domingo, 11 de mayo de 2014

Cuando se acabe en seco por Kurt Vonnegut

Histórico opositor del establishment de su país, el escritor sigue a los 81 años activamente en contra de aventuras como la guerra de Irak. Con su habitual estilo irónico y fantástico –el que recorre sus libros como Desayuno de Campeones o Matadero Cinco–, Vonnegut escribió este comentario sobre el poder, la piedad y el interés, en el marco de la América de Bush.


Hace muchos años, yo era tan inocente que todavía creía posible que pudiéramos convertirnos en la humana y razonable América con la que tantos miembros de mi generación soñábamos. Soñamos con esa América durante la Gran Depresión, cuando no había trabajo. Y luego luchamos y muchas veces morimos por ese sueño durante la Segunda Guerra Mundial, cuando no había paz. Pero ahora sé que no hay la menor chance de que América sea humana y razonable. Porque el poder nos corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los seres humanos somos chimpancés que se emborrachan con el poder. Al decir que nuestros líderes son chimpancés borrachos, ¿me arriesgo a bajar la moral de nuestros soldados que pelean y mueren en Medio Oriente? Su moral, como tantos de sus cuerpos, ya está perforada a balazos. Ellos están siendo tratados, como yo nunca lo fui, como los juguetes de Navidad de un chico rico.


 

Cuando se llega a mi edad, si se llega a mi edad, que son los 81 años, y si uno se reprodujo, uno se encuentra preguntándoles cosas a sus hijos, que ya están en la mediana edad, sobre el sentido de la vida. Yo tengo siete hijos, cuatro de ellos adoptados.
Muchos de los que lean esto deben tener la edad de mis nietos. Ellos también están siendo principescamente jodidos por los de mediana edad en el gobierno y las corporaciones.
Le hice mi gran pregunta sobre la vida a mi hijo biológico Mark. Mark es pediatra y autor de un libro de memorias, El Expreso Edén. El libro trata sobre su brote, su camisa de fuerza y su celda acolchada, de las que volvió lo suficiente como para terminar la Escuela de Medicina de Harvard.




Esto lo que el doctor Vonnegut le dijo a su papá que se babea: “Padre, estamos aquí para ayudarnos mutuamente a pasar por esto, sea lo que esto sea”. Y yo se los cuento a ustedes. Anótenlo, pónganlo en sus computadoras, así pueden olvidárselo. Yo tengo que decir que es una muy buena frase, casi tan buena como eso de “tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros”. Mucha gente piensa que Jesús dijo eso, porque es el tipo de cosas que Jesús solía decir. Pero de hecho lo dijo Confucio, el filósofo chino, 500 años antes de que existiera el mejor y más humano de los humanos, Jesucristo.
Los chinos también nos dieron, vía Marco Polo, la pasta y la fórmula de la pólvora. Los chinos son tan tontos que sólo usaron la pólvora para hacer petardos. Y todo el mundo en ese entonces era tan tonto que nadie en ningún hemisferio sabía que existía el otro.



Pero volvamos a los que, como Confucio y Jesús y mi hijo Mark, el médico, que dijeron cómo podemos portarnos más humanamente y tal vez hacer del mundo un lugar menos doloroso. Uno de mis favoritos es Eugene Debs, de Terre Haute, en mi estado nativo de Indiana. Escuchen esto:
Eugene Debs, que se murió en 1926, cuando yo tenía apenas 4 años, fue candidato a presidente cinco veces por el Partido Socialista, ganando 900.000 votos, 6 por ciento del electorado, en 1912, si es que se puede imaginarse una cosa así. Mientras hacía campaña, decía cosas como éstas:



Mientras exista la clase baja, yo soy de esa clase.
Mientras exista el elemento criminal, yo soy uno.
Mientras exista un alma en prisión, yo no soy libre.



¿No te hace vomitar todo lo socialista? ¿Como las escuelas públicas o los hospitales gratuitos?
¿Y qué hay con el Sermón de la Montaña de Jesús, las Beatitudes?:



Benditos sean los débiles, porque ellos heredarán la Tierra. Benditos sean los que perdonan, porque serán perdonados.
Benditos sean los mansos, porque serán llamados hijos de Dios.



No es exactamente una plataforma republicana. No es cosa de Donald Rumsfeld o Dick Cheney.
Por alguna razón, los cristianos más ruidosos nunca mencionan las Beatitudes. Pero, a veces con lágrimas en los ojos, exigen que se cuelguen los diez mandamientos en las escuelas. Y por supuesto, eso es de Moisés, no de Jesús. Nunca oí a ninguno demandar que se cuelgue el Sermón de la Montaña en ninguna parte.
¿Benditos los que perdonan en un tribunal? ¿Benditos los mansos en el Pentágono? Dejate de jorobar...
Hay una falla trágica en nuestra preciosa constitución, y no sé cómo puede arreglarse. Es esta: sólo un loco querría ser presidente. Pero, si uno lo piensa, sólo un loco querría ser un ser humano, si él o ella pudiera elegir. ¡Somos animales tan traicioneros, indignos de confianza, mentirosos y ambiciosos!



