Hace ya varios años, cuando estaba
escribiendo la novela Guerra en el paraíso, visité Xian, la vieja
capital de la dinastía Tang. Ahí me sorprendió, entre muchas otras
cosas, la vigencia de dos poetas del siglo VIII en las conversaciones
cotidianas con intelectuales y artistas chinos. Los poetas recordados,
casi lo diría, popularmente, eran Li Bai (el viejo Li Po) y Du Fu (a
veces conocido en manuales de poesía china como Tu Fu). La vigencia de
estos poetas me pareció después explicable por dos razones: primero, por
la calidad de la obra de Li Bai y sobre todo de Du Fu; segundo, por la
singularidad del pueblo chino, acaso poseedor de la cultura más poderosa
y antigua del planeta.En
la historia literaria de China Du Fu es considerado el más alto
exponente del realismo clásico. Dejó una extensa obra representativa de
la dinastía Tang, época cumbre de las letras chinas y del esplendor de
las ciencias y las artes. Nació en una comarca rural de la provincia de
Henan, en el año de 712. Realizó largos viajes por el norte y sur del
país y en la ciudad de Le Yan entabló una íntima amistad con Li Bai.
Después de haber radicado algunos años en la capital del Imperio, Chan
An, la actual Xian, en condiciones de extrema miseria (su hijo, en ese
tiempo murió de hambre), Du Fu llevó una vida nómada, de vagabundo, que
le permitió conocer directamente la pobreza de los campesinos y el
nepotismo arrogante de los mandarines. Basándose en sus propias
vivencias escribió seis de sus más famosos poemas, popularmente
conocidos en su conjunto como Tres alguaciles y tres despedidas, que
corresponden a los poemas "Alguacil en Tonguang", "Alguacil de Shin An",
"Alguacil de Shihao", "Despedida de una recién casada", "Despedida de
un viejo" y "Despedida de un hombre sin familia". A través de estos
poemas podemos ver otro aspecto de la China de ese tiempo: la
devastadora cauda de las guerras y de la expansión imperial.En
el verano del año 759 regresó a Chen Du, provincia de Shichuan, y allí,
en las afueras occidentales de la ciudad, se construyó con la ayuda de
algunos amigos una choza, la cual se conserva hasta hoy como museo del
poeta.Años después decidió
regresar a su hogar natal y emprendió, a bordo de una pequeña
embarcación, la última larguísima travesía de retorno por los ríos del
norte. La prolongada estancia sobre el agua le provocó un grave
reumatismo que minó lentamente su salud y le causó la muerte en el año
770, es decir, a los, en ese entonces, avanzados 57 años de edad. Murió
solitario, todavía muy lejos de su tierra; la barca con su cuerpo inerte
fue hallada en un rescoldo del río Shian Jian, que atraviesa parte de
la provincia de Henan.Conocí
los poemas de Du Fu antes de mi viaje a China por una antología inédita
de poemas de la dinastía Tang que prepararon entre 1983 y 1985 el poeta
chino Chen Guang Fu y el investigador español Alfredo Gómez Gil. Por
desacuerdos profesionales entre los dos coautores la antología no se
publicó. En el año 1986, en la ciudad de México, trabajé con Chen Guang
Fu en la revisión de ese volumen y le preparé nuevas versiones que
tuvieran una flexibilidad mayor en el verso libre de lengua española.
Publicamos algunas de esas versiones y después no me fue posible retomar
los apuntes que habíamos preparado juntos.En
el año de 1987, con motivo del centenario del nacimiento de Fernando
Pessoa, la embajada de Portugal ante la UNESCO organizó en París un
homenaje internacional y una exposición de libros, manuscritos y
traducciones. Nos invitaron a París a diversos traductores de Pessoa;
Jin Guo Ping era su traductor al chino y pertenecía al Departamento de
Literatura Latinoamericana de la Academia de Ciencias Sociales de China,
en Pekín, donde Chen Guang Fu era vicerrector. Conversamos largamente
en París de nuestros trabajos de Pessoa y también de los poetas chinos
clásicos que yo había conocido por Chen Guang Fu. Cuando viajé a China,
en 1989, los busqué en Pekín, pero en ese momento ambos se encontraban
en Europa y no volví a tener contacto con ellos.Recientemente
he vuelto a abrir esas carpetas y he sentido de nuevo la fuerza de esos
poetas clásicos y directos, profundamente humanos, llanos, verdaderos.
