Durante
los años 1945-1965 (me estoy refiriendo a Europa), había una forma determinada
de pensar correctamente, un estilo de discurso político determinado, y una
ética del intelectual determinada. Uno tenía que estar familiarizado con Marx,
y no dejar que los propios sueños se aparten demasiado de Freud. Y uno debía
tratar los sistemas de signos –el significante– con el mayor de los respetos.
Estos eran los tres requisitos que hacían aceptable la extraña ocupación de
escribir y enunciar una cuota de verdad sobre uno mismo y sobre su
tiempo.
Luego
vinieron los breves, apasionados, jubilosos y enigmáticos cinco años. A las
puertas de nuestro mundo, allí estaba Vietnam, por supuesto, y el primer gran
golpe a los poderes establecidos. Pero aquí, al interior de nuestros muros,
¿qué era exactamente lo que estaba ocurriendo? ¿Una amalgama de políticas
revolucionarias y antirrepresivas? ¿Una guerra librada en dos frentes: contra
la explotación social y la represión psíquica? ¿Una oleada de libido modulada
por la lucha de clases? Tal vez. En cualquier caso, fue esta interpretación
dualística tan familiar la que se arrogó los eventos de aquellos años. El sueño
que, entre la Primera Guerra Mundial y el fascismo, lanzó su hechizo sobre las
partes más soñadoras de Europa –la Alemania de Wilhelm Reich, y la Francia de
los surrealistas– había vuelto y prendido fuego la realidad misma: Marx y Freud
en la misma luz incandescente.
¿Pero,
fue realmente eso lo que ocurrió? ¿Se retomó el proyecto utópico de los
treinta, esta vez a nivel de la práctica histórica? ¿O hubo, por el contrario,
un movimiento hacia luchas políticas que ya no se conformaban al modelo
prescrito por la tradición marxista? Hacia una experiencia y una tecnología del
deseo que ya no eran freudianas. Es verdad que se levantaron las viejas
pancartas, pero el combate viró y se expandió hacia nuevas zonas.
El
Anti-Edipo muestra, primero que todo, cuánto terreno ha sido cubierto. Pero
hace mucho más que eso. No pierde tiempo desacreditando viejos ídolos, aunque
sí se divierte mucho con Freud. Lo más importante, nos motiva a ir más
lejos.
Sería un
error leer El Anti-Edipo como la nueva referencia teórica
(ustedes saben, esa tan anunciada teoría que finalmente abarca todo, que por
fin totaliza y nos devuelve la confianza, aquella que nos han dicho
“necesitamos desesperadamente” en nuestros tiempos de dispersión y especialización
en los que falta la “esperanza”). Uno no debe buscar una “filosofía” entre la
extraordinaria profusión de nociones nuevas y conceptos sorpresa: El
Anti-Edipo no es un Hegel relumbrón. Creo que El Anti-Edipo puede
ser leído mejor como un “arte,” en el sentido implicado, por ejemplo, en el
término “arte erótico.” Informado por las nociones aparentemente abstractas de
multiplicidades, flujos, arreglos, conexiones, el análisis de la relación del
deseo con la realidad y con la “máquina” capitalista brinda respuestas a
preguntas concretas. Preguntas que no tienen tanto que ver con por qué esto o
aquello, sino con cómo proceder. ¿Cómo introducir el deseo en el pensamiento,
en el discurso, en la acción? ¿Cómo el deseo puede y debe desarrollar sus
fuerzas dentro del dominio político y crecer en intensidad en el proceso de
desbaratar el orden establecido? Ars erotica, ars
theoretica, ars politica.
De ahí
los tres adversarios afrontados por El Anti-Edipo. Tres adversarios
que no tienen la misma fuerza, que representan grados distintos de peligro, y
que el libro combate de maneras diferentes:
(1) Los
ascetas políticos, los militantes tristes, los terroristas de la teoría,
aquellos que quieren preservar el orden puro de la política y del discurso
político. Burócratas de la revolución y funcionarios civiles de La
Verdad.
(2) Los
pobres técnicos del deseo—psicoanalistas y semiólogos de cada signo y
síntoma—que quieren subyugar la multiplicidad del deseo a la ley doble de
estructura y carencia.
(3) Por
último pero no menos importante, el gran enemigo, el adversario estratégico es
el fascismo (mientras que la oposición de El Anti-Edipo a los
anteriores es más bien un compromiso táctico). Y no solamente el fascismo
histórico, el fascismo de Hitler y Mussolini—que fue capaz de movilizar y
utilizar tan efectivamente el deseo de las masas—sino también el fascismo en
todos nosotros, en nuestra cabeza y en nuestra conducta cotidiana, el fascismo
que nos hace amar al poder, desear aquello mismo que nos domina y nos explota.