Yo nací como un ser humano en 1922 DC. ¿Qué quiere decir DC? Son letras que recuerdan a un paciente de este asilo de lunáticos llamado Tierra que fue clavado a una cruz de madera por un otros pacientes. Cuando todavía estaba consiente, le clavaron bulones en las muñecas y en los pies. Luego levantaron la cruz para que colgara y hasta el más petiso en la multitud pudiera verlo retorcerse para acá y para allá. ¿Pueden imaginarse a alguien haciéndole eso a alguien?
No hay problema. Es un espectáculo. Pregunten al devoto católico Mel Gibson quien, en un acto de piedad, acaba de hacer una fortuna con una película sobre cómo Jesús fue torturado. No importa lo que Jesús halla dicho.
El rey Enrique octavo, fundador de la Iglesia anglicana, hizo hervir vivo en público a un falsificador. Nuevamente, un espectáculo. Mel Gibson debería filmar El Falsificador. Nuevos records de recaudación a quebrar.
Una de las cosas buenas de la era moderna: si se muere horrendamente en pantalla, no se muere en vano. Será entretenimiento.



¿Qué dijo el gran historiador británico Edward Gibbon, 1737-1794, sobre la historia de la humanidad? Dijo: “La historia es de hecho poco más que el registro de los crímenes, estupideces y errores de la humanidad”.
Lo mismo se puede decir del diario de hoy.
El escritor franco-argelino Albert Camus, que ganó el Nobel de Literatura en 1957, escribió que “sólo existe una cuestión filosófica seria, el suicidio”.
Y aquí va otra carga de carcajadas de la literatura. Camus se mató en un accidente de tránsito. ¿Sus fechas? 1913-1960 DC.
Escuchen. Toda la gran literatura es sobre qué feo es ser un ser humano: Moby Dick, Huckleberry Finn, La roja insignia del coraje, La Ilíada, La Odisea, Crimen y castigo, la Biblia, La carga de la Brigada Ligera. 



Pero hay algo que puedo decir en defensa de la humanidad: en todas las eras de la historia, incluído el jardín del Edén, nadie pidió venir. Y, excepto en el jardín del Edén, ya estaban en marcha todos estos jueguitos locos que te hacen volverte loco hasta si no estabas loco de arranque. Algunos de los jueguitos que ya estaban en marcha cuando llegaste eran el amor y el odio, el progresismo y el conservadurismo, coches y tarjetas de crédito, golf y básquetbol femenino.
Peor que el golf, sin embargo, es la moderna política norteamericana, donde, gracias a la televisión y para la televisión, uno puede ser solamente uno de dos tipos de ser humano, un progresista o un conservador. De hecho, lo mismo le ocurría al pueblo inglés hace generaciones y Sir William Gilbert, del radical equipo de Gilbert y Sullivan, le puso estas palabras a una canción de esa época:



Muchas veces pienso que es cómico
Cómo la naturaleza establece
Que cada chica y cada chico
Que en este mundo con vida nace
Sea un pequeño progre
O si no un pequeño conserva.



¿Y uno cuál es? ¿Es una ley natural que uno tenga que ser uno u otro? Si uno no es uno u otro, para todos los efectos prácticos podrías ser una medialuna.



Por si alguno no se puede decidir, una ayuda:
Si querés sacarme mi arma, estás por matar fetos, te encanta que se casen los homosexuales y querés regalarles electrodomésticos, y estás con los pobres, sos un progresista.
Si estás contra todas estas perversiones y a favor de los ricos, sos un conservador.
¿No es simple?



Mi gobierno está en guerra con las drogas. Pero miren esto: las dos más difundidas y adictivas y destructivas de todas las substancias son perfectamente legales.
Una, por supuesto, es el alcohol etileno. Y el presidente George W. Bush, nada menos, y por su propia confesión, estuvo en dope y mamado y en copas desde los 16 hasta los 41. Cuando cumplió 41, contó él, se le apareció Jesús y le hizo soltar el frasco y dejar de tomar removedor.
Otros borrachos ven elefantes rosa.
¿Saben por qué creo que está tan enojado con los árabes? Porque inventaron el álgebra. Los árabes inventaron los números que usamos, incluyendo un símbolo para la nada, lo que nadie había hecho hasta entonces. ¿Creés que los árabes son boludos? Tratá de hacer una división con números romanos.



