sábado, 9 de marzo de 2013

Leonardo Da Vinci - El sauce y la calabaza


El mísero sauce, encontrándose con que no podía gozar del placer de ver sus flexibles ramas tornarse tan gruesas como deseaba, o erguirse en alto, por impedírselo la vecindad de una vid o de alguna otra planta, por cuya culpa crecía sin ramas, estropeado y maltrecho, concentró en sí mismo todas las fuerzas de su espíritu y con ellas, abriendo de par en par las puertas de la imaginación, empezó en medio de continuas reflexiones, a buscar entre todas las plantas existentes, con cuál podría aliarse, que no necesitara de la ayuda de sus ramas. Y tras un rato de nutrida imaginación (notrida imaginazione), la idea de la calabaza asaltó súbitamente su pensamiento y le hizo sacudir con alegría todas sus ramas, por parecerle que había encontrado la compañía más conveniente a su propósito; ya que, en efecto, la calabaza es más apta a enlazar otras plantas que a ser por ellas enlazada. Y, tomada ya su decisión, extendió al cielo sus ramas, a la espera de algún pájaro amigo que le sirviera de intermediario para la realización de su deseo. Y como viera allí cerca una urraca, dirigiole estas palabras: -¡Oh, gentil pájaro, yo te ruego, en retribución del socorro que cierta mañana, pocos días ha, te prestaron mis ramas cuando un hambriento halcón, cruel y rapaz, iba a devorarte, y por los momentos de reposo que sobre mí encontraste muchas veces, cuando tus alas lo pedían, y por tantos placeres como has gozado a mi abrigo mientras jugueteabas enamorado junto con tus compañeras: por todo eso te ruego que vayas adonde está la calabaza y le pidas unas pocas semillas, diciéndole que, una vez germinadas, yo las trataré tal como si de mi propio cuerpo las hubiese generado; y emplea así todas aquellas palabras que la persuadan de cuál es mi intención, aunque a ti, maestra en el arte de hablar, no hay necesidad de aleccionarte. Y si haces esto, recibiré tu nido sobre el codo de mis ramas, en compañía de tu familia, sin que me pagues alquiler. La urraca, después de convenidas con el sauce y ratificadas las capitulaciones, entre las cuales figuraba en primer término el compromiso de no aceptar como inquilinos ni serpientes ni garduñas, levantó la cola, bajó la cabeza y confió a sus alas el peso de su cuerpo. Y agitándolas por el aire fugitivo y dirigiendo curiosamente su vuelo aquí y allá con ayuda del timón de su cola, se acercó a una calabaza, la saludó amablemente con algunas buenas palabras, le pidió las deseadas semillas, las cuales entregó al sauce -que las recibió con alegre semblante-, y las plantó en la tierra en torno del tronco, previamente removida con su pico. Las semillas brotaron al poco tiempo, y se desarrollaron formando un ramaje que cubrió el sauce y le quitó, con sus grandes hojas, la belleza del sol y del cielo. Y como si no bastara con tanto perjuicio, las calabazas que nacieron luego, empezaron a doblar con su excesivo peso las delgadas ramas de sus extremos, causándoles grandes incomodidades y dolores. El sauce agitábase y se sacudía inútilmente para arrojar lejos de sí las calabazas; pero los días pasaban en vanos y engañosos esfuerzos, pues la trama sólida y resistente, malograba sus intentos. Sintiendo pasar el viento, le pidió que soplara con violencia y el viento accedió a su deseo. Se abrió entonces hasta la raíz el viejo y hueco tronco en dos partes, las cuales se derrumbaron, con gran dolor del sauce, que hubo de reconocer que su destino lo condenaba a no ser feliz jamás.


En Aforismos
Traducción: E. García de Zúñiga

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