He tratado de encontrar una expresión más natural en los poemas de los
diferentes autores de la dinastía Tang que trabajé con Chen Guang Fu. En
las numerosas tardes de trabajo, de lecturas, de análisis de las
versiones que él había preparado con Alfredo Gómez Gil, reiteradas veces
me releía en chino cada poema para que yo pudiera apreciar la cadencia y
sonoridad de los versos. Después, en mi viaje a Pekín y a Xian, la
inmensidad y la inmediatez de la historia china en las calles, en la
población, en los restaurantes, entre los poetas, las bibliotecas, los
reinos del paisaje: los caudalosos ríos, las montañas que por sí solas
se elevan en el mundo como pinturas o esculturas, la neblina, la
sensación de que la neblina es una forma del recuerdo, o del encuentro, o
del destino, me llevaron a admirar y entender, particularmente, el
interior humano de Du Fu, la pasión justa y solidaria de este gran
maestro.En el poema
titulado "Marcha de los soldados con sus carros de guerra", Du Fu
menciona a Shian Yan, el puente de la parte norte de la antigua ciudad
de Chan An. En dos versos menciona que expertos jefes/ nos envolverán
los cabellos; en el ejército de aquella época los soldados llevaban sus
cabellos sujetos en forma de moño y envueltos por una tela de encaje;
aquí, por impericia guerrera, los infantes debían ser asistidos por
antiguos guerreros en el ritual de su peinado. Menciona también la
montaña Huan San, situada al noroeste de la ciudad de Chan An. Leamos:Los caballos relinchan.Soldados inexpertos con el arco en la cinturay las flechas en la aljabason palancas que impulsan las ruedas de carros.Padres y esposas los despidensumergidos en la polvareda de Shian Yan,y se prenden algunos de las ropas para detenerlosy luego se quedan gimiendocon sollozos que conmueven el cieloAsí lo explica uno de ellos:"Nos llevan en forzosa levaa los que tenemos entre quince y cuarenta años.Somos reclutas por un despótico decreto.En la siguiente comarca expertos jefesnos envolverán los cabellos,que canosos serán quizás cuando tornemos un día.Porque la frontera, rebosante de sangre,no satisface aún al imperio que crece.Al este de Huan San, alládonde los matojos silvestres dominany estrangulan todo cultivo,quedó bajo ignorantes manos el arado,porque hijos mayores, maridos,los brazos fuertes de la provincia,fueron distribuidos como perros y gallossegún el capricho del mando militar.Usted no se sorprendade la sinceridad con que le respondo.¿Alguna queja observa en mis palabras?Sólo le explico que en este inviernofuimos convocados a las armas los jóvenes y los hombres de mi aldea.Además, se nos obligó a entregar cosechas y bienes,sin disminución alguna del sofocante impuesto.Solas se quedaron cuidando el hambre de la casalas menores, las adolescentes, las casadas,mientras los hijos y maridos moriremos en la fronterabajo la espada o con triunfo,como un soldado cualquiera".La
guerra es una constante en la obra de Du Fu, porque le tocó vivir hacia
el año 755 la sublevación de los generales que estaban a cargo de las
fronteras del Imperio, An Zu-shan y Shi Shi-min. El emperador Tan Min
Huan tuvo que abandonar la capital del imperio ante el avance de los
generales insurrectos. Desde la provincia de Shichuan, los hijos del
emperador, Li Hen y Li lin, organizaron la lucha contra los rebeldes.
Pero el emperador murió intempestivamente y los hijos comenzaron a
combatir entre ellos antes de acabar con los rebeldes.
Los
procesos de la leva forzosa marcaron profundamente a Du Fu. La mayoría
de los poemas que recuerdan de él los chinos actuales corresponden a
escenas desgarradoras de estos reclutamientos. Uno de ellos, quizá el
más trágico y vertiginoso, es, como ya mencioné Alguaciles de Shihao,
que describe un suceso del que Du Fu fue testigo. Shihao era un pueblo
cercano a la ciudad de Ho Yan, provincia del mismo nombre, donde se
estacionaban las tropas imperiales. El poema fue escrito en el año 759,
cuando intentaba regresar Du Fu a su tierra natal:
Me había hospedado al anochecer en Shihao.
Los alguaciles se lanzaron esa noche
a un inesperado reclutamiento de leva.
El viejo dueño de la posada
saltó de un alto muro y se libró de la requisa,
pero su esposa, amenazada, tuvo que abrir la puerta.
Maldijéronla furiosos, y sin que su llanto lograra
suspender los insultos, balbuceó:
"Mis tres hijos fueron alistados tiempo ha
y defendieron el sitio de Shian Chou;
dos cayeron sacrificados;
del otro sólo poseo una carta.
Quiso nuestro sino que, sobrevivientes,
rezáramos por los que se fueron para siempre.
En la familia no hay más hombres que mi nieto,
cuya madre en el rincón le amamanta.
Vieja y débil soy, pero aún podría quizás servir comida en el ejército".
Entrada ya la noche, se alejaron las voces por la calle
y quedó en la casa un murmullo de amargos gemidos.
Cuando volví a reanudar mi camino, al día siguiente,
el posadero, a solas, me despedía.
El reclutamiento forzoso podía extenderse por muchos años. Si el soldado
lograba sobrevivir y regresar a su aldea, podría quedar otra vez
expuesto a un nuevo reclutamiento. A esta vulnerable condición se
refiere otro de sus más populares poemas, Despedida de un hombre sin
familia, que menciona a An Lu-shan, uno de los generales que se
rebelaron contra el emperador Tan Min Huan:
Tras la rebelión de An Lu-shan
los campos quedaron yermos,
llenos de espinos y cizaña.
Los habitantes de mi aldea
tuvieron que abandonarla.
No volví a saber de ellos;
quizás murieron, pero ignoro dónde están sus restos.
En Ye Chen nuestras tropas fueron derrotadas;
logré huir y regresé a mi pueblo;
encontré las calles vacías,
su quietud vacía,
incluso el aullido iracundo de los zorros,
los primeros que encontré de mi aldea,
me parecieron vacíos.
Algunas viudas inermes
siguen viviendo allí;
también unos tristes pájaros
que buscan sus nidos.
¿Quién no anhela reconstruir su casa?
A tiempo inicié la siembra
y cada tarde regaba mi huerto.
Pero el alcalde supo de mi regreso
y me ordenó partir de nuevo al frente.
Me reincorporaron al deshecho batallón
y me arrancaron de mi casa apenas recobrada.
¿Quién cuidará de ella durante mi ausencia?
(Quizás no me importará la distancia
en el fragor del combate.)
Con amargura recuerdo
mi primer reclutamiento:
mi madre me despidió con lágrimas
y a mi vuelta
sólo encontré de ella
la huella de un foso anónimo.
Tras una vida miserable,
su última posibilidad de dicha
quedó enterrada por un lustro
de ausencia de su estúpido hijo único.
Ya no tiene a quien decirle adiós
este vulgar campesino que corre por la vida.
La
guerra fue, pues, un tema constante en la vida y la poesía de Du Fu.
Por ello resalta su visión sobre las finalidades de la guerra misma y
sus límites necesarios. Es el caso de este poema, Filosofía del soldado,
lúcido y actual:
Al tensar el arco,
ténsese muy fuerte.
Al lanzar la flecha,
láncese excedida.
Al disparar,
dispárese al caballo.
Al perseguir al enemigo,
captúrese primero al comandante.
Si de esta forma defendemos la frontera,
las bajas que causemos serán mínimas.
Si sólo detener la invasión deseamos,
¿sería justo desencadenar la matanza?
También
fue ágil en el dibujo del paisaje, en el rápido y fulgurante paso de la
mirada sobre la tierra, el invierno, la crítica social como una mirada
limpia y aparentemente casual. Es el dibujo del breve poema Impresión;
rasgos rápidos y sorpresivos que en otros poetas chinos celebraba Ezra
Pound en sus versiones de Cathay, como los versos iniciales de The city
of Choan. Leamos Impresión, de Du Fu:
Por el duro cierzo, las ocas salvajes emigran.
El cielo está cubierto de un denso polvo.
En los bosques y crisantemos se escucha el viento.
Los matorrales de otoño
se han secado para ser más verdes.
Sigue en la madrugada sonando
la flauta de fiesta en la gran mansión.
Pero los vecinos y labriegos se duelen
vestidos de lino en el frío noviembre.
Quizá
uno de los poemas que pueden atravesar los siglos y las culturas con
mayor fuerza, con un rigor extremo de la condición humana sin retórica,
sin dulcificar la vida, sea éste, Melancolías múltiples:
Recuerdo que a mis quince años,
casi un niño,
pero robusto como un ternero,
trepaba a las copas de los árboles
del patio, en agosto,
al madurar la pera y el dátil.
Ahora, a mi quebrantada edad,
sobrepasados los cincuenta,
prefiero en vez de vertical
mantenerme acostado.
Sin embargo, con forzada sonrisa
recibo a mis amigos burócratas,
que me ayudan con su peculio.
Triste quedo porque me es imposible
superar las múltiples melancolías
que a mi vida rodean.
Mi casa son sólo paredes...
Mi esposa monótonamente carga
la misma tristeza...
Mi hijo, sin urbanidad alguna,
desde la puerta, soez me exige la comida.
Du
Fu, poeta del realismo clásico, dicen las historias de literatura
china. Pero ante obras como la suya, ¿qué significa realismo? ¿Algo más
sugerente o verdadero que la condición humana? ¿Algo diferente a
nosotros mismos? Quizá nunca la gran poesía ha significado algo más que
nosotros mismos.
Carlos Montemayor