Estamos llevándoles la democracia, ¿no? Como los exploradores europeos trajeron el cristianismo a los indios, los que ahora llamamos pobladores originarios. ¡Qué desagradecidos que fueron! ¡Qué desagradecidos son los habitantes de Bagdad de hoy! Démosle otra rebaja impositiva a los super ricos. Eso le va a enseñar a Bin Laden una lección que no se va a olvidar. Viva el Jefe.
Ese Jefe y sus cohortes tienen tan poco que ver con la democracia como los europeos con el cristianismo. Nos el pueblo no tenemos ninguna influencia en lo que ellos decidan hacer. Por si no se dieron cuenta, ya se limpiaron el Tesoro y se lo pasaron a sus amigos en el negocio de la guerra y la seguridad nacional, dejando a su generación y a la próxima con una deuda perfectamene inmensa que ustedes tendrán que pagar.
Nadie dijo ni pío cuando lo hicieron porque habían desconectado cada alarma antirrobo de la Constitución: Diputados, el Senado, la Corte, el FBI, la prensa (que se olvidó de sus libertades) y Nos el Pueblo.



Sobre mi propia historia con el abuso de substancias foráneas. Fui un cobarde con la heroína y la cocaína y el ácido y todo eso, con miedo de que me hicieran volcar. Una vez me fumé un porro de marihuana con Jerry García y los Grateful Dead, para ser sociable. No pareció hacerme efecto, y nunca más probé. Y, por gracia de Dios o por lo que sea, no soy un alcohólico, que es realmente una cuestión de genes. Me tomo un par detanto en tanto, como voy a hacer esta noche. Pero ese es mi límite. No hay problema.
Por supuesto soy famosamente adicto a los cigarrillos. Vivo esperando que me maten. Fuego en una punta y un tonto en la otra.



Pero les voy a decir una cosa: una vez tuve un trip que ni el crack lo empata. Fue cuando saqué el registro. Cuidado, mundo, aquí viene Kurt Vonnegut.
Y mi coche de entonces, que recuerdo era un Studebaker, era impulsado, como lo son casi todos los medios de transporte y mucha maquinaria de hoy, y las plantas eléctricas y los hornos, con la más difundida y adictiva y destructiva de las drogas, el combustible fósil.
Cuando ustedes llegaron, hasta cuando yo llegué, el mundo industrializado ya estaba totalmente dopado con combustible fósil, pero pronto se va a acabar. En seco.




¿Puedo decirles la verdad? Quiero decir, esto no es un noticiero ¿no? Esto es lo que pienso de verdad: que todos somos adictos al combustible fósil que lo negamos y estamos por tener que parar en seco.
Y como tantos adictos que están por parar en seco, nuestros líderes están cometiendo todo tipo de crímenes violentos para conseguir lo que queda de la droga que los tiene agarrados.
(Kurt Vonnegut nació en Indianápolis en 1922, hijo de un célebre arquitecto. Combatió como soldado raso en la Segunda Guerra Mundial y fue capturado por los alemanes. Su carrera como novelista se inicia con La Pianola y abarca títulos como Las sirenas de Titán, Desayuno de Campeones y Buena Puntería. Sus muchos ensayos y piezas políticas fueron recogidos en casi una decena de libros. Vonnegut vive hace décadas en el barrio de Turtle Bay, en Manhattan.)

sábado, 10 de mayo de 2014

LA UNIDAD DEL SER: Una visión no-dual de todo lo que ES (I/III)

Un problema fundamental de la filosofía y, en general, el pensamiento humano: ¿cuál es la diferencia entre mente y mundo? ¿Puede uno existir sin el otro? ¿En dónde reside la realidad y la verdad de las cosas? 


Un cambio en los principios universales produce un cambio del mundo en su totalidad.
 Thomas Khun


¿Cuál es la relación entre la naturaleza y la cultura, entre la realidad y mente, entre nuestra visión del mundo y “el mundo”? ¿Es nuestra consciencia una isla de sentido enfrentada a un universo sin sentido, indiferente e incluso hostil? ¿Qué lugar ocupa “la verdad” en un mundo sin significado? ¿Qué lugar ocupa nuestro propio ser?
Recorreremos los corredores que dibujan la extraordinaria arqueología de nuestra psique occidental, desde la mente mítica de nuestros primeros ancestros hasta la desorientación ontológica de nuestros días, para intentar sacar a la luz, como una perla brillante, el sentido profundo que subyace bajo el espíritu de nuestro tiempo.



