El principio del discurso es su parte más difícil y desconfío de los que empiezan por él.
El presente es trémulo porque es viejo; fracasan los que en él hagan
cualquier cosa; en cambio, dejado para otro día, fue el método de
celebridad y poder de todos los expectantes y silenciosos. Nada
empecemos hoy, que el porvenir está lleno de cosas hechas, tan
preferibles, y debe estar muy cerca ahora, después de tanto Pasado.
Explicaré mi arrepentimiento de cuanta cosa empecé antes del porvenir:
tres o cuatro brindis marrados -que yo calculaba me dieran más aplausos
en unos minutos que todos los aplausos de llamar al mozo que ha oído un
mozo de bar en treinta años de atencioso servicio, aunque se le añadan
(esto es propina) los aplausos de matar polillas mientras vuelan y los
aplausos para ahuyentar gallinas de un jardín- me hicieron abusar del
pensamiento, hasta descubrir que esos cuatro discursos no sólo
comenzaban sino que presentaban el principio de la mala ubicación,
delante de todo, antes que el público se acostumbrara. (Brindis a los
que se reconoció, sin embargo, el mérito de un estilo tan continuado, o
personal, mío, digamos, que podían oírse de espaldas por los que se iban
retirando, y continuarse indefinidamente mientras alguien no encontrara
su sombrero.)
Corrigiendo estas contrariedades, en ocasiones posteriores, rogué al
público continuar atendiendo hasta oír el principio de mi discurso, lo
que lo ilusionó alegremente. En fin, en un reciente ensayo lo suprimí
del todo y en la emoción de ensayar me olvidé de todo lo demás y me
senté. La concurrencia, enamorada de la intención que me supuso de
inaugurar la nueva era del concluir de comer sin dificultades, aparentó
no haber oído que yo no había dicho nada y declarando que nada confuso
tenía mi brindis, ni preocupante o flojo o desigual o que no se
entendiera del todo, aplaudió como para dar ocupación a todos los mozos
de bar no llamados en un mundo de bares abstemios y vegetarianos. No soy
tan impresionable como el habitante que se resbaló del mundo, cual si
le hubieran hablado de cáscaras de bananas, cuando le dijeron de golpe
que la tierra era redonda; mas me siento triunfante por haber concluido
no sólo con mi carrera de orador que no para, sino con la de orador
confuso, en la que entreveía un porvenir claro y sin trabajo ninguno,
porque me era innata la facultad. He nacido con las "líneas ligadas", en
casa de una telefonista, frente al abonado "equivocado", e inventé el
brindis "que no funciona", ovacionado final de mi carrera de inventor,
que me compensa de haber llegado tarde a este mundo y con el candor de
creer que vendería millones de mis aparatos para postergar rifas, cuando
ya nacen hoy con dos delanteras de aplazamiento y la de cuarta
postergación está adelantadísima ya en taller de Alemania, haciéndose en
el mismo molde donde se moldeó la intención que tiene Alemania de pagar
la indemnización de guerra de 1914.
Querido gran poeta Leopoldo Marechal: lamento haber contado cosas tan
malas del presente y de que hay que apagarlo, con ventaja segura, cuando
nada declara más a un poeta, y es en vos un signo constante, que la
certeza e interlocución con el Hoy, único modo místico y estético del
tiempo. El hoy ha sido lleno para todos y es por una degradación de
espíritu, cuyo manantial no logro descubrir, que por una parte la
inclinación histórica y por otra la ideología banal del Progreso, dos
perversidades de difícil explicación, nos hacen suponer más plenitud del
Hoy de los que nacerán ulteriormente, y una pobreza del Hoy que
poseyeron los hombres del pasado.
Vuestra poesía, entre nuestras numerosas empresas estéticas de hoy,
palpitación de una busca ardiente y penetrante de Arte que me exalta, me
pone más que ninguna ante la evidencia del goce espiritual y la
oscuridad, en mí, de su teoría. Aunque cada vez se me paraliza más la
interrogante estética, creo que en vos se decide, aunque no se colme
todavía, la inquietud profunda y el operar continuo de las almas
artistas de Buenos Aires.
Perdonadme, Marechal, la pobreza imperdonable de estas vaguedades en mi
posición mental ante la belleza que realizáis, que no excluyen, aunque
no decoran, la certeza del placer que generasteis para nosotros*.
*En "Museo de la Novela de la Eterna" aparece una carta del Presidente
de la novela al poeta Ricardo Nardal, es decir Leopoldo Marechal
En Papeles de Recienvenido
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