lunes, 3 de febrero de 2014

Embriagáos



En 1915 Sigmund Freud escribe un pequeño ensayo de una calidad narrativa inigualable titulado “Lo perecedero”, que se inicia con una anécdota ocurrida unos años antes cuando, al pasear con dos amigos artistas, estos se manifestaban preocupados por la idea de la transitoriedad de la belleza que se les manifestaba en los floridos campos que acompañaban su caminata. La sensación de que el esplendor que los rodeaba estaba destinado a perecer les impedía a sus acompañantes poder disfrutar del goce que ese paisaje les proporcionaba.
La anécdota le posibilita  entonces a Freud plantear que ante esta preocupación por los estragos que el tiempo le inflige a lo bello, se originan dos tendencias psíquicas distintas: una que conduce al amargado hastío del mundo y otra que conduce a una suerte de negación de esta pretendida fatalidad. Dirá entonces que “la rebelión psíquica contra la aflicción, contra el duelo por algo perdido” malogra el goce de lo bello. Esto quiere decir que pensar a Cronos como  causa de  sufrimiento es un modo en que el ser hablante puede desplazar sus dificultades para soportar las pérdidas, aquellas de las que ninguno está exento.

Ahora bien, que nos inunde el sentimiento trágico de la vida, como decía Unamuno, que intentemos darle una –siempre patética– significación a la muerte, que naufraguemos en la confusión entre lo inmortal y lo eterno, que siempre tengamos la sensación de haber llegado demasiado temprano o demasiado tarde, que el eterno retorno de lo mismo nos encuentre siempre en el mismo lugar, o que muchas veces sea la hora fatal la que nos entregue la clave del “laberinto múltiple de pasos” de los días que se tejen desde la niñez… todo eso no es culpa del reloj…

Pero mejor ahora leamos lo que podríamos llamar “la solución Baudelaire”, expresada por el poeta maldito en uno de sus  Pequeños poemas en prosa:


EMBRIAGAOS
Hay que estar siempre embriagado. Todo consiste en eso: es la única cuestión. Para no sentir la carga horrible del Tiempo, que os quiebra los hombros y os inclina hacia el suelo, tenéis que emborracharos sin tregua.
Pero ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, de lo que queráis. Pero embriagaos.
Y si en alguna ocasión, en las gradas de un palacio, sobre la hierba verde de un foso, en la sombría soledad de vuestro cuarto, os despertáis, disminuida ya o disipada la embriaguez, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al ave, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle la hora que es; y el viento, la ola, la estrella, el ave, el reloj, os responderán:
¡Es hora de emborracharse! Para no ser esclavos y mártires del Tiempo, embriagaos, embriagaos sin parar. De vino, de poesía o de virtud; de lo que queráis.



No hay comentarios: