, un tema de Porgy and Bess, pero su década fue la del ‘60, cuando encarnó a la cantante sufrida de una época de militancia y las canciones que componía aludían tanto a su vida como a los vientos del momento: “Four Women”, “Young, gifted and black” o “Mississippi Goddam”, que pasó a ser un himno de la lucha por los derechos civiles. “Soy una rebelde pero con causa”, explicó. “Los blancos tienen a Judy Garland. Nosotros tenemos a Nina Simone”, se enorgulleció alguna vez el legendario y combativo humorista negro Richard Pryor.
Cuando el arte ataque
Cuenta la leyenda que unos quince años atrás, cuando vivía en Suiza, Nina Simone se cruzó con un ejecutivo de una discográfica que, según la cantante, le había robado sus discos y no le pagaba sus regalías. “Fui a verlo y le dije: ‘¿Donde está mi dinero?’ Cuando me dijo que no me iban a pagar lo que me correspondía, lo seguí hasta un restaurante y una vez allí saqué una pistola y traté de matarlo”, contó un lustro atrás en una entrevista realizada para la BBC. El exabrupto no es raro en una personalidad explosiva como la de Simone, conocida por abandonar escenarios intempestivamente e incluso enjuiciada, en Francia, por disparar con un rifle de aire comprimido, a la Maradona, contra unos adolescentes que merodeaban su hogar. (Pero tampoco es rara esa actitud de soberbia por parte de la industria discográfica.) En la segunda mitad de los ‘80, cuando su versión de “My babe just care from me” fue usada en una campaña de perfumes Chanel, Simone disfrutó de un cierto revival, pero jamás cobró las regalías que le correspondían por el aviso ni por el millón de simples que vendió en ese momento.
Convertida en un mito en fuga permanente desde principios de los ‘70, cuando abandonó los Estados Unidos, Nina Simone viajó por Africa y el Caribe y vivió en Barbados, Liberia, Egipto, Holanda, Turquía y Suiza, antes de recalar finalmente en Francia. “Cuando me fui, estaba totalmente asqueada por los Estados Unidos”, escribió en su autobiografía, I put a spell on you. “Del país que habíamos soñado con construir en los ‘60 sólo quedaba una pesadilla: Nixon en la Casa Blanca y la revolución negra transformada en música disco”. Capaz de versionar canciones de Randy Newman, George Harrison y hasta de los Bee Gees, Simone fue invitada nada menos que por Nick Cave a participar del Meltdown 1999, un festival londinense que todos los años es ‘curado’ por un artista distinto, junto a Arvo Part y el cine del ruso Alexandr Sokurov. Según el London Times, “ningún cantante de jazz desde Billie Holiday llegó a entregar tanta angustia personal en sus interpretaciones como Nina Simone”. A la hora de su necrológica, el Times, siempre tan conservador, juzgó que “mezclar el extremismo político con una personalidad volátil tuvo siempre un resultado imperdonable”. Habría que agregar, en todo caso, que muchas de las canciones que Simone nos regaló consiguieron un raro milagro: hacernos olvidar, al menos por un rato, las peores injusticias del mundo.