I. EL PANTEÍSMO PRIMORDIAL
Tal como han puesto de manifiesto la antropología y la psicología analítica y evolutiva, las culturas denominadas “tradicionales” (anteriores a la aparición de la escritura y de la historia) no sólo concebían el mundo de un modo diferente al nuestro, realmente vivían en un mundo distinto. Este modo ancestral de concebir y experimentar el mundo ha sido denominado por muchos “panteísta”. Esta palabra está formada por el término griego πᾶν (pan), que significa todo, y θεός (theos), que significa Dios; pudiendo traducirse en la sentencia: todo es Dios y Dios es todo. El panteísmo, en otras palabras, concibe todos los aspectos de la naturaleza como una expresión o manifestación de un poder, esencia o inteligencia divina. La consciencia panteísta vive en un mundo lleno sacralidad y numinoso misterio. Sería un error profundo, por lo tanto, entender el concepto panteísta de lo divino desde las concepciones de Dios de las religiones patriarcales y monoteístas, las cuales conciben su imagen de lo divino (Imago Dei) como la de una entidad trascendente, representada generalmente como un Padre, que crea con su voluntad consciente un mundo por fuera de él mismo. Por el contrario, las concepciones panteístas simbolizaban el mundo como una Gran Madre en cuyo seno estaban contenidas todas las cosas, de la que todas las cosas emanaban y hacia el que volvían, en un ciclo eterno. El ancestral concepto chino del Tao es la expresión filosófica de este mismo principio.


Al llamar panteísta al modo de consciencia del ser humano “pre-histórico” no estoy afirmando que todas y cada una de estas diversas culturas poseyeran una formulación consciente de esta perspectiva (una filosofía), sino que su panteísmo era inherente a su modo de percibir el mundo. En este modo de consciencia ancestral, que el antropólogo Lévy-Bruhl denominó “participación mística”, el mundo interior del hombre y su percepción de su entorno se hallaban mezclados, relativamente indivisos o confundidos. O, visto de otro modo, la interioridad del hombre era experimentada como la interioridad del mundo, o como una parte de ella. El mundo del hombre ancestral “está animado por las mismas realidades de resonancia psicológica que los seres humanos experimentan en sí mismos. Hay continuidad entre el mundo interior del hombre y el mundo exterior (…) En este estado de consciencia relativamente indiferenciado,  los seres humanos se perciben en participación y comunicación directas -emocional, mística y cotidianamente- con la vida interior del mundo natural y del cosmos.” (Richard Tarnas,  Cosmos y Psique: indicios para una nueva visión del mundo, 2009).
Incluso ya la mención de “experiencias humanas en y con el mundo” resulta inapropiada para intentar explicar este modo de consciencia, ya que precisamente en este estadio no existía en el hombre una consciencia que se concebía a sí misma como experimentando ahí afuera. Más bien “podría decirse que el hombre primordial tendría su “consciencia” no en sí mismo, sino “ahí afuera”; si no fuera por el hecho de que hablando estrictamente no hay un “ahí afuera” para él en este estadio, puesto que él mismo es una parte y está entretejido con el “ahí afuera” (…) Esto significa que la conciencia vive en el nivel de la experiencia inmediata (…) la conciencia misma está sumergida y flotando en sus propias experiencias, sin distancia con ellas. Debido a la inmediatez prevaleciente, el hombre se experimenta primariamente como un hilo tejido en la tela de la naturaleza, como contenido en el curso de los acontecimientos con los que interactúa ininterrumpidamente.” (Wolfgang Giegerich, Dialectis & Analytical Psychology, 2005).
Las distintas visiones panteístas del mundo, aunque diferentes en muchos aspectos, en lo esencial describían el cosmos como un sistema complejo de niveles de existencia jerárquicamente dispuestos. Según esta concepción de la realidad, que el filósofo e historiador de las ideas Arthur Lovejoy llamó Gran Cadena del Ser, el mundo de la materia densa constituía el último eslabón.



