4 de febrero. Largo tiempo en cama, insomne, tomo conciencia de la lucha.
En un mundo de mentira, la mentira no es expulsada del mundo ni siquiera
por medio de su opuesto, pero sí por medio de un mundo de verdad.
El dolor es el elemento positivo de este mundo, más bien el único vínculo entre este mundo y lo positivo en sí.
5 de febrero. Buena mañana, imposible recordarlo todo.
La destrucción de este mundo sería tarea nuestra sólo si: primero, este
mundo fuese malo, es decir, opuesto a nuestro espíritu; segundo, si
estuviésemos en condiciones de destruirlo. La primera cosa nos parece
precisa, pero la segunda no podemos realizarla. No podemos destruir este
mundo porque no lo hemos construido como algo fijo de por sí, sino que
nos perdimos dentro. Más aún, este mundo es nuestro extravío, y como tal
él es, en sí mismo, una entidad indestructible, o mejor: cualquier cosa
se puede destruir con llevarla hasta el fin, sin renuncias, donde cabe
advertir, por otra parte, que aun llevarla hasta el fin no puede ser más
que consecuencia de la distracción, pero siempre en el ámbito del mundo
mismo.
Existen, para nosotros, dos clases de verdades, las representadas por el
árbol de la ciencia y por el árbol de la vida. La verdad de quien obra y
la verdad de quien descansa. En la primera el bien se distingue del
mal, la segunda no es más que el bien mismo, e ignora tanto el bien como
el mal. La primera verdad se nos concede realmente, la segunda podemos
intuirla tan sólo. Este es el aspecto triste de la cosa. Pero el alegre
es que la primera verdad pertenece al instante fugaz, la segunda a la
eternidad, por lo que la primera acaba por extinguirse en el fulgor de
la segunda.
En Cuadernos en octava
Traducción: Carmen Gauger
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