Diría que El
Anti-Edipo (y sus autores me perdonarán) es un libro de ética, el
primer libro de ética escrito en Francia en mucho tiempo (tal vez eso explique
por qué su éxito no estuvo limitado a una “audiencia” particular: ser
anti-edípico se ha convertido en un estilo de vida, una manera de pensar y de
vivir). ¿Cómo evitar ser fascista, aun (especialmente) cuando uno cree ser un
militante revolucionario? ¿Cómo librar nuestros dichos y nuestros actos,
nuestros corazones y nuestros placeres, del fascismo? ¿Cómo revelar y poner en
evidencia el fascismo arraigado en nuestra conducta? Los moralistas cristianos
buscaban las huellas de la carne alojadas en lo más profundo del alma. Deleuze
y Guattari, por su parte, persiguen los rastros más tenues de fascismo en el
cuerpo.
Ofreciendo
un modesto tributo a San Francisco de Sales**, uno podría decir que El
Anti-Edipo es unaIntroducción a la Vida No-Fascista.
Este arte
de vivir contra toda forma de fascismo, ya sea actual o inminente, conlleva
cierto número de principios esenciales que sintetizaría de la siguiente manera
si fuera a hacer de este gran libro un manual o guía para la vida
cotidiana:
• Libera
la acción política de toda paranoia unitarista y totalizante.
• Desarrolla
la acción, el pensamiento y los deseos por proliferación, yuxtaposición y
disyunción, y no por subdivisión y jerarquización piramidal.
• Deja
de creer en las viejas categorías de lo Negativo (ley, límite, castración,
falta, carencia), que el pensamiento occidental sacralizó durante tanto tiempo
como una forma del poder y un acceso a la realidad. Prefiere lo que es positivo
y múltiple, diferencia en vez de uniformidad, flujos en vez de unidades,
arreglos móviles en vez de sistemas. Cree que lo que es productivo no es
sedentario sino nómade.
• No
pienses que uno tiene que estar triste para ser militante, incluso si aquello
contra lo que uno está luchando es abominable. Es la conexión del deseo con la
realidad (y no su retirada hacia formas de representación) lo que posee fuerza
revolucionaria.
• No
utilices el pensamiento para fundamentar una práctica política en La Verdad; ni
utilices la acción política para desacreditar, como mera especulación, una
línea de pensamiento. Utiliza la práctica política como un intensificador del
pensamiento, y el análisis como multiplicador de las formas y dominios para la
intervención de la acción política.
• No
le demandes a la política que restituya los “derechos” del individuo, tal como
los ha definido la filosofía. El individuo es producto del poder. Lo que hace
falta es “des-individualizar” por medio de la multiplicación y el
desplazamiento, combinaciones diversas. El grupo no debe ser un lazo orgánico
que una individuos jerarquizados, sino un constante generador de
des-individualización.
• No
te enamores del poder.
Incluso
podría decirse que a Deleuze y Guattari les importa tan poco el poder que
trataron de neutralizar los efectos de poder ligados a su propio discurso. De
ahí los juegos y trampas desparramados a lo largo del libro, que hacen de su
traducción una verdadera proeza. Pero no son las trampas tan familiares de la
retórica: ésta se dedica a influenciar al lector sin que él sea consciente de
la manipulación, y en última instancia a persuadirlo en contra de su voluntad.
Las trampas del El Anti-Edipo son las del humor: tantas
invitaciones para que uno se fastidie, para que deje el texto a un lado y se
vaya dando un portazo. A menudo el libro lo lleva a uno a creer que todo es
diversión y juegos, mientras algo esencial está ocurriendo, algo de extrema
seriedad: la localización de todas las formas de fascismo, desde las más
enormes que nos rodean y nos aplastan hasta las más diminutas que constituyen
la tiránica amargura de nuestras vidas diarias.
Notas:
* Extraído
de Anti-Œdipus. Capitalism and Schizophrenia, traducción del
francés al inglés realizada por Robert Hurley, Mark Seem y Helen R. Lane,
Minneapolis, University of Minessota Press, 1983, pp. 11-4. Este prefacio fue
escrito por Foucault directamente en inglés.
** Sacerdote
del s. xvii y obispo de Ginebra, conocido por su Introducción a la Vida
Devota.
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