II. EL DUALISMO OCCIDENTAL
En contraposición a este modo de consciencia ancestral, en muchos aspectos, el desarrollo cultural de Occidente ha ido paralelo al desarrollo creciente de una concepción de la realidad en la que el ser humano está separado, de formas cada vez más profundas, del entorno en el que habita, un mundo que se ha encontrado descubriendo como cada vez más ajeno a él mismo y que ha dado en llamar “la naturaleza”. Esta separación radical entre el sujeto observante y el objeto observado se denomina “dualismo”, y constituye, para muchos autores, la esencia y el paradigma básico de la mentalidad occidental. Esta perspectiva existencial dualista parece ser la consecuencia inevitable de la consciencia que se sitúa frente al objeto, volviéndose auto-reflexiva.
El dualismo occidental se expresó, por una parte, en la filosofía aristotélica, paradigma fundante de Occidente. Por otra parte, se manifestó, como estructura dominante de la mente occidental durante todo el período medieval en las cosmovisiones mitológicas de las religiones monoteístas. Como desarrollé en mi síntesis sobre el nacimiento y desarrollo del patriarcado, el despertar o la expansión de la capacidad lógico-diferenciadora de la consciencia humana respecto de su entorno trajo consigo una nueva mitología religiosa sustentada en la moral. El mito hebreo de la Caída de Adán y Eva del Jardín del Edén en el Antiguo Testamento es la alegoría perfecta del  nacimiento del concepto religioso y legal de “culpa”, que sentaría las bases de la cultura occidental durante más de mil años. Coherente con la división tajante entre el cuerpo corruptible y el alma inmortal de la teología medieval, se consolidó la imagen divina de un Dios único y trascendente, que existe más allá de su mundo creado: un mundo terrenal con sus propias leyes inmutables pero separado fundamentalmente del Espíritu, un mundo creado en el que el Padre (el Creador) solo interviene en ocasiones extraordinarias y de maneras misteriosas.
En este escenario vuelve a nacer, en los albores del siglo XVII, la filosofía racional y la investigación empírica de la realidad, que sentaría las bases de la Revolución Científica y la Ilustración. El avance de estas renovadas perspectivas y disciplinas desplazarían poco a poco al pensamiento religioso a un segundo plano, dando lugar a lo que la historia llama “modernidad”. La tajante división trazada por el padre del racionalismo, el filósofo francés René Descartes, entre el cuerpo (res extensa) y la mente (res cogitans) fue no sólo la herencia del dualismo teológico medieval, sino el punto paradigmático que definiría la concepción occidental del mundo hasta nuestros días. “Ninguna otra cultura ha tratado, a lo largo de la historia, de vivir mediante una perspectiva que aísla a la especie humana de su matriz hasta el grado alcanzado por la nuestra (…) ahora nos enfrentamos al muro impenetrable de la disyunción de Descartes. Una vez que aisló de manera categórica la materia de la mente, la ciencia pudo hurgar en dicha materia y jugar con ella.” (Huston Smit, Más allá de la mente postmoderna, 1989).
Descubrimiento tras descubrimiento y conquista tras conquista, con impulso heroica cada vez mayor, la estrategia epistemológica del paradigma científico consistió en “desantropomorfizar la cognición”; esto es, estudiar el mundo “objetivo” y material liberado de toda  ilusión humanizante. Es que, desde la perspectiva científica del S.XVII, “para comprender adecuadamente el objeto, el sujeto debe observar y analizar ese objeto con el máximo cuidado a fin de inhibir la ingenua tendencia humana a investir el objeto de características que en rigor sólo se pueden atribuir al sujeto humano. Para que tenga lugar la cognición auténtica y válida, el mundo objetivo -naturaleza, cosmos- debe verse como algo fundamentalmente desprovisto de todas las cualidades subjetivas, interiormente presentes en la mente humana y constitutivas de su propio ser: conciencia e inteligencia, sentido de finalidad e intención, capacidad para significar y comunicar, imaginación moral y espiritual. Percibir estas cualidades como si existieran intrínsecamente en el mundo es «contaminar» el acto de conocimiento con lo que no son otra cosa que proyecciones humanas” (Richard Tarnas, Ibid).  Los triunfos innegables de esta estrategia, en forma de trascendentes descubrimientos sobre el mundo físico y revolucionarias tecnologías, afianzaron a nivel cultural el valor de este enfoque, el cual se consideró como el acceso al auténtico conocimiento del mundo en su totalidad y la promesa de la emancipación de toda creencia ilusoria, mítica o religiosa. La combinación del fundamentalismo empirista científico y el racionalismo (la creencia en el poder absoluto de la razón por sobre todas las otras facultades humanas) llevaría a la cultura, casi inadvertidamente, hacia el materialismo de nuestros días.


El desarrollo indetenible del empirismo científico, del siglo XVI hasta nuestro días, conduciría al derrumbamiento de los dogmas míticos, que aún situaban al “yo” humano en un mundo dualista pero con significado religioso. Desde Copernico hasta Herschel y otros astrónomos, las evidencias matemáticas y empíricas que contradecían la creencia medieval del geocentrismo (la Tierra como centro del universo en el orden divino del mundo), fueron acumulándose de manera implacable. Tres siglos después de que Galileo inventara el telescopio moderno, resultó evidente no solo que la Tierra no constituía el centro del universo y que orbitaba junto a otros planetas alrededor del Sol, sino que el propio Sol era solo una esfera de gas ardiente más entre las incalculables estrellas de un cosmos sin orden visible. Desde entonces, el lugar del ser humano en el universo ha quedado irremediablemente descentrado, al punto que el propio concepto de “centro” u orden cósmico trascendente ha dejado de tener sentido para la visión científica y filosófica predominante del mundo. Tal estado de desconcertante alienamiento cósmico del ser humano fue expresado poéticamente por el profeta de la posmodernidad, Friedrich Nietzsche: “¿Qué hicimos al desatar esta Tierra de su Sol? ¿Hacia dónde va ella ahora? ¿A donde nos movemos nosotros? ¿Alejándonos de todos los soles? ¿No estamos cayendo continuamente? ¿Hacia atrás, hacia un lado, hacia adelante, hacia todos los lados? ¿Existe todavía un arriba y un abajo? ¿No estamos vagando como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo del vacío? ¿No hace ahora más frío que antes? ¿No cae  constantemente la noche, y cada vez más noche?” (Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia, 1882).


Sin embargo, el golpe más contundente a la mitología medieval no vendría ni de la filosofía ni de la astronomía, sino de la biología. La teoría de Charles Darwin de la evolución de las especies por selección natural fue aceptada hasta tal punto por la comunidad científica como explicación racional y suficiente de la diversidad y evolución de toda la vida en la Tierra que se convirtió en uno de los fundamentos centrales de la naciente visión científica del mundo. Este nuevo sistema de creencias declaraba: no existe significado alguno en el ser humano ni significado alguno en la vida, todo lo que observamos y experimentamos como seres sensibles no es más que el resultado de las azarosas variaciones de la materia insensible frente a las exigencias de su medio ambiente; no hay inteligencia, ni creatividad, ni esfuerzo deliberado, ni diseño, ni propósito consciente o inconsciente, ni siquiera auténtica evolución en el proceso de desarrollo de la vida (en el universo en general y en nuestro planeta en particular), ya que la palabra “evolución” se convierte en un eufemismo de las variaciones ciegas y azarosas que gobiernan la historia de nuestros orígenes; la mente humana ha discernido ya la verdad de la naturaleza, y es que su propia existencia es apenas un accidente azaroso en medio del inerte océano del sinsentido cósmico.

La mente moderna ha llegado a trazar y experimentar una división tan tajante y radical entre su “yo humano subjetivo” y el “mundo exterior objetivo” que el hombre y su mundo (la propia matriz de su existencia y su entorno vital) se han convertido en entidades contradictorias, antitéticas: “No obstante la belleza y el valor que los seres humanos puedan percibir en el universo, éste es en sí mismo mera materia en movimiento, mecánico y desprovisto de finalidad, gobernado por el azar y la necesidad. Es completamente indiferente a la conciencia y los valores de los hombres. El mundo exterior a los seres humanos carece de inteligencia consciente, de interioridad, de sentido y finalidad intrínseca. Pues todas estas cosas son realidades humanas, y la mente moderna cree que proyectar lo humano sobre lo no humano es una falacia epistemológica. El mundo está desprovisto de cualquier sentido que no derive en última instancia de la conciencia humana. (…) Para la mente moderna, la única fuente de sentido del universo es la conciencia humana.” (Richard Tarnas, Ibid). Y paradójicamente, la propia conciencia humana, fuente de razón y de sentido explicativo de la naturaleza, descubre que su origen es el sin sentido, quedando en un estado de contradicción inexplicable.
Hemos llegado, de este modo, a un cosmos “desprovisto de todas las cualidades reconociblemente humanas; belleza y fealdad, amor y odio, pasión y satisfacción (…) Todo ello no quiere decir, desde luego, que dichas cuestiones no formen parte de las realidades existenciales de la vida humana. Se trata más bien de que la concepción científica del mundo hace que sea ilegitimo hablar de ellas como formando parte del mundo “objetivamente”, forzándonos, por el contrario, a definir tal evaluación y experiencia emocional como proyecciones “meramente subjetivas” de las vidas interiores de las personas (…) Todo lo que es supuestamente básico en la condición específicamente humana en la naturaleza, resulta que es forzado a formar parte de lo “meramente subjetivo”, que, a su vez, se ve empujado por la visión moderna científica a adentrarse en la provincia de los sueños e ilusiones” (Manfred Stanley, Images of the Future, 1976). Lo que conduce a lo que muchos han llamado “alienación”, una forma de neurosis espiritual (de neurosis del ser) que es el resultado de la tensión inconciliable entre nuestra actual concepción intelectual del mundo y lo que sentimos que somos.


Los fundamentos filosóficos del materialismo científico – presentes tanto en el darwinismo como en los modelos aceptados del desarrollo del universo hasta la aparición del ser humano -, se consolidaron como dogma incuestionable por el establishment de la comunidad científica hasta el punto que hoy se considera absurdo contemplar el desarrollo de la vida de alguna otra manera. Uno de los principales representantes del cientificismo materialista de nuestra época, y responsable de la última versión del darwinismo actual, Richard Dawkins, lo pone en estos términos: “nuestra propia existencia presentó una vez los mayores misterios, pero ha dejado de ser un misterio porque ha sido resuelto (…) Quiero persuadir al lector de que no sólo la visión darwiniana del mundo es cierta, sino que es la única teoría conocida que podía, en principio, resolver el misterio de la existencia.” (Richard Dawkings, El relojero ciego, 1986).
Si por un lado la capacidad crítico-reflexiva del ser humano supuso un desarrollo favorable (y quizás inevitable) de la consciencia frente a los dogmas religiosos y las tradiciones establecidas, por otro, dio a luz a una nueva perspectiva, a un nuevo mundo. En este, un ser humano paradójico, a la vez racional y al mismo tiempo producto de un azaroso caos sin organización lógica, se descubre a sí mismo condenado a vivir en un mundo en donde hombre y naturaleza, cosmos y psique, aparecen como opuestos irreconciliables. Es en esta insoportable coyuntura existencial que el antropólogo cultural Ernest Becker se preguntó: “¿Qué significa ser un animal consciente de sí mismo? La idea es ridícula, por no decir monstruosa. Significa saber que uno es alimento para los gusanos. Este es el terror: haber salido de la nada, tener un nombre, una conciencia del propio ser, profundos sentimientos interiores, un incontenible anhelo por la vida y por la propia expresión; y a pesar de todo, morir.” (Ernest Becker, El eclipse de la muerte, 1977).
Pero la escisión entre el hombre y la naturaleza aún habría de volverse más profunda. Para mediados del S.XX, una nueva perspectiva sociológica, el construccionismo social, se estaba imponiendo en todos los ámbitos académicos de Francia y de los Estados Unidos, y pronto sería la visión predominante del mundo intelectual posmoderno. Con una fuerte influencia de la antropología, el marxismo y el estructuralismo lingüistico, la nueva visión del hombre occidental sobre sí mismo venía a destrozar los cimientos sobre los que su propia cultura se sostenía. Según esta nueva perspectiva, toda aspecto de las culturas humanas, desde su hábitos sexuales o alimenticios hasta sus teorías sobre el mundo, todo está “socialmente construido”, todo es una construcción arbitraria surgida de los contextos sociales en los que tiene lugar. Una “construcción social” es considerada toda práctica o hábito que las culturas tienen por natural, pero que resulta, en realidad, una mera invención humana, un artificio producto de los azares de la historia o de las estructuras sociales de poder. “Desde este punto de vista, las distintas visiones culturales del mundo son completamente arbitrarias y se hallan ancladas en el poder, los prejuicios o cualquier tipo de «ismo» (el sexismo, el racismo, el especismo, el falocentrismo, el capitalismo, el logocentrismo…)” (Ken Wilber, Breve historia de todas las cosas, 1996). El construccionismo social vino así a volver evidente para el hombre posmoderno la arbitraria relatividad de toda su cultura; la falsedad, en última instancia, de su propia historia y de su propia visión del mundo.

Frente a una naturaleza ajena totalmente a las cambiantes y arbitrarias realidades culturales humanas, el ser humano se haya ya en el límite de la alienación total frente a su propio entorno. ¿Qué podría ser más diferente que la naturaleza y la cultura? ¿Qué podría ser más ajeno entre sí que el universo y la mente humana? En esta encrucijada sin salida, en esta tierra baldía, nos hallamos. Todo el movimiento dialéctico del desarrollo de la consciencia occidental, desde el monoteísmo al posmodernismo, se ha sostenido y profundizado de forma cada vez más tajante en la afirmación en el dualismo fundamental “hombre/naturaleza” y “sujeto/objeto”. Pero ¿será acaso posible que los cimientos más profundos de nuestra cosmovisión occidental se hallen sostenidos en una falacia fundamental, en una ilusión todavía inconsciente?


Y de hacer consciente tal ilusión, ¿transformaría esa consciencia nuestra cultura? Guiados por algunos de los autores tal vez más brillantes de nuestra época, intentaremos descubrirlo.

viernes, 9 de mayo de 2014

Washington Cucurto: poesías


Con tu prosapia de negra jamaiquina…

Con tu prosapia de negra jamaiquina,
boliviana o colombiana,
—no se sabe con exactitud, pero se intuye,
a esta altura,
que debió haber sido de pura cortesía,
que aceptaste el ondulante galanteo...
 
Deberías estudiar letras,
licenciarte a fuerza de sumas y promedios
y así lograr por vez primera, tener entera
¡de pura primavera!,
una novia portorriqueña.
Te la pasas de joda
con estudiantes de márketing
de universidad palermitana,
y enloqueces a los estudiantes de la escuela de
periodismo,
mal que pese a tu sociabilidad:
son de bajo arancel
y carácter exonerado en excelentísimas tertulias,
y su logo es de lindos caracteres
tiene en su título, ¡así de lindo!,
¡como un epifánico epigrama!
es el epígrafe de la Facultad de Bs. As.
y hasta tiene letras góticas...
en la caligrafía goza de una tipografía muy atípica,
que ni saben tal o cual
tu parafarsaria, si jamaiquina,
boliviana o colombiana...
 
te llevan en auto hasta tu depto
de Luis María Campos
y Bernardo O'Higgins,
pero tu eres generosa
y a ninguno le escatimas
 
tu cariño caribeño y tu cama calurosa,
 
y ahora licenciada, licenciosa,
a fuerza de números te recibiste en letras
y ya no le das bola a esos jactanciosos
jugadores organizadores de jodas...




Y he contribuido al bienestar nacional...

Cierto es que añoro los tiempos
en que el monzón pasaba sacudiendo
mis cabellos y de mí salía un dulce
olor a duraznos y lo mejor ocurría
cuando las papayas florecían
en el fondo de mi patio.
Y no hay escala mejor para el amor,
que cuando las papayas florecen
sobre la hierba seca y dura
en el fondo de tu patio...
Ah, lejanos tiempos en Lima La Horrible
o atendiendo una ferretería
en la bellísima Panamá.
Me han amado y me han dejado:
como corresponde a todo lo bien amado.
Tuve tres hijos en Panamá
y seis en Venezuela. ¿Qué más puedo pedir?
No me quejo del amor
ni de sus cuidados.
Me ha dado más que a muchas.
He gastado treinta largos años,
para adquirir experiencia
y a mi poca sabiduría la tengo bien atendida
y cotejada. Ya basta, ya no soy una florcita,
estoy próxima al polvo de los cincuenta
y lejos de la silueta.
Soy la respetabilísima, la Dominicana.
He pagado los impuestos con mis ahorros.
 He contribuido al bienestar nacional.
Y todavía conservo el orgullo
de afirmar que ninguno
ha sido infeliz en esta cama.
¿Me escuchas? ¿Estás ahí?
Te estoy hablando, pelotudo.




 
Negrura ascendente

Celebrando alegres funerales o fiestas fúnebres
mortales
vienen a oscuras rascándose la ñema,
vienen flotando tercetos de negras testarudas;
¡son la partitura oscura de los ángeles! .
El conventillo entero vuela por los cielos,
las cañerías se piran por las tardes.
A mí se me van con sueño los desvelos y al rato
vuelven mis sueños desvelados.
y así se va quedando el infinito sin estrellas
y la alta mar sin vanidad se queda.
 
Todo ocurre de puro zopetazo
como arte fresco o muerte suave.
Y todo tiene tal locura que hasta la nieve emigra
hacia los Emiratos Árabes; y la locura sigue por ser
loca
y cruza el cielo como estalactitas o partes ínfimas
de un gran cometa.
Ahí vienen,
—palomas negras de mal agüero—,
subidas en una alfombra voladora .
lésbicas, sexuales, besándose de a pares:
Carolina, Karina, Cilicia y Ferisbunda.
Las negras hijas del demonio se divierten por los
aires,
dejando chancros en mi corazón ardiente.
Vuelan las tickis besándose a las chiris
tomadas dulcemente de la mano.
En su honor octogenarios niños bailan un
cumbiazo,
y dale que dale las sillas boxeándose de a pares.
 
El conventillo entero vuela por los cielos.
¿Señor, habrá un diáfano caer de multitudes negras?
¿Vendrán al cabo asopranados protestando?
Las chipas refulgen en el cielo.
Arde el sancocho enamorado de las peras.
 
El chipaguazú amargo se chivea.
Se chivean las peras y los chivos de la Cordillera.
Marchan los ladrones de guantes blancos
y sueltan a los ladrones de pies descalzos,  ¡bravo!
 
Ardiendo están las negras en mi corazón helado
y tiritando están las mongas en el yoti ardiente
como hojas secas o flores de la muerte.

jueves, 8 de mayo de 2014

25 pósters únicos de clásicos de la ciencia-ficción

2001: Space Odyssey, 1968 – Artista: Gábor Gyárfás, 1979



Planet of the Apes, 1968 – Artista: Katalin Molnár, 1981

 


Fahrenheit 451, 1969 – Artista: György Kemény



The Andromeda Strain, 1971 – Artista: István Balogh



King Kong, 1976 – Artista: Zoltán Herpai, 1984



The Omen (La Profecía), 1976 – Artista: András Felvidéki, 1989



Star Wars – Artista: Tibor Helényi, 1979, 1982 y 1984









Star Wars. Episodio 1, 1977 – Artista: András Felvidéki, 1979





Close Encounters of the Third Kind, 1977 – Artista: Tibor Helényi, 1980



Jaws 2 (Tiburón 2), 1978 – Artista: Károly Miklós, 1987



Alien, 1979 – Artista: Tibor Helényi, 1981 (y artista desconocido)




Apocalypse Now, 1979 – Artista: Simon Koppány y Mária Hódosi, 1983



Hangar 18, 1980 – Artista desconocido




Outland (Atmósfera cero) 1981 – Artista desconocido, 1983



Android, 1982 – Artista: András Felvidéki



E. T. the Extra-Terrestial, 1982 – Artista desconocido, 1983


The Terminator, 1984 – Artist: L.S, 1988




Back to the Future, 1985 – Artista desconocido, 1987



The Fly, 1986 – Artista desconocido



Aliens – Artista: Péter Menczel, 1986



RoboCop, 1987 – Artista: Tibor Helenyi, 1987